Nacido en 1915, criado entre ocho hermanos y con un físico privilegiado, José Antonio Navarro se destacó en el boxeo, brilló en Atlético Villegas, fue campeón en México y se convirtió en uno de los primeros argentinos en vestir la camiseta del Real Madrid. Después, eligió regresar a General Villegas, formar una familia y vivir como un vecino más, aunque su historia quedó grabada a ambos lados del Atlántico.
José Antonio Navarro nació en General Villegas, hijo de Antonio Navarro y Luisa Cánovas, en una casa donde crecieron ocho hermanos: tres mujeres –Catalina, Luisa y Aurora– y cinco varones –César, José Antonio, Tomás, Alberto y Hernán–. La familia se sostuvo a fuerza de trabajo y, desde chico, “el gordo” o “el tanque”, que de gordo no tenía nada, mostró un físico distinto: alto, esbelto, de presencia imponente, rozando el metro ochenta y cinco.
Se educó en la Escuela N°3 y, como tantos pibes de la época, debió salir temprano a ganarse el mango. Pero su cuerpo marcó el camino: empezó a boxear y al mismo tiempo se enamoró del fútbol, en tiempos en que el amateurismo permitía combinar guantes y botines en la misma semana. En el ring le fue tan bien que se consagró campeón argentino de novicios y cada presentación suya era un imán para el público: potencia, agilidad y carisma arriba del cuadrilátero.

Del boxeo al cinco clásico de Atlético Villegas
Mientras sumaba triunfos en festivales de la zona y en la Capital, Navarro entendió que su verdadera pasión estaba en la pelota. Dejó el boxeo y se calzó la camiseta de Atlético Villegas, donde debutó siendo apenas un adolescente, alrededor de 1932. Integró un equipo memorable, multicampeón de la Asociación del Oeste, que encadenó títulos en 1931, 1932 y 1933, y que luego estiró la racha en 1934 y 1935, cuando él ya no estaba.
Jugó como volante central, el clásico número 5, dueño del mediocampo: fuerte, inteligente para leer el juego y con una presencia que imponía respeto. Desde Villegas dio el salto al fútbol grande: Atlético lo transfirió a Newell’s Old Boys de Rosario en 1939. Allí se topó con un peso pesado en su puesto: Ángel Perucca, uno de los mejores mediocampistas del país y titular de la Selección Argentina, lo que limitó sus chances de continuidad en la Primera “lepra”.
Sin embargo, su nombre empezó a circular y fue a préstamo a clubes de peso en la región y en el exterior: Nacional de Montevideo, Gimnasia y Esgrima de Mendoza, Olimpo y otras instituciones que hoy no figuran en las enciclopedias virtuales, pero que formaron parte real de su derrotero futbolero, más allá de los errores que todavía se leen en internet.
Campeón en México y salto inesperado al Real Madrid
A mediados de los años 40, Navarro viajó a México para jugar en el Club Marte, donde se consagró campeón, incluso del tradicional “campeón de campeones”. Su rendimiento en el fútbol mexicano llamó la atención y marcó el punto de inflexión de su carrera.
Cuando terminó su contrato, decidió cruzar el océano Atlántico y probar suerte en España. Apenas aterrizó en Barajas, directivos del Real Madrid se enteraron de que había llegado un argentino que venía de destacarse en México. Lo fueron a buscar al aeropuerto y lo ficharon de inmediato. Navarro se convirtió así en el tercer argentino en vestir la camiseta merengue, después de los hermanos Ciriaco y Fernando Sañudo (Saraguren en la memoria popular) y mucho antes de nombres como Di Stéfano, Valdano, Higuaín, Redondo o Di María.
Jugó en el Real Madrid entre 1947 y 1949, integró planteles que ganaron la Copa del Rey y compartió equipo con figuras de la época. No fue un futbolista de estadísticas abrumadoras ni goleador –jugaba de mediocentro, lejos del arco–, pero su presencia en uno de los clubes más importantes del mundo elevó su nombre a una dimensión que pocos villeguenses alcanzaron. Durante años, incluso, existió en el Santiago Bernabéu un palco vitalicio que llevaba su nombre: José Antonio Navarro.

Amor vasco, regreso a Villegas y una familia entre dos orillas
En España conoció a Evangelina Bilbao e Ibáñez, una joven vasca elegante, de gran porte, que vivía en Bilbao. Se enamoraron, se casaron alrededor de 1951 y tuvieron una hija, Amaya, nacida en territorio español. Después de su etapa en el Real Madrid, Navarro decidió volver a la Argentina: regresó a General Villegas con su esposa y su pequeña hija y se instaló definitivamente en la ciudad.
En Villegas nacieron sus otros dos hijos, José Antonio y César. Navarro dejó la elite del fútbol, se dedicó al transporte y se mostró como un vecino muy familiero: salidas al cine, paseos con los chicos, y largas charlas en el bar Los Ases de la calle San Martín, donde, mientras la mayoría pedía vino, él se distinguía con su cerveza negra. En la recta final de su carrera futbolística, jugó un año en Sportivo y luego asumió como director técnico del club, transmitiendo su experiencia europea a los pibes del pueblo.
Falleció muy joven, a los 52 años, el 12 de mayo de 1967. Tras su muerte, Evangelina permaneció un tiempo en Villegas y luego decidió volver al País Vasco con sus tres hijos. Desde entonces, la familia Navarro repartió su historia entre Bilbao, el pequeño pueblo costero de Mundaca –donde vive hoy Amaya– y los recuerdos imborrables de General Villegas.
Orgullo villeguense a través de las generaciones
Décadas después, los hijos de José Antonio y la hija de César eligieron tramitar la nacionalidad argentina por la carga afectiva que representaban los relatos de sus padres sobre Villegas. Mientras muchos argentinos soñaban con el pasaporte español, ellos quisieron sumar el documento celeste y blanco como un gesto de identidad hacia la tierra donde su padre había nacido, jugado a la pelota y soñado con una vida mejor.
Hoy, la familia Navarro sigue ligada a General Villegas: sobrinos y sobrinas caminan las mismas calles que “el Tanque” recorría de joven. Y desde el País Vasco, las nuevas generaciones envían mensajes emocionados, recuerdan una infancia feliz en el pueblo y agradecen el cariño de la gente. Detrás del dato “frío” –el primer argentino en integrar un plantel del Real Madrid– late una historia profundamente villeguense, hecha de bar, cine, caminos de tierra y nostalgia compartida a ambos lados del océano.

