Esta noche puedo perderte en pugna con el destino, por tratar de encontrarte. El cielo es apenas una mancha oscura de tormenta que no deja ver mis perlas cicatrizadas. Solo aparecen insolentes manchas de tinta que resbalan entre lágrimas de nácar.
Te vas sin verme. Te dormís por última vez sin mirarme. Sin quitarme luz. Estoy arrodillada. Te acaricio. Te grito. Herida en una habitación, sin tiempo para espantar las culebras malditas.
Ni siquiera la brisa puede ayudarme a darte aire. No se arremolina, no te llena de viento el alma. No valen las memorias perdidas. No alcanzan para sostener la puerta de madera infranqueable que se cierra.
¿No te das cuenta? Te escapas y las cosas quedan pudriéndose en la heladera. Una llamada en el sueño y yo sigo sin vos. Sin que nadie me despierte respuestas dormidas.
Te acaricio. Te grito. Te pido que no te escapes. Te regalo al oído la música de las películas de Federico Fellini, el trino de la voz del gorrión de París e intento resolver aquel teorema que nunca entendí.
No te vayas. No te dejes caer vos también en esa boca de tormenta llena de barro que ya me robó tantos amaneceres. Hablame. Hago lo que quieras. Me reinvento. Te llamo por teléfono si querés. Elegimos la comida del jueves y la del domingo.
Te acaricio. Te pido. Te grito. Me quedo así, abrazada a vos. Quizá crea que estamos dormidas y se vaya. Quizá la muerte se distraiga si nos quedamos quietas, con los ojos cerrados. Hay una larga lista de cosas para hacer mañana. Y todas te esperan.
Mirame. Respirame. ¿No pueden apurarse? No quiero ver fantasmas subiendo la escalera. Llamame de nuevo. Comete las uñas. Dejá la puerta abierta, pero mirame. Respirame de nuevo.
¿Y si pongo la foto de la abuela? Si ella te escuchaba, a lo mejor me hace caso a mí también.
Te acaricio de nuevo. La vida se arremolina alrededor de este hielo. No suma, no multiplica. Solo divide, solo resta. Diástole de la sístole. Hago presión sobre el pecho muchas veces y queda la marca. Respiro fuerte y te paso aire. Exhalas esta vez. Una vez. Dos veces. Y ni una más.
¿Dónde golpeo, a quién le grito, quién me escucha? Tengo preguntas, pero solo hay silencio. Tu nuca irresucitable no me responde. La carrera de agujas se frenó de golpe. Siempre adelantado tu reloj. Siempre un paso más adelante. Por eso no llegué. No vas a mirarme.
Y te acaricio. Hace frío. Y no hay jazmines en julio. Una cuchara. Un plato vacío. El libro abierto. El lápiz sobre la mesa y vos inmóvil. La oscuridad viaja con sirena y empuja una salida sin despedida. Jaque mate. Partida terminada. Me quedo acurrucada sobre vos. Te acaricio. No alcanza mi abrazo. Y te pierdo.
*Celina Fabregues es periodista. Conduce Cuidarte Más por FM Villegas, los sábados de 9,30 a 12 horas, programa que se repite a las 19 del mismo día.
«Infarto masivo» es el segundo texto que leyó en la primera fecha de MuMu en el Museo Carlos Alonso, el viernes 27 de enero pasado.