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martes, octubre 7, 2025
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Walter Baragiotta: el ídolo de Eclipse que también fue campeón fuera de la cancha

La historia de Walter Baragiotta: crack del fútbol villeguense y luchador contra el alcoholismo

Pocos nombres generan tanta admiración en el fútbol de General Villegas como el de Walter Baragiotta. Hijo de Victorio e Irma, mayor de cinco hermanos, inició su camino en Atlético pero escribió su historia en Eclipse, donde fue emblema de “La Maquinita”, ese equipo inolvidable de los años 60 que deslumbró con juego, goles y personalidad.

El niño rubio que jugaba de volante derecho, con una habilidad natural para la gambeta, creció con sacrificios. Asistió a la Escuela 3, dejó la primaria para ayudar en su casa y trabajó como albañil desde muy joven. Era una familia humilde y numerosa, y como hermano mayor debió asumir responsabilidades tempranas. Pero en la cancha era otra historia: pasaba uno, pasaba dos, pasaba tres, y costaba quitarle la pelota. Tito Paviolo y Daniel Betanzo, sus socios futbolísticos, lo recuerdan como una pieza clave del equipo que llevó a Eclipse a la cima del fútbol local.

Un jugador que inspiró cambios

Walter no solo fue querido por sus hinchas. También fue temido por sus rivales y respetado por los entrenadores. Su influencia en el juego motivó a técnicos a repensar esquemas tácticos. Su presencia obligó a cambiar el libreto defensivo de toda la Liga, y en parte, abrió paso a nuevos sistemas. Su capacidad de desequilibrio desde el mediocampo, su visión de juego y su atrevimiento para encarar lo convertían en un jugador impredecible, de esos que rompen moldes.

Fue un jugador distinto. Muy flaco, usaba dos pares de medias y redecilla para el pelo. Algunos decían que era por coquetería, otros aseguraban que era para controlar la transpiración. Cuentan que un día se quemó la pierna en un accidente con su moto y jugó igual. El utilero le vendó la pierna sana para confundir a los rivales. Así era Walter: impredecible, desafiante y, sobre todo, apasionado. La anécdota de esa moto y su viaje a Banderaló para ver a Marta, su futura esposa, muestra el costado romántico y arriesgado de su personalidad.

Una vida agitada, marcada por el talento y la rebeldía

Durante su carrera, integró aquel equipo de Eclipse que muchos consideran uno de los mejores de la historia local. “La Maquinita” no solo era efectivo, era vistoso. Tocaban, gambeteaban, definían. Era fútbol en estado puro. Oreste Crusat, presidente del club durante décadas, lo consideraba su niño mimado. Lo iba a buscar a la casa para que no faltara a los partidos, y la propia madre de Walter lo cubría cuando todavía no había regresado de una noche intensa.

Después de su paso glorioso por Eclipse, jugó en Nueva Galia, en San Luis, en ligas independientes, en La Pampa, y terminó su carrera en Sportivo, donde fue compañero de Grillo Moruzzi. Ya veterano, compartía charlas con jóvenes que lo admiraban y escuchaban sus historias. Amaba el fútbol y lo demostraba con cada pase, cada gambeta, cada conversación en la plaza donde vendía rifas.

Con Tito Paviolo, Daniel Betanzo y Pedro Laburu
Un carácter difícil y una caída dura

Fuera del campo, su vida tuvo altibajos marcados por el alcoholismo. Se casó con Marta Rois, con quien tuvo dos hijos, Ariel e Ivana. Fue una relación intensa, sostenida por el amor, pero finalmente afectada por la adicción. Marta, una mujer fuerte, lo acompañó hasta que el desgaste fue demasiado. Fue en ese momento cuando Walter tocó fondo, reconoció sus errores y decidió pelear una batalla mucho más dura que cualquier clásico futbolero.

Fue un hombre autocrítico, que asumió sus errores sin rodeos. Su vida dio un giro cuando comenzó su recuperación. Con el apoyo de su entorno, del padre Wesner y de Alcohólicos Anónimos, Walter no solo logró salir adelante sino que dedicó sus años posteriores a ayudar a otros que atravesaban la misma enfermedad. Participó activamente en reuniones, dio charlas, se puso al servicio de quienes necesitaban una palabra de aliento dicha desde la experiencia.

El legado más allá del fútbol

Durante muchos años se lo vio arreglando pelotas en la plaza, vendiendo rifas, cobrando suscripciones, siempre con la pelota cerca. Su lenguaje directo y provocador servía como herramienta para llegar al fondo de quienes más lo necesitaban. No era un especialista de manual. Hablaba desde la experiencia, desde las heridas. Desde la lucha ganada.

Walter, además, tenía una pasión oculta: el tango. Tenía cientos de cassettes y discos de pasta, y cantaba en privado. Era su refugio, su espacio íntimo.

Una vida de dos tiempos

En el fútbol fue ídolo, niño mimado de Eclipse. En la vida, fue un sobreviviente. Aplaudido por los goles, y luego aplaudido por vencer a su peor enemigo: él mismo. Sin estridencias, sin vanagloriarse. Su mayor orgullo fue haber vencido al infierno y haber ayudado a otros a salir. Fue desvinculado del Banco Nación en 1976, pero nunca dejó de buscar su lugar en la sociedad, hasta el final.

En sus últimos años, se lo podía ver en la plaza, siempre disponible para una charla. A muchos les reparó una pelota, a otros les regaló una historia. Algunos lo recordarán como el mejor ocho de Eclipse, otros como el hombre que les tendió una mano cuando más lo necesitaban. Y esa doble dimensión –la deportiva y la humana– es la que lo convierte en inolvidable.

Por eso, Walter Baragiotta sigue siendo parte de la memoria afectiva de Villegas. Por su fútbol y por su ejemplo. Por haber sido campeón en la cancha, y también campeón de la vida.