La historia de Pamela Sánchez, una banderolense de 39 años, tejida con nostalgia, valentía y amor, revela las complejidades y alegrías de emigrar.
Desde su pueblo natal del partido de General Villegas hasta su vida actual en Villanueva de Córdoba (España), Pamela narra su travesía con una mezcla de humor y sinceridad: «La migración está muy romantizada. No todo es color de rosa».
Pamela creció en Banderaló, un pueblo de 1.500 habitantes en la provincia de Buenos Aires. Sus recuerdos están impregnados de una juventud libre y comunitaria: «Los domingos de fútbol eran clásicos. Íbamos a la cancha, éramos de Juventud… una adolescencia sana, llena de amigos». Estudió peluquería y estética en Santa Rosa, y a los 31 años se mudó a Córdoba (Argentina), donde abrió un local con una amiga. Pero la pandemia truncó ese proyecto, y en 2023, impulsada por clientas que hablaban de España, decidió cruzar el charco.
El salto a España: entre el miedo y la esperanza
El 15 de febrero de 2023 Pamela aterrizó en Madrid con una maleta y el apoyo de Raquel Alderete, una compatriota que se convirtió en su ángel guardián: «Sin el empuje de Raquel, no sé si hubiera venido. Me acogió en su casa, me buscó en el aeropuerto… casi sin conocerme». Su primer destino fue el País Vasco, donde el paisaje la enamoró: «Es bellísimo, como un cuadro pintado: montañas verdes, casitas… pero me perdía con el GPS. ¡Las calles son diagonales, nada que ver con Banderaló!».
Pamela destaca los desafíos poco contados de emigrar. Los trámites migratorios le tomaron seis meses, y la realidad laboral fue dura: «Subís un currículum y ves que mil personas ya lo hicieron. No es fácil estar ilegal». Además, el sistema de salud española la sorprendió: «Para ver a un especialista, debes pasar por el clínico. En mi pueblo, el trato era seco… hasta sentí discriminación». Hasta la comida fue un reto: «Pedí un lomo pensando que era de vaca… ¡era de cerdo! Me costó acostumbrarme».
El amor en Córdoba: Manuel y la feria que lo cambió todo
En mayo de 2023, durante la Feria de Córdoba -un evento de música, baile y tradición-, conoció a Manuel, un español que le robó el corazón. La app Bumble fue el puente: «Nos citamos un miércoles, pero no nos vimos. Al sábado, lo encontré en la feria… y ahí empezó todo». La comunicación no fue fácil: «Él habla rápido, con acento andaluz. Al principio no nos entendíamos, pero nos reíamos mucho». Manuel viajó a Argentina para conocer su mundo, incluso bailando en una batucada de Villegas: «Le hicieron un traje, aprendió a tocar en una hora… fue el más feliz».
Su vida en Villanueva de Córdoba: entre quejas y gratitud
Hoy Pamela vive en Villanueva de Córdoba, un pueblo de 8.000 habitantes. Aunque extraña el dulce de leche y los asados, valora la calidez de su nueva familia: «Mi suegra me trata como una reina. Manuel es mi compañero; descubrí una versión de mí que no conocía». Aunque el calor extremo (hasta 40°C) y la burocracia la exasperan, viajar con Manuel la reconcilia: «Conocimos Portugal, Asturias, Galicia… viajar es nuestra terapia».
En Villanueva de Córdoba, Pamela encontró más que un novio: una segunda familia. Su suegra, a quien describe con cariño, se convirtió en un pilar esencial: «Me atiende como si fuera mi mamá. Si digo que quiero arroz, al día siguiente lo tiene listo. Soy muy afortunada». Este vínculo contrasta con las historias de otros migrantes que, según ella, suelen refugiarse en comunidades latinas. Para Pamela, integrarse a la cultura local fue clave: «Ellos son lo mejor. Me enseñaron que pertenecer no es perder tus raíces, sino sumar nuevas».
Al mirar atrás, Pamela aconsejaría a su yo migrante: «Investiga mapas, aprende el GPS… y ten paciencia. Los miedos se superan con terapia y tiempo». Reconoce que la migración es un aprendizaje constante: «Cada 3 horas pienso: ¿Qué hago aquí? Pero luego recuerdo que las raíces viajan con uno».
