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sábado, diciembre 14, 2024
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Juventudes: El cambio climático devela un sistema fallido | por Dolores Bas*

Tan sólo en el último tiempo Argentina ha presenciado (y casi ignorado), una vez más, un grave incendio en los humedales del río Paraná, llevando a una pérdida de más de 100 mil hectáreas y cuyo tiempo esperado para su recuperación se estima en el increíble número de 300 años.

Mientras tanto en Córdoba, la construcción de dos autovías en Punilla y Paravachasca amenazan con la destrucción del ínfimo 3% de bosque nativo restante en la provincia, arrasando de manera ilegal con áreas protegidas y ancestrales, desplazando a sus habitantes y afectando la calidad de vida de las comunidades adyacentes.

Estas situaciones se encuentran cercadas mediáticamente por intereses agrícolas e inmobiliarios, y atravesadas por procesos de baja calidad democrática, como la ejecución de audiencias públicas simultáneas para cada autovía, a los fines de evitar la participación ciudadana (ya caracterizada por su escasez) y la organización colectiva.

La lista sigue. La lista resulta casi inabarcable. Nuestro país se encuentra con problemas ambientales en cada una de las áreas en que se desenvuelve la actividad humana.

Las consecuencias son innumerables: una matriz energética compuesta en más de un 60% por combustibles fósiles y en menos de un 10% en renovables, las prácticas de fracking, la precaria o incluso inexistente gestión de residuos, la falta de políticas públicas en términos de movilidad sustentable en las ciudades, la desprotección de los defensores ambientales, el aumento inexorable de los refugiados y desplazados ambientales, la disminución de la biodiversidad, la falta de leyes y de mecanismos judiciales de rendición de cuentas en la materia, la exploración sísmica de nuestros océanos, el aumento de la desigualdad social y de género, el aumento de sequías e inundaciones, la disminución de la soberanía y seguridad alimentarias.

Esto cobra sentido cuando entendemos que el ambiente resulta transversal a todos los ámbitos de la vida humana. Desde nuestros hábitos de consumo individuales (alimentación, vestimenta, transporte) hasta las políticas gubernamentales en todos los niveles, toda actividad humana tiene incidencia en el ambiente que habita.

Lo interesante es que, a pesar de esta obvia relación concomitante entre el ser humano y la naturaleza, el sistema de producción imperante en el mundo se esfuerza constantemente por hacer una escisión entre ambos.

Esta escisión es el elemento clave para la explotación del ambiente hasta su extenuación y extinción. Es necesario que el hombre se encuentre separado y por encima de la naturaleza para que ésta se convierta en un insumo a utilizar, estandarizar, explotar y comerciar sin ningún límite más que el interés de este proceso productivo.

El sistema productivo actual se vale del antropocentrismo, la apatía, el desinterés y la atomización de la sociedad para desenvolverse. La consecuencia directa es la desestimación de la lucha climática, la disminución del diálogo, el aumento de la polarización y la pasividad ante la aparición de proyectos que atentan contra la propia supervivencia humana, estimada tan por encima de la supervivencia de los demás seres que cohabitan el mundo.

Este sistema productivo y sociocultural, basado en la idea de “progreso” como bandera, está fuertemente arraigado y tiene una estructura mundial que condiciona la forma en que se expresa y sus consecuencias.

Los efectos del cambio climático afectan a todo el mundo, pero no de la misma manera. Los países del Norte Global son (por lejos) los que cuentan con mayores niveles de emisiones de gases de efecto invernadero en la atmósfera y, sin embargo, son los países del Sur los que sufren más radicalmente sus consecuencias.

Esto se intenta atenuar mediante el principio de “responsabilidades comunes pero diferenciadas” que se aplica en tratados internacionales en la materia, entendiendo que son los países del Norte los que deben asumir las responsabilidades de mitigación y ayudar a los demás países en sus intentos de adaptación al cambio climático.

