Convocado por el Club Atlético para dar una charla sobre adicciones Gustavo Ballas pisó Villegas poco después del mediodía. Eduardo Irasola, flamante presidente de la Academia, no le dio tregua y en minutos estaban subiendo juntos las escaleras rumbo al primer piso de Actualidad. Los esperaba la gente de OVACION.
Se lo ve pleno a Ballas. Ya sin egos ni locuras de juventud. Lejos del campeón que fue, al que debió matar para vivir sin vanidades la vida de todos los días. Ahora es un hombre. Uno más. Un tipo común que le ganó a la vida.
Fue media hora de entrevista que pudieron ser diez. El diálogo ameno, fluído, recíproco. Las palabras que brotan. Y los recuerdos.
De aquella noche mágica ante el coreano Suk Chul Bae («Fue maravilloso, una pelea extraordinaria. Y con Nicolino Locche, mi ídolo, de abanderado. Creo que fue una de las peleas que más se asemejaron a la de Locche con Fuji) o otras aciagas, amargas, que le costaron su incipiente carrera de boxeador profesional.
«El público, la ovación, subir al ring… me temblaban las piernas. No existe ser frío ahí arriba. Suena la campana y si no pegás te pegan» rememoró.
«Por favor, no me comparen con Loche, que fue un grande de verdad. Solo él bajaba las manos y ponía la cara. Cuando me fui a Mendoza a boxear, un día volví a Villa María y nadie me creía en mi barrio que había hecho guantes con Locche», tomó vuelo hacia el pasado.
Y siguió: «Cuando Paco Bermúdez (legendario entrenador mendocino) me dijo ‘pibe, usted, el de Córdoba, prepárese que en 10 minutos va a hacer guantes con Locche casi me desmayo»…»cuando llegué a Mendoza, me presenté y le dije a Bermúdez: ‘quiero que me enseñe todo lo que le enseñó a Locche’ y me contestó: ‘Imposible pibe. A Nicolino nadie le enseñó nada. Lo trae del vientre de su madre».
A su lado, mirándolo como la primera vez está Miriam, la Tana, su mujer. «Hace 30 años que estamos juntos. Es el amor de mi vida», la halagó.
«Cómo no iba a estar en sus malos momentos si estuve siempre. El hubiera hecho lo mismo por mí. Yo entendí que él estaba enfermo. Hemos pasado cosas muy feas, pero cómo no le iba a dar una oportunidad. Todos estos años simplemente lo acompañé», le regala ella.
También lo rescató la gente de Villa María, su ciudad. «Se portaron de 10. No hubo uno que no me diera una mano», suelta conmovido Ballas, con toda su humanidad.
Aquel que supo llenar el Luna Park terminó -preso de las adicciones- asaltando a un taxista blandiendo un tenedor. «Es increíble esa historia. El tipo me dio un empujón y quedé duro como un turrón. Entonces me llevó a la comisaría e hizo la denuncia. Cuando me toman los datos y vio que era Gustavo Ballas se quería morir. Me iba a visitar a la cárcel, me llevaba la vianda. Quería levantar la denuncia y no podía hacerlo. Lloraba. Me pedía disculpas…».
La debacle lo encontró sin nada más que lo puesto. El campeón del mundo quedaba atrás y empezaba el mundo real. «Vivía de prestado en la casa de mi suegro. No me animaba ni a abrir la heladera. Nada me pertenecía. Pero nos pusimos las pilas con la Tana. Ella, que había viajado por el mundo y se había puesto las mejores pilchas salió a limpiar casas ajenas para que en la nuestra no faltara un plato de comida».
Hoy Ballas terminó la escuela primaria y va por la secundaria. Tiene avidez de conocimientos. Les pide a los pibes que más allá de sus condiciones para el deporte estudien. Insiste en eso.
«Tuve la suerte de poder salir. De a poco. Y comencé a a dar mi testimonio. Empecé por cuenta mía, en mi casa. Los padres traían a sus hijos con problemas. Me escuchaban. Hasta que se interesó ATILRA, el sindicato de los empleados de la industria láctea. Me capacité, hice cursos en las universidades de Córdoba y El Salvador. Mis compañeros eran todos profesionales… no entendía de qué hablaban. Pero no me achiqué. Hoy trabajo con equipos médicos», cuenta orgulloso.
La charla va y viene. Sin ejes ni línea de tiempo. Del pasado al presente y otra vez a empezar: «Los padres tenemos mucho que ver en este problema de las adicciones. Más de uno quizás no sepa qué hacer si se entera que su hijo consume drogas». «Yo me creía un artista, no un deportista». «Un día, en un café de Recoleta, vino un mozo a decirme que Néstor Fabián y Violeta Rivas preguntaban si podían compartir mi mesa. Otro día se acercó el representante de Maradona porque Diego quería sacarse una foto conmigo. Esas cosas lamentablemente se te suben a la cabeza. Hay que estudiar. Un boxeador ignorante es mucho más manejable», vuelve a la carga.
«¿Puedo cerrar con una palabra fuerte?», preguntó. ¿Si van caminando por la calle y ven mierda, la esquivan o la pisan? Bueno, cuando te ofrezcan droga también esquivala. Es mierda»