Una de las maravillas del otoño, son las tardes de sol bebiendo el oxígeno puro del aire fresco. Tardes que se van acortando camino al invierno y que nos obligan a pasarlas con los ojos cerrados y el rostro apuntando al cielo.
La jornada de sábado en el patio de la Casa de la Cultura, fue una de esas tardes. Desde el portón ya se veían manos que tejían entre colores, hilos que se cruzaban en un perfecto macramé y artesanos con sus obras a los lados del ingreso hacia un anfiteatro, en el que un grupo de personas escuchaba a Sandra Moreno, que leía textos del Centro de Historia Regional de la Biblioteca.
Mientras tanto, un grupo de chicos de la Escuela Municipal de danza y folklore, esperaron para salir a bailar entre el aplauso del público y la mirada atenta del profesor Gastón Courreges.
El cierre quedó enmarcado en el dorado que se colaba entre las plantas y la estructura de madera del anfiteatro, con la presentación de Marino Coliqueo, quien compartió hacia el final, algunas canciones con Federico Pecchia, considerado como uno de los jóvenes de la nueva generación de músicos del folklore.
La voz entrenada desde el alma de Coliqueo, se fue enredando entre historias de amor de sus padres, de la abuela que curaba gualichos con sus manos de india y corazón de tierra fértil.
Sin solemnidad ni distancia entre artistas y público, los chicos de la escuela de folklore y tango, ya sin sus ropas de gala, corrieron ante el sonido de una chacarera. Fue un espacio de libertad absoluta. Hubo algunas lágrimas de emoción, un bebé que gateaba entre pies que zapateaban y hasta una charla improvisada entre un espectador y el músico.
La poesía tiene estas cosas. Te conmueve. Te hace escuchar. Marino Coliqueo llenó ese espacio de una poesía tan profunda, que todavía debe andar sonando por ahí, un candombe que dejó perfume a sal de mar.
MARINO COLIQUEO
Minutos antes de su presentación, Actualidad conversó son Marino Coliqueo. El artista tiene una voz pausada y habla de «involucrar los saberes y los sentires de los pueblos», que «tiene que ver con revalorizar y poner de manifiesto las costumbres y las cosas más hermosas que tenemos como especie: juntarnos en la música y en las mesas.»
Los valores originarios se fueron mezclando con la inmigración, que se expresa a través de Marino porque «soy un vikingo mapuche -asegura sonriendo- por parte de mi vieja, un poco suiza y noruega y por parte de padre, mapuche cien por ciento. Somos esta mezcla.»
«Crecí en un contexto rural y mapuche y por eso defendemos a este pueblo, pero no desconocemos que somos una mezcla. No hay por qué negar de donde venimos y lo que somos. Ese es el manifiesto más hermoso que tenemos: la aceptación de lo que somos», asegura el músico nacido Los Toldos, pero que vive cerquita del mar, en Chapadmalal.
Marino se autodefine como «un compañero, un padre de familia, trabajador, artista, creativo, vecino, hijo y me siento responsable de esto que siento que soy, por eso me gusta vivir y trabajar en pos de un mundo que nos viene hermoso y que a veces, complejizamos. Hay que desentramar ese nido y dar a luz cosas positivas para todo el entorno.»
Volver a mirar las estrellas y poner los pies sobre la tierra, «eso que parecía una cosa rara, es lo que nos enraiza. Los actos simples de la vida: lavarse la cara, mojarse los pies en la laguna o en el mar, sentarse a tomar un mate en la sombra de un árbol, andar en patas, correr en el campo. Esas cosas que generacionalmente vivimos en la infancia y tratamos de cuidar en las niñeces que nos toca paternar y maternar. Esto tiene mucho que ver con la mirada responsable del adulto. Nosotros somos quienes mostramos el camino, los niños dibujan un contorno propio», cree Coliqueo.
Artísticamente, Marino Coliqueo asegura que «estamos para seguir construyendo los cimientos de otros, como Violeta Parra o Víctor Jara, profundizar y no abandonarlos. Y cuando necesitamos, tomarlos como referencia y no olvidar que formamos parte de un todo, porque si somos mezquinos, nos perdemos el viaje más lindo. Y tenemos uno solo. La vida es una sola.»