Daniel Tassotti, 20 años después, sigue superando obstáculos, como gusta llamarlos. Con una fortaleza física y anímica admirable, repasa los días desde que en 1998 le diagnosticaron un raro caso de cáncer y su lucha para sobrevivir. Un testimonio conmovedor. Una palabra de aliento. Un ejemplo de vida.
A continuación, en primera persona, su testimonio. Sin intermediarios. Sin agregar un punto o una coma. Es Daniel Tassotti quien escribe:
«La vida siempre te sorprende. En ocasiones suceden cosas que cambian el rumbo de nuestras vidas.
Durante el año 1998 comencé a sentir que algo me estaba sucediendo, mi cuerpo no era el mismo, había comenzado con dolores óseos, cansancio físico, al comienzo síntomas muy sutiles y con el paso del tiempo se fueron intensificando.
Cometí un error con el que muchos se sentirán identificados: me automediqué, creyendo que sería solamente alguna contractura muscular o un mal esfuerzo que habría realizado.
Y así seguí por muchos meses. Los compromisos laborales, tener hijos pequeños, las obligaciones que uno mismo se impone hicieron que postergara una consulta médica a tiempo.
Los dolores fueron en aumento y seguí cometiendo el mismo error de auto medicarme y ese mandato familiar de «no faltar jamás al trabajo, salvo que fuera algo grave».
Los días pasaban. Me costaba andar en bicicleta y hasta caminar.
Un día llevando una computadora para instalar en la casa de un cliente, por el profundo dolor, me costaba hasta presionar los pedales para manejar el auto.
Esa tarde fui a verlo al querido Dr. Gustavo Gasparini (Médico Traumatólogo), le comento lo que me sucedía y luego de retarme por haber dejado pasar tanto tiempo, me mandó a la Clínica Modelo a hacerme unas placas radiográficas. Mi amigo, el Dr. Juan Sepliarsky, luego de ver las primeras imágenes, me mira y me dice: «Dani, voy a repetir las placas».
Jamás olvidaré su mirada. «Llevale esto urgente a Gustavo», me dijo.
Las cartas estaban echadas. Era cáncer, pero no sabíamos claramente qué tipo de cáncer era.
Fuimos a verlo a Manolo Rodríguez y nos dijo: «Es necesario hacer una derivación urgente a Buenos Aires».
Fue la primera vez en la vida que me sentí al borde del precipicio. Mis hijos (Nicolás y Guido) tenían 12 y 13 años ¿cómo me iba a dejar vencer?
Tuve el apoyo total de la madre de mis hijos, toda su familia y amigos, nosotros teníamos que instalarnos en Buenos Aires y era necesario estar tranquilos de que los chicos estuvieran bien, algo fundamental para sortear los primeros difíciles momentos. Saber que nuestros hijos estaban a resguardo, con todo el apoyo afectivo y emocional, era importantísimo.
En 1998, cuando tenía 33 años, en el hospital Naval de Buenos Aires, luego de una biopsia de médula confirmaron el diagnóstico: Mieloma Múltiple (cáncer de médula) en estado avanzado. Tuve la suerte que una de mis hermanas era histocompatible y me donó parte de su médula.
El 5 de abril de 1999, luego de una quimioterapia durísima que se utilizaba en aquellos años, me realizaron trasplante alogénico. Fui uno de los únicos casos del mundo con mieloma a los 33 años, (ya que es un tipo de cáncer que se da en adultos mayores).
Estuvimos mucho tiempo viviendo en Buenos Aires. En aquella época no existían los celulares y la comunicación era más complicada. La distancia larga y la imposibilidad de viajar a Villegas hasta no estar un poco más recuperado, lo hacía imposible.
Fue una etapa muy difícil, pero siempre lleno de contención de familiares y amigos.
Uno de los oncólogos me dijo: «Con el trasplante tiramos la pelota 10 años para adelante Daniel. No es sencillo, pero tenés que pensar que estás luchando la Guerra de Vietnam, vas a ver de todo, pero a pesar de eso, no podés dejarte vencer, si querés sobrevivir tenés que ser fuerte y seguir adelante». Éramos un grupo de más de 10 pacientes ese día, sólo sobreviví yo. Las reacciones de injerto contra huésped, al no ser la médula propia, hacía estragos en nosotros, eran las primeras pruebas, todo era muy nuevo.
Actualmente tengo 54 años
Llevo 20 años conviviendo con la enfermedad, tuve la dicha de tener el apoyo de muchos amigos de mi Villegas amada, y de quienes formaron parte de mi vida personal que en diferentes internaciones y tratamientos fueron incondicionales. Jamás olvidaré a cada una de las personas que me acompañaron en diferentes etapas de este camino, la familia, los conocidos. Les estaré eternamente agradecido.
