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jueves, 28 marzo, 2024

Somos todas: El femicidio de una chica de pueblo que transformó al país y unió a las mujeres en la lucha del #NiUnaMenos

Chiara Páez fue asesinada cuando tenía 14 años. Clarín viajó a Rufino para contar la intimidad de las ausencias que enfrentan hoy su familia y amigos. Y cómo es la pelea, día a día, por mantenerla viva a través de la acción.

 

En la casa de Chiara Páez hay una bicicleta blanca con canasto negro. La usaba todos los días para ir del entrenamiento de hockey a las clases de pintura o a lo de una amiga, de la escuela de equinoterapia al parque municipal de Rufino, la localidad al Sur de Santa Fe donde vivía. Se puede ver desde la vereda, al lado de otra bicicleta naranja que su mamá, Verónica Camargo, dejó de usar exactamente cuatro años atrás.

Chiara tenía catorce recién cumplidos y un embarazo de 2 meses, cuando el 10 de mayo de 2015 su novio la mató a golpes y la enterró en el patio de su abuelo. Al día siguiente, mientras todo el pueblo la buscaba, el adolescente comió un asado a metros del pozo en el que había escondido el cuerpo y luego, su papá, un policía local, lo acompañó a confesar.

Fue un antes y un después, tanto para la familia, como para el país. El femicidio se volvió un grito de repudio masivo a la violencia de género e impulsó el surgimiento del primer #NiUnaMenos, una movilización de una magnitud sin precedentes que reunió a 150 mil personas en el Congreso y que se replicó en 80 ciudades de Argentina. Sólo en la provincia de Santa Fe era el décimo femicidio en lo que iba del año, un saldo de dolor intolerable.

Verónica recuerda que recién entendió el tamaño de la convocatoria cuando vio las imágenes los días posteriores al 3 de junio. Había estado a punto de no viajar a Buenos Aires, porque quería quedarse en Rufino para agradecer la solidaridad de sus vecinos. Además, en medio del impacto, le costaba la idea de enfrentarse a la multitud y los medios.

Pasó varias semanas sin querer salir de su casa. La ausencia se hacía presente de formas impredecibles. Una pintura hecha por Chiara de un rostro de mujer, el certificado de participación en unas olimpíadas de ciencias naturales de 2012, una regla escolar rotulada con su firma en liquid paper o una carta escrita a mano que nunca le había dado: “Mami, te amo, aunque no me dejes ir a la matiné.”

Un día vio la bici blanca estacionada en el frente de la casa y se subió. Sintió que era “una forma de andar en algo de ella”, quizás de poner el duelo en movimiento, de sentir su compañía. Con los años se volvió su medio de transporte. No quería apegarse a nada, dice. “Pero con la bici sentí como una necesidad». Con Chiara salían mucho a andar juntas. Hacían los mandados o la acompañaba al campo de deportes.

Chiara -dicen todos- tenía una personalidad fuerte. “Tenía su carácter”, repiten en su familia y amistades. Y no paraba: siempre de una actividad a otra. Además del deporte y el arte, sus dos pasiones, participaba en un grupo de jóvenes de la parroquia y su último descubrimiento había sido la equinoterapia en una escuela ubicada en las afueras del pueblo, donde colaboraba con un grupo de personas con discapacidad motriz e intelectual.

Había empezado como una actividad solidaria del club Los Pampas, donde jugó al hockey desde los cuatro años. Verónica pensó que iba por sus amigos, pero todos fueron dejando y “quedó ella sola” al poco tiempo. “Amaba esa actividad, tenía un carisma especial para trabajar con personas con capacidades diferentes”. A veces, cuenta, sus amigas la veían salir de la pileta a media tarde para pedalear a toda velocidad a equinoterapia y después volver.

Rufino es un pueblo de 20 mil habitantes, en el límite de la provincia de Santa Fe con Córdoba y Buenos Aires. Tiene la típica organización en torno a la plaza cívica, todos se conocen y el tren de carga pasa un par de veces al día por las vías que dividen el trazado urbano al medio. La soja manda en los alrededores, la iglesia pisa fuerte y la violencia de género no era un tema del que se hablara.

Cuando enterraron a Chiara se hizo la primera marcha local. “Había sido un impacto que hubiera ocurrido acá semejante horror. La comunidad en general estaba con mucha bronca y dolor. Algunos querían ir a quemar la casa (del femicida) o hacerle algo a la familia”, relata Verónica y aclara que el reclamo de su familia siempre fue por justicia y sin violencia.

 

Decir basta de una vez

La periodista Marcela Ojeda fue quien contactó a Verónica desde Buenos Aires. “¿No vamos a levantar la voz? Nos están matando”, había twiteado el 11 de mayo, conmovida por el femicidio de Chiara. Florencia Etcheves, conductora de TN en ese momento, le había duplicado la apuesta por la misma red social: “Se me ocurre mujeres referentes grosas convocando a mega marcha”.

Unas veinte periodistas se organizaron para visibilizar la problemática desde una estrategia mediática, pero también para conseguir compromisos públicos de los políticos en base a una agenda que incluía cinco “puntos ineludibles”, que formaron parte del documento final leído por Maitena, Érica Rivas y Juan Minujín.

