Hay nombres que no necesitan presentación. En General Villegas, basta con decir “Malbrán” para que la memoria colectiva se active y se llene de imágenes, relatos y emociones. Raúl Malbrán fue mucho más que un futbolista, dirigente o poeta: fue un símbolo de pertenencia, un tejedor de comunidad, un hombre que supo escribir su historia y la de los demás, con tinta, con palabras y con hechos.
La cancha de Atlético Villegas lleva su nombre, y no es casual. Se trata de un reconocimiento ganado con esfuerzo, dedicación y un compromiso absoluto con el club que ayudó a fundar. Pero también con la cultura, la palabra y el sentido del humor que supo cultivar con elegancia y calidez. Su legado no solo está en el césped o los trofeos, sino en los textos que dejó, en las anécdotas que se repiten como leyenda y en la emoción que todavía despierta su recuerdo.
Infancia de privaciones, adolescencia de sueños
Raúl nació el 23 de julio de 1906. Su infancia fue dura, marcada por la muerte temprana de su padre cuando apenas tenía cinco años. Eran cuatro hermanos y una madre que no sabía leer ni escribir, pero que cosía, lavaba y planchaba para sacar adelante a su familia. Como tantas mujeres de la época, fue el sostén silencioso de una casa donde la adversidad convivía con la esperanza.
En ese contexto, Raúl creció entre la necesidad y la curiosidad. Con algunos hermanos lejos y una madre dedicada al trabajo doméstico, fue forjando su carácter con tenacidad. Su primer contacto con un mundo más amplio se dio en la estancia “La Marión”, donde su madre trabajaba como cocinera. La estancia pertenecía a la familia Brown, de origen inglés, y allí Raúl entró en contacto con una cultura distinta, marcada por la cortesía, la disciplina y la lectura. Aquella experiencia, sumada a su propia inteligencia y sensibilidad, terminaría de moldearlo.
Era un lector voraz. Todo lo que pasaba por sus manos lo leía. De allí vino su facilidad para escribir y expresarse, no por formación académica sino por pasión autodidacta. Su formación fue la lectura, su universidad fue la vida.
Atlético Villegas: más que un club, una extensión del alma
Tenía apenas 15 años cuando fue uno de los jóvenes fundadores del Club Atlético Villegas. En esos años de comienzos del siglo XX, los chicos se reunían en la esquina de Belgrano y Moreno –donde hoy está el Banco Provincia– y soñaban con tener un equipo propio. Con ahorros y mucho entusiasmo, compraron 11 camisetas, 11 pantalones, un inflador y una pelota Belgrano. Así nació Atlético. El nombre surgió, cuenta la leyenda, cuando alguien comentó: “¡Mirá qué estado atlético tenés!”. Y así quedó.
Raúl no solo fue jugador y capitán, también fue un pilar institucional. Ganó múltiples campeonatos y presidió el club durante dos períodos. “No hablaba de Atlético –recordó su sobrino Román Alustiza–, hablaba de él Atlético”. Esa identificación emocional y vital revela hasta qué punto Malbrán vivió el club como una parte de sí mismo.
El terreno donde hoy está la cancha fue adquirido durante aquellos primeros años. Pertenecía a la empresa tabacalera Nobleza Piccardo, y su compra marcó un hito para la institución. Raúl estuvo ahí, en cada paso.

La palabra como herencia
Pero su figura no se agota en el fútbol. Fue poeta, ensayista, narrador y cronista. En cada reunión familiar se paraba a recitar versos, dedicaba poemas personalizados, hacía gala de un humor fino y una memoria envidiable. Estaba casado con María Luisa Alustiza, hermana del padre de Román, y juntos formaban parte de aquellas fiestas familiares multitudinarias de once hermanos y decenas de sobrinos. En esas mesas largas, Raúl brillaba.
La lectura, la escritura y la palabra hablada fueron sus herramientas. Sus cartas semanales a Villegas –cuando vivía en La Plata– eran esperadas como pequeños editoriales. Quería saber todo: del club, de la ciudad, de la política, de los partidos. Era un cronista informal del alma villeguense.
Trabajó como escribiente en el Registro Civil local. Luego, por cuestiones de salud, se trasladó a La Plata. Allí, su casa en la calle 21 entre 67 y 68 fue un refugio para villeguenses de paso, un centro de gestión de trámites y una usina de anécdotas. Su espíritu hospitalario se transformó en leyenda entre quienes lo visitaron.
Anécdotas que lo pintan de cuerpo entero
Román, su sobrino y compañero de recuerdos, lo retrata con afecto y admiración. Una de las historias más simpáticas que compartió es la del segundo nombre de su tío. Durante años, las cartas llegaban firmadas por “Raúl A. Malbrán”, hasta que un día Román preguntó qué significaba la “A”. Cuando le revelaron que era “Apolinario”, comenzó a escribirle: “Querido tío Apo”. La respuesta no tardó: una carta de dos páginas justificando el origen griego del nombre, vinculado al dios Apolo, y afirmando que se necesitaban atributos especiales para llevarlo.
Otra anécdota inolvidable ocurrió durante una entrevista por su cumpleaños número 90, realizada por el periodista Edgardo Bonetto. En un pasaje, Raúl afirma conocer a Román porque “trabajaba en la cárcel de Olmos y él había tenido un desliz”. Bonetto no sabía si hablaba en serio o no, y esa confusión fue parte del encanto. Raúl manejaba el humor con tanta naturalidad que sus bromas quedaban flotando entre la risa y la duda.
Un amor incondicional
En aquella entrevista de 1996, conservada como un tesoro, Malbrán dijo que nunca fue hincha de otro club que no fuera Atlético. Que era un apasionado del fútbol y que cada temporada admiraba al equipo que jugara mejor. Opinaba con fundamento, sin fanatismos, pero con un amor indeleble por su club.
También contó que no recordaba cuándo se había retirado exactamente, porque volvió a jugar varias veces, cuando hacía falta. Ese espíritu de entrega lo acompañó toda la vida. En La Plata, mantuvo vínculos fuertes con amigos y familiares, pero siempre con un ojo y un oído puestos en Villegas.
Falleció el 24 de julio de 1998, un día después de cumplir 92 años. Tuvo tres hijos –María del Carmen, Silvia y Raulito– y varios nietos. Su figura sigue presente. Cada vez que alguien entra a la cancha que lleva su nombre, cada vez que se recuerda una de sus historias o se repite una de sus bromas, Raúl vuelve a vivir.
El eco de su voz
El ciclo Goyo, el Memorioso, conducido por Román Alustiza, le dedicó una edición completa. Fue un homenaje sentido, cálido, lleno de detalles. Y al final, se escuchó la voz de Raúl, grabada casi treinta años atrás, hablando de su club, del fútbol y de la vida.
Esa grabación no solo conmovió: confirmó lo que todos sabían. Raúl Malbrán no fue un hombre común. Fue un hombre extraordinario, en el sentido más noble del término. Y como tal, su historia no termina en una fecha ni en una crónica: sigue viva, porque sigue inspirando.
General Villegas guarda su memoria con respeto. Y cada jueves, cuando Goyo revive a los personajes que dejaron huella, Malbrán está ahí, entre las páginas, las anécdotas y las emociones. Porque algunos hombres no mueren: se transforman en memoria colectiva.