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miércoles, diciembre 31, 2025
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Piedritas en los años 40; Personajes y gente del pueblo / Por Luis Camelino

Piedritas, en la década del cuarenta, era un pueblo pequeño pero lleno de vida, donde todos se conocían y cada esquina tenía una historia. Si uno comenzaba el recorrido por el lado este, lo primero que aparecía era el primer almacén del pueblo. Cruzando la vía estaba el almacén González Crespo, donde trabajaba Baragiotta. Tenía un sobrino que asistía a la escuela: travieso, mentiroso y bastante pícaro.

Su primera gran anécdota quedó grabada en la memoria del pueblo. Por portarse muy mal, mi madre —que era la directora de la escuela— lo llevó a la dirección. En un descuido, el chico abrió la ventana y se escapó, corriendo hasta su casa. Allí le dijo a su padre que en la escuela lo habían encerrado en un sótano. El padre, indignado, fue al colegio a increpar a mi madre, quien con total calma le respondió:

—Señor Baragiotta, en el colegio no tenemos sótano.

El chico terminó siendo reprendido por su padre.

Siguiendo por la primera calle al este del pueblo vivían unos polacos carpinteros, pegados a la casa de Merlin, que también era carpintero, un hombre de unos treinta años. En esa cuadra había muchas casas viejas, varias ya deshabitadas. Más adelante vivía la familia Roldán, gente de campo. Al llegar a la otra esquina estaban dos hermanos solteros de apellido Manzanera. Uno era Lucio Tello, bajito, guitarrero y bastante pendenciero; el otro era su hermano, apodado “El Toro”, don Ramón, alto, rígido, con el cuerpo lleno de balas. Cuando se caía había que levantarlo como si fuera un tirante de madera.

Esa esquina había sido muchas cosas: despacho de bebidas, boliche y, en otros tiempos, comité conservador, al que concurrían todos con la gorra colorada. Enfrente estaba el tambo de los Bustamante, el lechero. Su mujer llamaba la atención por su gran volumen: una mujer grandota que siempre se la veía sentada.

Siguiendo derecho se llegaba a la feria, con muchos corrales, dirigida por don Molinari, un señor muy distinguido, siempre impecable en su vestir. Al final de la cuadra se extendía una gran ranchería de piso de tierra, propiedad de unos barraqueros poco apreciados en el pueblo por su carácter cerrado y por alquilar esos ranchos a precios altos a gente muy pobre. Allí vivían los Prola, los Sobico, los Fritz y los Corbalán. A estos últimos se los culpaba de un misterio que inquietaba a todos: por las noches caían cascotes enormes sobre los techos de los ranchos. Nadie sabía de dónde venían. Una noche, incluso, uno de esos cascotes cayó muy cerca de un grupo de policías reunidos allí.

Luis Aldebrando Camelino

Los policías salieron con linternas que alumbraban a dos cuadras, pero no encontraron a nadie. La gente del pueblo se reunía en la esquina frente a la escuela, alrededor de las nueve de la noche, para escuchar el ruido de los cascotes cayendo. Nunca se supo quién los tiraba ni desde dónde.

Cerca de la herrería de Faya había un bar muy concurrido, y pegado a él una edificación donde funcionaba la peluquería del Turco. Allí me mandaban a cortar el pelo. El Turco era muy cariñoso; a mí no me gustaba que me diera tantos besos. En los fondos de esas edificaciones vivían muchas familias, como en conventillos. En el bar se reunía el Macho Binaghi, hermano del delegado del pueblo y gran amigo de mi padre. Una de las anécdotas que contaba era cuando, junto con su hermano Tito, le pusieron al tío mierda de gallina en el bigote mientras dormía la siesta. El tío era un hombre alto, serio y de carácter durísimo. Al despertarse salió insultando a todos. Ellos se escondieron durante un mes, seguros de que, si los encontraba, los mataba.

En esa misma manzana estaban los fondos de la familia Gómez, con un patio hermoso, cerrado por ligustros y colmenares cultivados por Pepita, la esposa de Felipe Gómez. Lindando se encontraba la escuela del pueblo.

Yo llegué a Piedritas con apenas seis meses de vida, cuando mi madre se hizo cargo de la dirección de la escuela. El edificio estaba prácticamente destruido: un solo salón, el molino caído por un ciclón, sin agua y con un solo baño. Ante semejante abandono, surgió la idea de formar una Comisión Cooperadora. Así, alrededor de 1932, se creó la primera Cooperadora de la escuela, con el apoyo de los comerciantes del pueblo.

Fue presidente don Pablo Bongiovanni, acompañado por don Luis Penacino, don Jesús Gómez, Felipe Gómez, Pedro García, César Pesce, Zubillaga, Boiochi, don Simón Capazo, Sanlungo y otros. Gracias a la Cooperadora se construyeron dos aulas nuevas, baños y se levantó el molino, logrando agua para la escuela.

En 1943, tras diez años en Piedritas, mi madre fue trasladada a General Las Heras. Dejamos el pueblo con mucha pena. Quedó como directora interina la señora Adelaida Pérez, esposa del jefe del correo. En ese momento, el plantel docente incluía a María Inés Cusano en primer grado; la señora de Rostagno en segundo; la esposa del doctor Lambre en tercero; Emilce Pérez en cuarto; Adelaida Pérez en quinto, a cargo de la dirección; y mi madre en sexto grado, quien obtuvo la dirección titular justo cuando nos mudábamos, ya que al llegar a Piedritas la escuela solo tenía hasta cuarto grado.

La escuela número 13, hoy Fragata Sarmiento N.º 13, fue bautizada así por Eva Sanlungo, exalumna de mi madre e hija de un comerciante de ramos generales.

El pueblo estaba lleno de personajes entrañables: los Gómez, los Penacino, don Pablo Bongiovanni, Pedrín de la confitería, Pepe Aldabe, Molina, la viuda de Quaglia, Serra el carnicero, don Pedro García, Sanlungo, los Pinacho, Zanelli el farmacéutico, el doctor Lambre y tantos otros. Cada uno dejó su huella.

Piedritas era un pueblo de gente buena, donde no se toleraban personas indeseables. Un pueblo de puertas abiertas, de historias compartidas, de anécdotas que todavía hoy resuenan en la memoria. Un lugar donde crecimos, aprendimos y fuimos parte de una comunidad que, sin saberlo, estaba construyendo su propia historia.

El pueblo sin asfalto, que tuvo tren y micro, y que hoy ya tiene su iglesia, plaza, dos clubes, y cementerio. El pueblo que no murió.

Luis Aldebrando Camelino
Nació en la ciudad de Gral. Villegas, Provincia de Buenos Aires el 20/12/1932, hijo de Alfredo Hernando Camelino y María Josefina Zucchi. Tenía un hermano Hugo Camelino. Pasó toda su infancia, desde los seis meses en Piedritas, Provincia de Buenos Aires donde su madre era Directora de la Escuela N°13.

Se mudan a General Las Heras, Provincia de Buenos Aires, ya que es trasladada a la Escuela N°1 donde Luis termina el sexto grado.

Su madre se jubila y se instala definitivamente en la ciudad de La Plata, donde Luis comienza a trabajar con su padre en el taller mecánico, ubicado en la calle 7 y 39, allí su hermano Hugo trabajaba como tornero.

Paralelamente comienza a estudiar en la Escuela Superior de Bellas Artes. Pintor, letrista, fileteador de micros y luthier de bandoneones.