Uno con los años va aprendiendo de sus errores y con el diario de mañana se da cuenta de muchas cosas. Entiende que es necesario pedir perdón y perdonarse. Caminar con más cuidado, para no lastimar ni la hierba que brota en el camino y razona que la vida es un ida y vuelta, ¿cómo no voy a intentar darlo todo, con tanto amor que he recibido? Cuando estás sólo, y no tenés vivienda propia, todo se complica cuando la salud no acompaña.
Cómo he dicho muchas veces, la vida siempre te sorprende
Hace casi 9 años nos reencontramos con «la Negra» como yo la llamo. Estando en Villegas sueño después de 40 años que la veo caminando junto a su madre frente al Hospital Naval de Buenos Aires, lugar donde fui casualmente trasplantado. Esa noche cuando desperté de aquel sueño, sentí que podría estar ocurriéndole algo, que me necesitara, y decidí buscarla.
Verónica fue mi primera novia (la conocí cuando ella tenía 13 y yo casi 17). Desde aquel día estamos juntos, ella tiene unas pilas increíbles y eso me ayuda a no permitirme decaer.
Hace 4 años le diagnosticaron Maculopatía húmeda del único ojo que tenía visión, ya que desde pequeña tiene una atrofia en el ojo derecho. Perdió la visión central. Es una enfermedad progresiva e irreversible, pero a pesar de todo no se permite dejarse vencer. Y juntos nos apoyamos y acompañamos. Es una lucha en equipo y de esa manera se hace más fácil.
Estos tipos de enfermedades son duras, pero nosotros tenemos que ser más duros que la enfermedad. Mil veces me miré al espejo, en los momentos más duros y le decía al cáncer: vos pretendés matarme, pero te recuerdo que si lo lográs, vos morís conmigo.
Llega un punto que hasta se bromea con estas cosas, mis nietas del corazón se ríen de mi calvicie, o juegan con mi corset como si fuera un bombo plástico de la plaza. Y tienen en claro que el abuelo puede tener momentos en que está cansado, o feliz y jugamos en la plaza, u otros días no tiene fuerzas… Todos se adaptan y se hace más digerible.
Quedábamos solo dos pacientes en Argentina de Mieloma con trasplante alogénico que sobrevivieron dos décadas. El año pasado falleció uno de ellos, de nacionalidad china.
Con esta enfermedad, supervivencia y características, quedé solo.
Durante estos últimos veinte años he pasado por situaciones diferentes, varias recaídas, internaciones, quimioterapias. Momentos de alegrías y profundas tristezas. Angustias y depresión, al punto de pensar ¿para qué seguir luchando?
Comprendí que cada uno de nosotros lleva su mochila, cada uno tiene su lucha, dificultades, obstáculos que superar.
Podemos luchar solos y morir en el intento, pero también podemos luchar acompañando a otros a hacer más liviano el camino.
«Ningún copo de nieve cae en el lugar equivocado»
Cuando yo tenía 20 años, a mi padre le diagnosticaron Mesotelioma Difuso, un raro tipo de cáncer muy agresivo que le tomó parte del estómago y la pleura. Lo vi retorcerse de los dolores y llegué a pedirles a los médicos que le practicaran la eutanasia, a sabiendas que estaba prohibida en Argentina, para terminar con ese dolor.
Con el tiempo comprendí que hubiera sido un terrible error. Mi padre logró sobrevivir muchos años más, tenía una fuerza de voluntad increíble y estoy seguro que hubiera podido superarlo, pero ocurrió algo que jamás imaginó poder soportar, ver a su hijo mayor padeciendo la misma enfermedad.
Uno aprende, va creciendo de sus propias caídas, reconstruyéndose de las vivencias y los errores cometidos. Uno aprende, crece, avanza. Acierta y se equivoca.
Cuando escuché por primera vez la palabra cáncer, automáticamente la asocié a la palabra muerte. Creí que ya no me quedaba tiempo, que no tendría más posibilidades.
Empecé a transitar un largo camino de aprendizajes, de tratamientos médicos, plantas medicinales, intentar aprender de la sabiduría de nuestros antepasados, razonar que somos todos uno, que soy hombre, árbol, tierra, perro, mariposa, cielo y estrellas.
Entendí que para superar y crecer necesitaba comprender que mi vida es igual de valiosa que la de cualquier otro ser vivo del planeta, que jamás existió un decreto dándonos la potestad de ser los dueños del planeta. Que lo que daño, me daña y lo que sano, me sana. Que si te ayudo me ayudo, porque todo vuelve.
Siempre he tomado mis dificultades como aprendizajes, sin quejarme, aceptándolas y enfrentándolas. Estuve mucho tiempo movilizándome con muletas al comienzo de la enfermedad. En otra etapa con bastón trípode, cuando una de las drogas de la quimio me produjo fibrosis pulmonar. Mis días transcurrían con oxígeno permanente y hasta perder la visión por las profundas cataratas, consecuencia de las altas dosis de corticoides.
En todo este tiempo he pasado por todos los estados.