Las condiciones eran la implementación -con presupuesto acorde- de la ley 26.485 de Protección Integral de las Mujeres, la elaboración de estadísticas oficiales sobre violencia de género, el funcionamiento de Oficinas de Violencia Doméstica de la Corte Suprema de Justicia en todas las provincias y la aplicación efectiva de la Ley de Educación Sexual Integral (ESI).

La plaza desbordaba de gente, tanto que decidieron empezar el acto antes de lo previsto. Para Ojeda, fue “un punto de inflexión”. El 3 de junio de 2015 “tomamos la posta de las históricas de nuestro feminismo, que no nació en 2015. El Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) tiene más de 30 años de historia en nuestro país y el NiUnaMenos es multiplicador”.

A partir de 2015, la cantidad de participantes de los ENM prácticamente duplicó la de años anteriores. Se estima que en 2013 (San Juan), había sido de 20 mil personas. En 2014 (Salta), de 35 mil. Y el de 2015 (Mar del Plata), de 60 mil personas.

“Ni una menos somos todas”, define la movilera de Radio Continental. “Las que lo sientan propio y las que se sientan acompañadas. Que cuando sientan alguna situación de vulnerabilidad o de soledad o violencia nunca más van a estar solas. Que hay un enorme malón de mujeres acompañando y sosteniendo. Son las adolescentes que pelean por educación sexual y aborto legal, pero también las viejas de 40 y 50 años que por primera vez cuentan lo que padecieron de pibas”.

 

«Es muy díficil tener que estar al lado de la cama vacía»

Romina Páez vivió el primer #NiUnaMenos en Rufino. Tenía 18 años y acababa de perder a su hermana cuatro años menor. Recuerda que nunca vio tanta gente reunida en su pueblo como ese 3 de junio, “ni en un partido de fútbol ni en un acto político, ni en ningún lado”. Fueron miles. “Creo que todos en el país habíamos entendido que no era un caso más, que todos nos teníamos que involucrar, porque nos podía a pasar a todas.”

Al contrario de su mamá, que no podía salir de la casa, el primer año tras el femicidio Romina buscaba cualquier excusa para no estar adentro. “Es muy difícil. Me costaba dormir, tener que estar al lado de la cama vacía, o la mesa donde comíamos las tres, no había lugar donde no la sintiera”, recuerda.

Sus amigos y la política la ayudaron a sobrellevar ese estado. Eso y el acompañamiento social. Porque a partir del 2015, asegura, cambiaron muchas cosas. “Se dejó de normalizar la violencia en las relaciones, tanto la verbal como la física, y las mujeres se empiezan a animar a denunciar porque se sienten más apoyadas”.

En Rufino, el femicidio de Chiara impulsó la creación de una “Oficina de Atención a la Víctima” en la Unidad Fiscal local, que está integrada por cuatro abogadas y una psicóloga con el fin de dar acompañamiento de forma integral a las personas en riesgo. Según el fiscal adjunto Mauricio Clavero las denuncias por violencia de género aumentaron exponencialmente. De 43 que hubo en 2014 a una cada 48 horas en 2018. En cuanto a denuncias por abuso sexual, incrementaron en un 60 por ciento también desde 2014.

Romina insiste en que “luchar es la única forma de cambiar las cosas”. Empezó a militar a los 13 años en el peronismo y a partir del femicidio de su hermana se involucró con el feminismo. El 8 de agosto de 2018, pañuelo verde al cuello, estuvo en la vigilia por aborto legal en el Congreso junto a dos amigas. “Fue increíble la calle junto a todas esas mujeres, más que nada chicas adolescentes, en algunos momentos lloviznaba, y saber que todas pelean por el aborto legal y porque se terminen los femicidios fue fantástico”.

Su mamá, catequista y religiosa activa en la comunidad de Rufino, había sido una de las oradoras por el sector celeste durante las audiencias de discusión del proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE). “Tenemos una manera distinta de ver las cosas -asegura Romina- pero coincidimos en el tema de la lucha contra los femicidios, en la necesidad de mayor educación y de justicia.” Verónica piensa parecido, aunque siente que los reclamos que fue incorporando el #NiUnaMenos ya no la representan.

El tema es particularmente sensible para la familia. Chiara contó que estaba embarazada quince días antes de su femicidio. Se lo dijo a una tía paterna, Fabiana Páez, y le aseguró que estaba decidida a no tenerlo. La autopsia realizada sobre el cuerpo de Chiara reveló restos de Oxaprost, pastillas antiinflamatorias que se utilizan para la interrupción de embarazos. Según su mamá, la chica había cambiado de opinión y quería continuar la gestación. Manuel Mansilla, el novio de Chiara de entonces 16 años, confesó que la había matado porque ella se había negado a abortar.

 

Condena de 21 años de prisión

Mansilla fue condenado en 2017 por la Justicia de Venado Tuerto a 21 años y medio de prisión. Como era menor de edad al momento del crimen, le dictaron dos tercios de la condena máxima, que hubiera sido de 35 años. El fallo fue apelado por la fiscalía que había pedido prisión perpetua y por la defensa que buscaba la absolución. La Cámara de Apelaciones de Rosario ratificó la condena en marzo de 2018. Pero la familia del joven volvió a apelar y ahora el caso está en el Tribunal de Santa Fe, que todavía no se expidió.