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General Villegas
miércoles, 24 abril, 2024

Ese entrañable rito de sentarse en la vereda a ver pasar la vida / Escribe: José Luis Chavarri

Corría el año 1951 y una vez más la Vuelta de Rojas marcaba tarjeta en General Villegas. Con el mismo recorrido que el año anterior, ese 30 de septiembre lo hacía por segunda oportunidad.

Y otra vez la gente se agolpó de panadería a panadería. De El Cañón a lo de Gobelli, siempre pegados a la vía, por entonces y por influencia del ferrocarril nudo central de la comunidad.

Lo curioso es que los vecinos sacaron las sillas a la vereda para ver pasar los autos. Era algo muy común en esos años, tan convocante para las familias como lo es ahora sentarse a ver televisión. Así lo hicieron, por ejemplo, Antonio «El Gato» Méndez y su familia. Siempre lo recodábamos.

Claro está que el día de la carrera la gente lo hizo cerca del mediodía, coincidiendo con el paso de la caravana, pero en las noches de verano el ritual se extendía hasta las 12 de la noche. Y luego todo el mundo a dormir.

La excepción, algunos recordarán, era los días jueves, cuando tocaba la banda municipal en la plaza principal. Ya volveré sobre eso.

Se iba septiembre de 1951 y con él la 77º edición del historial del turismo carretera. A las 11 pasó el primer coche. En la vereda de la plazoleta de la estación estaba el control. Era el número 1 de Juan Gálvez, ya consagrado. Detrás Marcos Ciani, con el sapito de Venado Tuerto. Luego Juan Marchini, de General Pico; Rubén Carelli, Ernesto Petrini, José Torres, Eusebio Mansilla, quien ya era el caballero del camino, y Félix Peduzzi. Esta vez de punta a punta, y sin contratiempos, ganó Juan Gálvez.

Los vecinos, en comunidad, en sus sillas, aplaudieron a rabiar un espectáculo único para la época. No pasaban demasiadas cosas en Villegas, pero una vez al año el paso de la carrera sacudía la monotonía.

Y vuelvo a ese rito mágico de encontrarse en las veredas por las noches, después de la jornada laboral. Una tradición que estimó no ha sido patrimonio exclusivo de los villeguenses sino de miles de pueblos de todo el país. Me dicen, lo he visto, que más allá que la modernidad nos ha encerrad en nuestros hogares, en muchos pequeñas localidades la costumbre se mantiene.

No había aires acondicionadores ni Split ventiladores. Por eso se salía a tomar fresco al caer la noche. Se vivía simple y bien.

En cada casa y en cada calle. Menos los jueves, cuando tocaba la banda y hasta el cura se sentaba en su silla, en el atrio, con sus sacristanes Félix e Hipólito.

La retreta, así le llamaban a la presentación de la banda, duraba exactamente de 22 a 24 horas. Ni un minuto más. Y todo el mundo a dormir.