Sin embargo, la asimetría de poder que existe en la práctica entre los países en el marco de las negociaciones globales limita en gran medida las posibilidades reales de lograr cambios sustanciales.

Todo parece indicar, entonces, que el sistema finalmente se ha demostrado fallido, y está colapsando desde su centro mismo. El modo en que hoy se organiza la sociedad en el régimen neoliberal está llevando progresivamente a nuestra extinción. Ante este escenario, la pregunta que cualquiera se haría intuitivamente sería: ¿es posible cambiarlo?

En el último tiempo, así como todos estos problemas han ido aumentando y acelerándose, también lo ha hecho la conciencia ambiental, y ésta ha tenido a la juventud como su principal protagonista.

Las juventudes del mundo aportan hoy una mirada disruptiva de todo este proceso, disruptividad marcada por una cualidad fundamental: la interseccionalidad.

La juventud entiende que no puede entenderse la cuestión ambiental sin considerarla atravesada por cuestiones de género, étnicas y de clase. Se entiende que no es lo mismo para una persona el hecho de ser mujer, ser parte de la comunidad LGBTIQ+, pertenecer a una comunidad indígena, o vivir en un barrio marginalizado de la ciudad (más aún, la combinación de más de una de estas cualidades).

La juventud que lucha por el ambiente pudo ver que los problemas ambientales por los que se moviliza guardan estrecha relación con la comunidad indígena o la villa que no tiene acceso al agua potable, a la educación ambiental, a la gestión de residuos. La juventud que lucha por el ambiente es consciente de que justicia climática es sinónimo de justicia social.

Las juventudes demuestran cada vez más su capacidad de agencia política, agencia que tiene tanto una cara local como una global. Se entiende que globalmente es necesario aunar esfuerzos, pero que de nada sirve esto sin acciones concretas al interior de las comunidades.

Esta es, en cierta medida, la visión de YOUNGO, un espacio de jóvenes amparado por la Convención Marco de Naciones Unidas contra el Cambio Climático (UNFCC, por sus siglas en inglés), mediante el cual estos trabajan de manera interconectada alrededor del mundo para coordinar acciones en favor del ambiente.

Se trata de una agrupación de organizaciones, grupos, delegaciones e individuos dirigidos por jóvenes que trabajan en campos relacionados con el cambio climático. Una de sus tareas fundamentales en este sentido es reunir las demandas de las juventudes en todo el mundo hacia las máximas autoridades políticas mediante una Declaración Mundial de Jóvenes sobre el Cambio Climático.

En un proceso verdaderamente horizontal, que contrasta con el modelo del régimen internacional actual, las juventudes presentan esta declaración ante los Estados parte de la Convención durante las Conferencias de las Partes (COP), exigiendo compromisos concretos para la mitigación y adaptación al cambio climático.

Esta mirada horizontal y democratizada hace de YOUNGO un espacio propicio para la lucha climática de las juventudes de nuestro país, para pensarnos globalmente mientras actuamos de manera local. Argentina deposita en las juventudes una gran responsabilidad en relación al futuro, y las condiciones no son las mejores.

Argentina es un país donde más de 7 millones de personas no tienen acceso al agua potable, donde nuestros recursos son aprovechados por intereses contrarios y ajenos a los de nuestro país, y donde recuperar el ecosistema de un humedal que ha sufrido un incendio lleva más de 300 años.

Sí, este tiempo es mayor que el tiempo que le llevó a nuestro país comenzar su camino para constituirse como tal, allá por 1810. La soberanía sobre nuestros recursos, 212 años después, sigue estando en juego, pero las juventudes tienen la voluntad para cambiar ese rumbo. Darle lugar es, entonces, el mejor y el único camino posible.

* Licenciada en Relaciones Internacionales | Universidad Católica de Córdoba
Coordinadora Nacional y Delegada por Argentina | Conference of the Youth (COY16) de Naciones Unidas. Delegada por Argentina en la COP26.