Este domingo se vivió una noche soñada en el patio de la Casa de la Cultura «San Genaro» y Biblioteca «Maestro Trombotto» de Emilio V. Bunge con la presentación del libro «Pequeña gigante. Memorias de ‘Clarita’ Gutiérrez, maestra del aula y de la vida». Hubo recuerdos, música y emociones. Actualidad comparte a continuación una crónica de Tomás Penacino sobre esta jornada de reconocimiento y homenaje a la docente.
“¡Portero, diga que no vio el reloj, que justo estaba limpiando los vidrios a fondo, y se le pasó la hora, pero… ‘porfi’ ¡no toque el timbre! Que esta clase magistral con la ‘señorita Clarita’ siga; que el tiempo se detenga y que este momento de cielo en la tierra que se vivió el domingo por la noche en Bunge, no termine!”.
Así está aún, transida de emoción mi alma, a varias horas ya de lo que fue la presentación del libro “Pequeña Gigante” en la casa de la Cultura “San Genaro” de Emilio V. Bunge, este 17 de enero.
Costó mucho llegar a este momento tan esperado y tal vez porque no fue fácil, fue valioso; un tesoro encontrado en medio de la niebla de la pandemia, con el sueño alterado por la posibilidad cierta de la muerte “rodeándonos la manzana”; con protocolos a cumplir y que dejaron afuera a última hora, a quienes se habían alistado de otras provincias, grandes cantores y amigos como Aldo Lamberti y Miguel Formini de Serrano, o Graciela Delfino que soñaba desde Rufino, poder estar al lado de su amada tía. También agregaba su cuota de incertidumbre un clima insólito de bajas temperaturas y la obligación de realizar el encuentro al aire libre.
“El gran Artista” sin embargo, decidió regalarnos a quienes pudimos darle gracias a Elena Clara Gutiérrez por tanta vida entregada, una tarde noche “pintada”; una velada con todos los tonos del amor, poniendo en fuga los grises con que la realidad pretende teñir los espíritus.
Rosana Vallejos, de la biblioteca “Maestro Trombotto” fue la encargada de dar la bienvenida y lectura a un saludo de Lilian Serrano. La profesora y escritora bungense, radicada en Piedritas, fue quien tuvo a su cargo no solo la tarea de corrección del libro, sino de escribir un breve y bello prólogo que Rosana se encargó de leer. Luego, fuimos recorriendo los capítulos del libro, en tanto se proyectaban las fotografías que figuran en la obra y las letras de las canciones para que se cumpliera uno de los lemas de Clara: “Hacer todo con todos”.
Con el acompañamiento de Mariela Garat en bombo, la música estuvo presente. No podía ser de otra manera para quien enseñó a cantar y bailar nuestro folklore a sus alumnos. Con la adaptación de su letra mencionando a Clara, la zamba Rosarito Vera, maestra, fue el primer “mimo” musical para la homenajeada. Los apuntes sentidos y graciosos fueron llevando de a poco a los corazones a cobrar altura. Llegarían los aportes desde el público, como serpentinas de cariño que se iban lanzando sobre la pequeña y amada humanidad de la docente nacida en Villa Sauze. Liliana Lovagnini la recordó coordinando los grupos de teatro estudiantil; la joven maestra Natalia Calderón, quien además es bibliotecaria en la Escuela N° 12, donde “Clarita” culminó su labor profesional, se acercó a brindarle su admiración solo por el hecho de haberla conocido a través de la lectura las páginas del libro. Darío Penacino entregó también su recuerdo y admiración a quien, como narró, hacían renegar cambiándole los textos de las obras de teatro. Resaltó también la gran versatilidad de Clara para intentarlo todo y hacerlo bien. Mariela Garat confirmó que sigue tras los pasos de su maestra amada. Siguió la música y la infaltable “Luna Tucumana” y la “Chacarera del Rancho” obras que sus alumnos conocieron por ella. A bordo del capítulo que narra sus viajes, nos fuimos por un ratito a Tucumán y le cantamos a esa luna de Simoca, que ella confesó haber visto, más esplendorosa que en ninguna otra parte. Cosquín la vio llegar repetidas veces a su festival y a las jornadas de talleres, de música en la “Próspero Molina” y tardes en el río. Es por eso por lo que propuse también viajar allí. En estos días con el mítico festival suspendido, donde las peñas están cerradas, el escenario “Atahualpa Yupanqui” a oscuras y en silencio y hasta el río parece menos rumoroso, “La zamba del cantor enamorado” nos transportó imaginariamente hacia el corazón del valle de Punilla. Había que cantarle a Santiago del Estero, a cuyas termas de Río Hondo, “Clarita” perdió la cuenta de las veces que fue. Esas “añoranzas” las hicimos chacarera desde la inmortal pieza de Don Julio Argentino Jeréz.
Vendría el momento del capítulo final, titulado en el libro “Maestra de la vida” y en representación de tantos que hemos sido modelados por esta escultora de la palabra, entregó un emocionado mensaje su sobrina y “hada protectora” Graciela Gutiérrez. Ella agradeció este homenaje a su tía, a quien señaló como la responsable de su vocación docente. Lanzó además una propuesta a la Casa de la Cultura: la de brindar en vida el homenaje que tantos protagonistas de la vida comunitaria merecen.
Como nuestra amiga en un momento había expresado que Balderrama era para ella LA ZAMBA, elegimos esa obra para el cierre de la noche pero, antes y como no podía ser de otra manera, la maestra entregó su última lección, su “tarea para el hogar”. Ante una platea enfundada en un silencio de escucha y veneración, todos nos fuimos hacia atrás en el tiempo, más aún cuando nos llamó: “Chicos” y sentimos que sí que en este presente volvíamos a hacer como niños ávidos de alguna hoja de ruta para transitar el camino que nos falta. Esto es lo que ella, a sus 94 años entregó con la frescura de una piba: “Me pidieron que me despida pero no sé despedirme. Todas las personas que están acá merecen mi recuerdo y mi cariño. Decirles que los quiero mucho y que esto me llena de orgullo porque somos capaces, sí de sentarnos y ponernos a cantar, y ponernos a hablar y ponernos a reír a carcajadas, porque lo sentimos. Seamos capaces de exponer siempre nuestra manera de ser, chicos; nuestra manera de expresar nuestro cariño al que tengo al lado. Una palabra de amor, una palabra de cariño vale tanto como un montón de billetes, pero duran más que ese montón de billetes. Por favor no se olviden de agradecer al que da. La verdad es que este momento, es para contabilizarlo, no sé en que cuenta maravillosa (…) Los quiero mucho, gracias con todo mi corazón. Ustedes saben que es necesario que nos juntemos para alabar, para sentirnos bien, para estar gozando de lo que puede gozar el otro”.
Mientras “La Viajerita” de Yupanqui comenzaba a flotar sobre la noche de Bunge, algún pañuelito enjugaba una lágrima y más de uno estaba allí, inmóvil en su silla, sin el mínimo deseo de marcharse.
Por eso le pido… ¡No toque el timbre portero! ¡Me quiero quedar aquí, con mis dos manos incrustadas en el mentón para seguir saboreando de las mieles de esa “pequeña gigante”, verdadero regalo de Dios, que nos invita a seguir creyendo en el poder transformador del amor hecho servicio!
Tomás Eduardo Penacino
Emilio V. Bunge, 18 de enero de 2021