Cada una de esas dificultades pude ir superándolas, como en una carrera de obstáculos. Pero me sirvió para entender y empatizar con quienes tienen capacidades diferentes, respiratorias incapacitantes, disminuidos visuales o motrices.
¡Si nos pusiéramos una vez al día en el lugar del otro!
Si camináramos con los ojos cerrados por la calle para entender a un disminuido visual; si intentáramos recorrer o viajar por las ciudades teniendo discapacidades motoras; si nos faltara el aire y necesitáramos movernos con una manguerita de oxígeno para poder vivir; entenderíamos que los que están sanos tienen todas las posibilidades del universo, pero no se dan cuenta.
Muchos viven una carrera ilógica de intentar tener más, sin disfrutar las pequeñas cosas de la vida, las que son realmente valiosas.
A diario me comunico vía WhatsApp, Messenger, Facebook con personas no sólo de nuestro país, sino también de Chile, República Dominicana, New Jersey, Miami, Brasil, Paraguay, Suecia, España, Puerto Rico, Cuba, México entre otros, compartiendo experiencias, tratamientos médicos y alternativos que he aplicado y me ayudaron a sobrevivir tantos años. Intento darle fuerzas y buenas energías a quienes comienzan con estas dificultades de salud, diferentes tipos de cáncer, fibrosis pulmonar, etc.
He pasado por todas las situaciones, siempre cumpliendo a rajatabla con las indicaciones y tratamientos médicos que complementé con yoga, meditaciones positivas, hoóponopono, la energía de los árboles y los animales, códigos de grabovoi y sanadores, alimentación alcalina mientras el cáncer estaba activo, eliminé el azúcar y la leche de vaca, mucha fruta y verdura licuada, agregar a mi alimentación plantas medicinales como el aloe vera, el kalanchoe, la raíz de cúrcuma y jengibre entre tantas otras. Siempre informándome para tener en claro las cantidades permitidas, porque como en cualquier otro tratamiento, los excesos pueden ser tóxicos. Por eso hay que informarse, leer, probar con pequeñas cantidades al comienzo, para tener en claro que uno no es alérgico, cumplir los días de consumo y 15 o 20 días de descanso.
Todo hacerlo con respeto y cuidado. Intentar tener la mente positiva. Yo me he repetido infinidad de veces mientras caminaba con muletas o bastón «tengo mis huesos sanos, mi cuerpo sano, cada uno de los órganos sanos», y así, los enumeraba mientras caminaba, concentrado en el pensamiento. Creyendo que estoy sano, a pesar de las radiografías, tomografías o estudios que se presentaran.
Necesitaba creer en mí, que podía.
Yo cuento mi historia e intento que a quienes les pueda ayudar, les sirva. Sé que hay personas que sienten que es una falta de respeto decirle a un paciente con cáncer: «Si pensás en positivo, no te vas a morir», o «si te morís es porque no hiciste bien tal cosa o tal otra», porque me lo han dicho alguna vez, pensando que no tendría una respuesta.
Y si… tengo una respuesta, que seguramente a más de uno de ustedes les va a doler.
«Ningún ser humano tiene la plena seguridad de despertar mañana», por eso aunque mis médicos me hubieran querido hacer entender que moriría, siempre me sentí con las mismas posibilidades que cualquier otro, hasta el más sano.
Podemos intentar ayudar los tratamientos, estar lo mejor posible para sobrevivir, para seguir adelante, para disfrutar las pequeñas cosas con la salud que tengamos, porque a pesar de todo no sé si te diste cuenta que: ¡Estás vivo!
Con los años entendí que la vida es como un bingo gigante donde constantemente van saliendo bolillas, de diferentes características, con distintas posibilidades que mágicamente jamás podremos saber. Por eso tenemos que disfrutar, vivir, estar con la gente que amamos, ser felices, con lo que tengamos, como estemos, con el suero, o una manguerita de oxígeno, o ciego, o sordo, o manco.
Cómo sea, estamos vivos, mientras no nos toque la bolilla estamos vivos, nosotros y las personas que amamos, ¿entendés?
Para el dueño del bolillero no hay edades, sexo, estados.
Cuando salga la bolilla, puede ser justo la de ganarte la lotería, o la de enamorarte, o la de conseguir un gran empleo o perderlo, o enfermarte, morir, o sanar.
Nunca lo sabremos, porque es como los chocolates de los niños, la vida viene con sorpresa.
Y siempre te sorprende, por eso es importante intentar, luchar, enfrentar, no dejarse vencer y aceptar.
Sé que no es sencillo, todos tenemos nuestros momentos de bajón, pero debemos intentar reaccionar rápido, razonarlo, no dejarnos dominar por el ego, darnos cuenta que es una trampa de nuestra mente para no dejarnos ser felices y disfrutar lo que tenemos en el estado que estemos.
Haceme caso, viví. No desperdicies ni un segundo de esta vida. Algún día, como cualquiera de ustedes, seré solo un recuerdo. Tal vez comprendas que para muchas cosas mañana puede ser tarde. ¡Viví!»