“Mis hermanas van al baile, al gran baile del gran Rey”.
Según el guión del niño Coco Puig, la Cenicienta repetía esas palabras en la soledad de su cocina mientras veía pasar la vida de los demás por la ventana.
¡Qué cercano a los chicos estaba el teatro allá por los treinta, cuarenta y cincuenta! Una buena parte de nuestros juegos consistían en representaciones que se desarrollaban dentro de un abanico muy colorido que abarcaba circo, drama, baile, títeres y hasta las “gentitas de papel”, como le decíamos a los muñecos que recortábamos de las revistas y a los que les adjudicábamos los nombres de las actrices y actores de moda o los identificábamos con las personas de nuestras propias familias.
Es cierto que la gente menuda reproduce en sus actitudes y juegos lo que los adultos hacen en el mundo serio de verdad.
La fantasía infantil es el espejo de los grandes, tal vez un poco deformado pero nunca reflejo de la nada.
En ese Villegas que yo recuerdo y guardo como un tesoro, el teatro en todas sus formas era algo cotidiano.
Las compañías más importantes hacían escala en nuestra ciudad y siempre tuvimos acceso a espectáculos de calidad, tanto en obras de grandes dramaturgos como en las representaciones, casi siempre gauchescas, que formaban parte del espectáculo de los circos mezcladas con trapecistas, malabaristas, payasos y los infaltables animales, que más de una vez terminaban en situaciones trágicas.
El Teatro español traía periódicamente el “Gran Colmao El Tronío”, con sus escenarios coloridos y sus grandes bailarines. Allí conocimos muy jóvenes a los hermanos Pericet y otras estrellas del baile y el canto.
Recuerdo muy bien cuando, bajándose del escenario, las bailaoras repartían entre la concurrencia vasijas de barro hechas en España, que por supuesto había que pagar y eran una tentación sobre todo cuando había chicos como nosotros.
Y como si esto fuera poco, familias enteras de famosos de la escena, eligieron a Villegas como sitio de residencia y aquí establecieron sus negocios.
Los Tressols, los Vehil, tronco del que sería una de sus ramas el actor Miguel Ángel Solá, sembraron su experiencia y regalaron su arte mientras vivieron aquí.
Mi madre, que era vecina de los Vehil, contaba que todas las tardes, Luisita, la madre de Miguel Angel Solá, que entonces era una nena de unos ocho años, se sentaba en el umbral de su casa vestida como una princesita, llena de moños y volados y con sus grandes ojos verdes serenos como lagos, que la harían única en los escenarios de todo el país y del mundo.
Tanta presencia e incentivación no podía menos que hacer crecer en los jóvenes de entonces el gusto por la actividad actoral y así nacieron los grupos de teatro locales, que no fueron sólo burdos intentos sino que exhibieron una calidad asombrosa.
Mi mamá, Carmen Riverós y sus hermanas Lola y Martha, o sea mis tías, estuvieron siempre en las aspirantes a actrices movidas por su espíritu inquieto y ávido de las renovaciones culturales, condición que a nosotros, sus descendientes, nos transmitieron desde la niñez.
Luciano López y Marcelino Méndez García, entre otros, fueron los creadores y directores de los conjuntos de aquel Villegas, cuya actividad continuó durante muchos años.
En un lugar muy especial tengo que colocar las sesiones de aficionados, que ponían en escena a cantores, bailarines, músicos, recitadores, toda una pléyade de personajes locales que sin esfuerzo llenaban la sala del Teatro Español, sus palcos, los pasillos donde se colocaban sillas. Lleno total.
Algunas de esas representaciones resultaban un fiasco porque no había selecciones previas, así que la cuestión, buena, regular o mala se solucionaba cara a cara con el público.
Una de esas noches había ido yo con mi madre a ver a los una de esas representaciones y junto a nosotros se sentó Canciani, que entonces era uno de los encargados de la sala.
Solo en medio del gran escenario un joven chiquito y flaco comenzó a cantar “El Rancho de la Cambicha” mientras trataba infructuosamente de seguir el ritmo de la canción con algo parecido a un baile y la sala estalló en risas. Entonces, muy decidido, nuestro artista se plantó con manos en la cadera y mirando fijamente a un muchacho sentado en la primera fila le dijo: “Vení pibe a ver si lo hacés mejor”.
Entonces nuestro vecino de asiento, a quien hasta ese momento habíamos tenido por una persona muy seria, se empezó a reír y para no caerse tuvo que sujetarse de la butaca con las dos manos.
Por ese todo vale, que nadie se perdía, desfiló también un locutor improvisado que mientras el concurso duró, casi un año, dijo muy serio al comenzar: “En este cértamen”, así, con un gran acento y sin anestesia.
En 1955, junto con un conjunto de villeguenses de mi edad, planeamos representar “Casa de Muñecas” de Ibsen y durante casi un año ensayamos cada noche después del trabajo.
Finalmente no pudimos poner la obra en escena, pero de aquellas reuniones salió mi noviazgo con mi marido, que era uno de los actores y ése fue el comienzo de otra historia.
Sin importar las circunstancias ni las supuestas barreras de la realidad que se pretendan imponer al vuelo de la fantasía, ese espacio para el regocijo del corazón y la apertura de la mente, puede ser definitivo en el modo de encarar al mundo con su carga positiva y negativa y salir adelante recordando las palabras del profesor Urcola: “Amigo, si tienes dos panes vende uno y cómprate un lirio”.
Foto:
Grupo de Teatro Vocacional, 1929.
De pie, de inquierda a derecha: José Mitidieri, Marta Riverós, Gangiani, Srita Iriarte, Antonio Renati, (?). Sentados: Carmen Riveós, Guversindo Montejo, María Ester Iriarte y Rodolfo Piña. Foto «La Artistica», de Juan Fábregues.
*Raquel Piña de Fabregues tiene 87 años. Es docente jubilada, escritora, trabajó como periodista y tiene varias ocupaciones como madre, abuela y bisabuela. Escribe desde que lee y aún lo sigue haciendo. Durante algunos años, fue columnista del programa de radio de su hija Celina, con sus Historias de Mamá, que se vieron interrumpidas por una caída y el estrés que eso significó en medio de la pandemia. Este es otro de esos textos de sus tantas historias.