Pamela Sánchez encarna la dualidad del emigrante: añora Banderaló pero celebra su presente. Con su peluquería en pausa y Manuel a su lado, resume su viaje con una sonrisa: «No soy de aquí, ni soy de allá… pero llevo a Argentina en cada palabra que digo». Su historia, entre quejas y gratitud, es un testimonio de que migrar no es huir, sino construir un nuevo hogar con pedazos del alma.
Qué extraña de Argentina, y qué no
Entre risas, confiesa que lo que menos añora es el tráfico caótico: «En Argentina nadie frenaba. Acá me siento una reina cruzando la calle… aunque todavía me asusto si veo un auto eléctrico silencioso». Valora la seguridad española: «La gente usa joyas carísimas como si fueran latas. No esconden el teléfono ni la cartera. Esa paz no tiene precio».
Pero la nostalgia golpea en las pequeñas cosas: «Extraño las juntadas espontáneas, donde no importa si hay platos o vasos. Acá todo se planea: ‘Mañana a las 5 en el café’… Allá era: ‘Vení, comé’». La informalidad argentina choca con la estructura española: «Aquí hasta para ir al médico te arreglas como si fueras a una fiesta. En Banderaló, íbamos en chancletas y nadie juzgaba».
Con humor ácido, Pamela resume sus recomendaciones: «Lo primero: terapia. Lo segundo: no venir con expectativas de Disney. La migración está llena de trámites y frustraciones». Insiste en la importancia de la legalidad: «Sin papeles, te explotan. Trae ahorros, porque conseguir trabajo es una guerra». Y recalca: «Si piensas que todo será perfecto, volverás en tres meses. Ven abierto a que la vida te sorprenda».
El sueño emprendedor vs. La realidad burocrática
Abrir su peluquería en España fue un choque. Compara con Argentina: «Allá, en Argentina, pagabas el monotributo y listo. Acá, el IVA, el alquiler, el autónomo… Declarar cada tres meses es una pesadilla». Tras seis meses, cerró: «Fue un alivio. Prefiero ser empleada: sueldo fijo, menos estrés». Su nuevo rumbo es holístico: estudia registros akáshicos y mediumnidad. «La peluquería me divierte, pero mi alma pide ayudar desde lo espiritual», reflexiona.
Pamela revela un giro místico: «Manuel lo manifesté en un ejercicio lunar. Hasta mi hermana encontró el cuaderno donde lo describí tal cual es». Para ella, emigrar fue parte de un plan mayor: «El alma sabe dónde debe estar. Aquí tuve tiempo para replantearme todo… En Argentina, vivía en una vorágine». Ahora, su meta es guiar a otros: «Ayudar a encontrar respuestas me llena. Es mi propósito».
¿Volver a Argentina? «Envejecería en las sierras de Córdoba»
Aunque Manuel sueña con probar la vida argentina («Quiere vivir al lado de Miguelito, el asador del pueblo»), Pamela duda: «España es mi presente. Pero si no me adapto, volveremos». Imagina un futuro entre ambos países: «Me veo como chamana, con turbante, viajando… Pero mi hogar es donde estén Manuel, nuestra perra y el gato rescatado».
Cuando vuelva, su primera parada será clara: «La panadería, por supuesto. Después, abrazar a mi gato y a mis papás… aunque el gato vendrá corriendo primero». Reconoce que la distancia le enseñó a valorar lo simple: «En Argentina insultábamos por todo. Ahora extraño hasta el olor del pasto recién cortado».
Pamela cierra con una sonrisa: «Volvería a hacerlo todo. Cada queja, cada trámite, me trajeron aquí: más sabia, más humana». Su historia, tejida entre raíces pampeanas y brisas andaluzas, es un recordatorio de que migrar no es renunciar, sino expandir el corazón. Como dice su amiga Raquel, quien le envió pastafrola desde el País Vasco: «El hogar no es un lugar, sino la paz que construyes donde estés».