El artista bungense Walter Lovagnini regresó al distrito luego de participar del Festival Internacional de Arte en Qatar, una experiencia que definió como “difícil de explicar con palabras” y que lo atravesó tanto en lo profesional como en lo personal.
Durante varios días, Lovagnini y su familia se sumergieron en una cultura completamente distinta, compartiendo espacios con artistas de cerca de 70 países y recibiendo un reconocimiento inesperado: una de sus obras fue declarada Patrimonio Argentino y quedó de manera permanente en ese país.
El viaje comenzó con el impacto inicial de llegar a Doha, una ciudad que describió como “un universo paralelo”. Rascacielos vidriados, autos de lujo circulando a diario y una infraestructura que parece sacada de una película formaron parte del primer asombro. “Muchos me preguntaban si era como se ve en las novelas turcas. Sí, es así. Ellos viven así y nos abrieron las puertas para que también lo viviéramos nosotros”, relató.
Pero más allá de lo material, Lovagnini destacó la calidez humana. Contó que desde el primer día se encontró con una sociedad hospitalaria y respetuosa. “Salimos del hotel para orientarnos y una pareja se nos acercó para ayudarnos. Nos marcaron qué lugares no podíamos perdernos. Y eso se repitió todo el tiempo: gente muy sencilla, a pesar del nivel económico que tienen”, señaló.
Un festival sin competencia y un reconocimiento histórico
El evento se desarrolló en el Katara Cultural Village, un enorme complejo dedicado exclusivamente al arte y la cultura. Allí convivieron escultores, pintores y escritores de distintas partes del mundo. Lovagnini integró un grupo de 18 argentinos, mientras que otra delegación nacional sumó cinco artistas más.
Una de las particularidades que más lo sorprendió fue que el festival no tuvo carácter competitivo. “No se competía entre países ni entre obras. Desde el garabato más simple hasta la obra más cara del mundo, todos teníamos el mismo lugar y el mismo reconocimiento. Eso fue muy fuerte y muy lindo”, explicó.
En ese contexto llegó el momento más emotivo del viaje. El embajador argentino en Qatar, Guillermo Nicola, decidió que una de las obras de Lovagnini quedara de manera permanente como Patrimonio Argentino. “Me dijo que, aunque los embajadores suelen llevarse los presentes cuando terminan su gestión, quería que mi obra quedara representando a la Argentina. Fue real, me hicieron un contrato y quedó para siempre. Todavía me cuesta creerlo”, confesó.

Encuentros inesperados y aprendizajes culturales
Durante la muestra, el artista mantuvo diálogos con embajadores diplomáticos, referentes culturales e integrantes de familias influyentes del país. Relató, por ejemplo, un encuentro casual que terminó en una charla distendida con un embajador extranjero, compartiendo un café y mate argentino. “Tomó mate, algo que allá no conocen. Son momentos que uno jamás imagina vivir”, dijo.
El respeto por las costumbres locales fue otro aprendizaje central. Lovagnini explicó que antes de saludar a mujeres referentes del evento consultaban cómo hacerlo para no incomodar. “Algunas permitían el saludo con la mano, otras preferían un gesto a distancia. Nosotros nos adaptábamos. La clave era el respeto”, afirmó.
También se mostró sorprendido por los niveles de seguridad y honestidad cotidiana. “Veías gente dejar carteras o documentos sobre una mesa y volver al rato sin que nadie los tocara. Si perdías algo, te lo llevaban a la recepción. Es otra educación”, señaló.
La vida diaria en Qatar: horarios, comida y costumbres
La familia debió adaptarse a horarios y hábitos distintos. Las actividades artísticas comenzaban por la tarde, ya que alrededor de las 16.30 anochece completamente. “Ellos cenan temprano, a las siete ya estábamos comiendo”, contó.
La gastronomía fue otro desafío. “La comida era muy picante. Terminamos a ensaladas porque no lo soportábamos. Después supimos que el catarí no come tan picante, pero si el chef es indio, sí”, explicó entre risas. Aun así, destacó la limpieza y el orden en todos los espacios.
En cuanto al consumo de alcohol, señaló que está muy restringido y es extremadamente caro. “Un porroncito de cerveza costaba unos 50 dólares. Así que fueron días muy saludables: todo agua”, bromeó.
Puertas que se abren y un posible regreso al Museo local
Tras el reconocimiento internacional, comenzaron a llegar invitaciones para participar de nuevas muestras en el exterior. “Ahora hay que analizar cada propuesta, ver costos, condiciones y tiempos. Esto recién empieza y hay que ordenarse”, sostuvo.
Consultado sobre la posibilidad de exponer nuevamente en General Villegas, Lovagnini valoró especialmente el nivel del Museo Carlos Alonso. “Siempre digo que debería llamarse galería. El nivel que tiene es altísimo y no muchos lugares le llegan a los tobillos”, afirmó, dejando abierta la puerta a una futura muestra local con un formato innovador.
Finalmente, remarcó el rol central de su familia. “Sin el apoyo de ellos no podría haber hecho nada de esto. Son el primer filtro, los que opinan, los que acompañan y te empujan. Esto es de todos”, concluyó.
De regreso en Bunge, Lovagnini intenta ahora “bajar a tierra” lo vivido, ordenar ideas y proyectar lo que viene. Lo cierto es que su paso por Qatar no solo dejó una obra argentina en Medio Oriente, sino también una experiencia que marcó un punto de inflexión en su recorrido artístico.

