En el GPS de esta semana hablamos con Benjamín Moneta, que no cruzó el océano persiguiendo únicamente una oportunidad profesional. En su viaje de General Villegas a Barcelona lo impulsó algo mucho más profundo: el deseo de transformar la vida de otros. Con una mezcla de convicción, sensibilidad y energía, este joven villeguense logró materializar un proyecto que combina deporte, inclusión y comunidad. Hoy, con apenas tres años de radicado en Cataluña, es cofundador y presidente de Barcelona Powerchair Fútbol Club, una entidad que le abrió la puerta al deporte a personas con discapacidad motriz severa que utilizan sillas de ruedas eléctricas.
La historia comenzó mucho antes de su llegada a España. Desde pequeño, Benjamín aprendió a mirar el mundo con ojos inclusivos. Creció en una familia que vivió de cerca la discapacidad: su hermano fue cuadripléjico y falleció cuando él aún era un niño. Aquel dolor, lejos de paralizar, se convirtió en motor. Sus padres, junto a otras familias, canalizaron el duelo fundando Aderid, una institución villeguense que lleva décadas trabajando por la integración de personas con discapacidad. Esa impronta familiar caló hondo y se convirtió en una brújula que marcaría muchas de las decisiones futuras de Benjamín.
Después de egresar del Instituto María Inmaculada en 2007, se trasladó a Buenos Aires para iniciar sus estudios universitarios. Comenzó la carrera de Contador Público, pero pronto se dio cuenta de que su camino iba por otro lado: en 2010 se cambió a Recursos Humanos, carrera de la cual se graduó y que hoy ejerce en una multinacional con base en Barcelona y casa matriz en Estados Unidos. Esa experiencia le dio herramientas para moverse en estructuras organizacionales complejas y liderar equipos. Pero el llamado del compromiso social seguía latente.
Fue un amigo quien, años atrás, lo acercó por primera vez al Powerchair Fútbol en Buenos Aires. Asistió como voluntario a un torneo y quedó profundamente impactado. “Vi un deporte donde no importaba tanto el grado de discapacidad, sino el vínculo entre el jugador y su silla, la estrategia, el trabajo en equipo. Era emocionante. Y también profundamente justo”, relató.
Durante la pandemia, desde Villegas y siguiendo el rastro de sus inquietudes, se inscribió en un posgrado en Gestión de ONGs en la Universidad de Barcelona. El programa era híbrido y podía cursarse a distancia. Esa fue la oportunidad perfecta para trazar un nuevo rumbo. En diciembre de 2021, ya vacunado y con su título en mano, se subió a un avión y aterrizó en la ciudad que siempre lo había cautivado.
El plan era claro: estudiar, trabajar y, sobre todo, impulsar un proyecto social ligado al deporte adaptado. Lo que no imaginaba era que terminaría creando desde cero el primer club de Powerchair Fútbol de Cataluña, junto a otros cinco socios fundadores –entre ellos, otro villeguense, Alejo Cabezas–. Se contactaron con potenciales jugadores, diseñaron el escudo del club –una salamandra del Montseny, animal característico de la región y en peligro de extinción–, desarrollaron su identidad visual y construyeron la estructura legal de la entidad. A fuerza de convicción y horas de trabajo voluntario, nacieron los “Tritones de Barcelona”.
En apenas tres años, el club pasó de tener un jugador interesado a contar con 14 inscriptos, dos equipos, lista de espera y un sentido de comunidad que traspasa la cancha. “Lo más emocionante es ver cómo los jugadores se apropian del club. Muchos dicen que esperan toda la semana el entrenamiento. Eso habla de la necesidad y del impacto emocional que tiene esta propuesta”, sostuvo Benjamín, emocionado.
Los entrenamientos se realizan en un polideportivo ubicado en Esplugues de Llobregat, a casi una hora del centro de la ciudad. Allí se reúnen niños, adolescentes y adultos –el más joven tiene 9 años; el mayor, 59–, sin distinción de género ni de condición. Todos comparten una pasión: jugar, competir y sentirse parte de algo más grande. “Somos una familia, la familia tritona”, repite Benjamín.
El camino no ha sido fácil. Montar un club desde cero, gestionar las inscripciones, conseguir recursos para las sillas –que cuestan cerca de 10 mil euros cada una–, garantizar el espacio físico y consolidar un cuerpo técnico, demanda tiempo, dedicación y una red de apoyo. A eso se le suma la reciente responsabilidad de presidir la Asociación Española de Powerchair Fútbol, que nuclea a los 13 clubes existentes en el país. Desde ese lugar, Benjamín impulsa una política de profesionalización y expansión federal. Sueña con que más comunidades autónomas adopten la disciplina y que cada vez más personas con discapacidad puedan tener la posibilidad de jugar.
“El objetivo no es solo desarrollar futbolistas. También trabajamos en la empleabilidad de los jugadores. Algunos ya se desempeñan como asistentes técnicos o administrativos dentro del club. Buscamos que puedan tener un desarrollo integral”, explicó.
La competencia internacional también forma parte de la agenda. En 2026 se disputará el Mundial de Powerchair Fútbol en Argentina y España se jugará la clasificación en septiembre de este año, en una Copa de Naciones con otras nueve selecciones europeas. Francia, Inglaterra y Estados Unidos son las potencias. Argentina, que ya está clasificada por ser sede, se posiciona entre las mejores. “La ilusión de que un jugador nuestro llegue a la selección nacional es muy fuerte. Sería un reconocimiento enorme a tanto esfuerzo colectivo”, comentó.
En paralelo, Benjamín continúa con su trabajo en recursos humanos, vive con su pareja –una joven brasileña que también colabora con el club– y mantiene viva su conexión con Villegas. Cada visita al país es una oportunidad para recargar energía, visitar a su mamá, reencontrarse con amigos y volver a las calles que lo vieron crecer.
Aunque Barcelona lo adoptó, su corazón sigue latiendo con tonada villeguense. “Siempre tengo un pie en Villegas. Nunca se desarma la valija del todo”, dice, parafraseando a Hernán Casciari. Su historia, marcada por la sensibilidad, la entrega y la capacidad de generar impacto real, es una muestra de que emigrar no es solo un acto de aventura o necesidad: puede ser también un acto de transformación.
Con cada partido, cada entrenamiento y cada nuevo jugador que se suma al club, Benjamín Moneta reafirma una convicción: la inclusión no es un discurso, sino una acción concreta. Y en ese camino, el deporte puede ser una poderosa herramienta para cambiar el mundo.