General Villegas volvió a recibir a una de sus hijas que decidió volar lejos, con una valija de 23 kilos y un cúmulo de sueños que no sabían aún dónde iban a aterrizar. Abril Farías Simón, que partió en diciembre de 2021 hacia Polonia para una experiencia de au pair (programa de intercambio cultural que permite a jóvenes vivir con una familia en el extranjero a cambio de ayudar con el cuidado de los niños y tareas domésticas ligeras), regresó ahora por unos días a su pueblo natal, cargada de historias, aprendizajes y nuevos horizontes. La última vez que había pisado su tierra había sido hace dos años, en una visita fugaz. Hoy, su presente es el de una joven de 24 años, licenciada en Relaciones Económicas Internacionales, que supo abrirse camino en un país con un idioma complicado, costumbres distintas y desafíos constantes.
El reencuentro con su gente fue tan emotivo como necesario. Las calles siguen intactas, pero su mirada ya no es la misma. “Soy otra persona, con los mismos valores, pero con otra forma de ver las cosas”, asegura. El regreso trajo asados, mates compartidos y largas charlas con familiares y vecinos que, en algunos casos, son como familia. También la nostalgia de saber que la estadía es breve y que pronto llegarán las despedidas.
Un viaje que se convirtió en proyecto de vida
Abril partió con un plan inicial de trabajo y estudio. Vivir en Cracovia le permitió conocer nuevas culturas y recorrer Europa: Italia, España, Francia… Lugares que, como ella misma señala, en Argentina parecen lejanísimos, pero que en el Viejo Continente se alcanzan con un vuelo de dos horas. Sin embargo, más allá de las postales turísticas, su vida allá está marcada por la adaptación constante. El idioma polaco fue una de las primeras barreras: durante los primeros años, las conversaciones eran para ella como un ruido de fondo. Hoy entiende mucho, pero reconoce que la pronunciación sigue siendo un reto.
En lo cotidiano, comparte un departamento en Cracovia con su pareja, Bartek, con quien convive desde hace un año y medio. La convivencia intercultural trae anécdotas curiosas: él utiliza el balcón como heladera en invierno, mientras que ella prefiere guardar todo dentro del refrigerador. Él cocina tortillas de papa y milanesas al estilo argentino, y ella evita los platos típicos polacos cargados de vinagre y cebolla. Son ajustes pequeños, pero reveladores de cómo dos mundos distintos pueden convivir bajo un mismo techo.
La danza como puente con sus raíces
A nivel profesional, Abril se encuentra en búsqueda activa de empleo en su área de estudios. Mientras tanto, sigue dando clases de español, una actividad que comenzó durante la universidad, y participa en un grupo de danza que actúa en eventos. Allí baila de todo: desde samba y carnaval hasta flamenco y jazz lírico. “La danza es lo que más extraño de Argentina y lo que me mantiene con los pies en la tierra”, confiesa.
La joven también ha formado en Polonia una “familia elegida”: amigos argentinos que cumplen el rol de padres adoptivos, preguntándole si comió o si lavó la ropa, y una amiga que la acerca a las tradiciones argentinas con alfajores, tortas fritas y pan dulce para las fiestas. Mantener esos lazos le permite llevar un pedacito de su tierra a miles de kilómetros de distancia.
Un logro académico con sello argentino
Su tesis de grado fue un análisis macroeconómico de la pobreza en Argentina en los últimos 20 años, un trabajo que defendió el 9 de julio, Día de la Independencia. Para ella, esa fecha tuvo un doble significado: independencia académica y personal. El orgullo de recibirse lejos de casa se mezcla con el recuerdo del esfuerzo que implicó: trabajar 45 horas semanales, cursar la universidad los fines de semana y estudiar en los huecos que dejaba el resto de sus obligaciones.
Crecida en el barrio La Trocha de Villegas, Abril valora el esfuerzo como parte fundamental de su identidad. Recuerda las mañanas de lluvia cruzando calles de tierra inundadas para no faltar a la escuela. Esa determinación, que la llevó a destacarse en sus estudios, es la misma que aplicó para adaptarse a un país donde no conocía a nadie y cuyo idioma no entendía.
Desafíos culturales y realidades distintas
En Polonia, la realidad social le mostró otro aspecto de la vida europea: el machismo presente en ciertas costumbres y la rigidez de una sociedad muy católica, especialmente en los pueblos pequeños. Abril aprendió a marcar su lugar y exigir respeto por su cultura, sin dejar de lado el entendimiento hacia la del otro. También vivió de cerca el impacto de la guerra en Ucrania: la llegada masiva de refugiados, la competencia laboral y una inflación que, aunque baja para parámetros argentinos, preocupa a los polacos.
En lo personal, se define como “ciudadana del mundo”, pero aclara que sigue siendo de pueblo. Cuando le preguntan de dónde es, responde con orgullo: “De un pueblito al noroeste de la provincia de Buenos Aires”. Su hogar sigue siendo Villegas, aunque no descarta formar uno nuevo en algún otro país.
Sueños que siguen creciendo
A futuro, sueña con viajar más -Grecia, Portugal, Nueva Zelanda- y, si regresa a Argentina, no descarta involucrarse en política local para mejorar aspectos como la burocracia y la organización. No romantiza la emigración. Reconoce que hay soledad, que se extrañan las charlas con mate y que las dificultades pesan. Pero también sostiene que son precisamente esos momentos los que más la han fortalecido: “Aprendés más fallando que cuando todo sale bien”.
Hoy intenta vivir el presente, disfrutar de cada momento y no pensar tanto en el mañana. “Me doy tiempo para pausar, para compartir con la gente que quiero. La ansiedad de pensar en el futuro todavía está, pero la voy trabajando”, admite.
Abril Farías Simón es el reflejo de una generación que se anima a salir de su zona de confort para construir su propio camino, con aciertos y tropiezos, con la certeza de que la experiencia vale más que quedarse con la duda de qué hubiera pasado. Desde las calles tranquilas de Villegas hasta las plazas nevadas de Cracovia, su historia es la de una joven que no se conforma con mirar el mundo desde lejos: prefiere caminarlo, bailarlo y hacerlo suyo, paso a paso.