”Cuida tus pensamientos, pues se volverán tus actos.
Cuida tus actos, pues se convierten en hábitos.
Cuida tus hábitos, pues se convierten en tu carácter.
Y tu carácter forjará tu destino”
El debate sobre la autoría de la frase, algunos la atribuyen a teólogos cristianos, otros a Buda, a Lao Tse e incluso a Gandhi, no le resta valor. Aquello que pensamos y hacemos, necesariamente forja nuestro carácter, y en consecuencia los resultados de nuestro día a día.
Por su parte, gran parte de los actos que llevamos adelante, están automatizados. El cerebro en su función por ahorrar energía y ganar eficiencia, sistematiza una enorme cantidad de acciones. Sería antieconómico, y hasta riesgoso, si tuviésemos que evaluar si conviene respirar o no, previo a cada inspiración. Del mismo modo, muchas de nuestras reacciones ante los riesgos del entorno también están sistematizadas.
Por ejemplo, previo a la comida envasada, la lectura de etiquetas, y demás advertencias sobre el mal estado de los alimentos, el hombre solamente contaba con su olfato. Este debía advertirle del mal estado de los alimentos, antes que un famélico neandertal, sin si quiera pensarlo, se atiborrará de carne putrefacta. De allí que nuestro sentido de olfato se conecte directamente a nuestro hipotálamo, y la evaluación de dicha información no sea procesado por el cerebro pensante. Por eso ni niños ni adultos pueden disimular su cara ante los olores fétidos. Es la herencia del más prehistórico de nuestros sentidos de supervivencia[1].
Esta misma lógica de economizar energía y tiempo por nuestro cerebro, es un arma de doble filo, y debe ser utilizada con cuidado. Sin darnos cuenta al repetir constantemente acciones, nuestro cerebro las interpreta como algo conveniente, algo que queremos, y de a poco comienza a re-escribir nuestro software cerebral a fin de que dichas acciones sean más fáciles, inconscientemente habituales.
Allí surge la necesidad de evaluar estos hábitos, y en su caso re diseñarlos. En su trabajo C. Duhigg (2013) [2] dice que los hábitos, son la respuesta del cuerpo a un deseo, o la creencia de la satisfacción de un deseo (en su trabajo en inglés utiliza el término Craving, que hace referencia a un ansia casi inconsciente, como cuando uno ansía algo dulce). A fin de satisfacerlo, el cuerpo estructura una rutina, esto es una conducta activa o pasiva que se desarrolla intencionalmente. Esta conduce a la consecución de alguna recompensa (en inglés se refiere el término reward). Este circuito se dispararía por una señal, que nos induce a comenzar esta rutina. Por ejemplo, cada vez que estamos en casa después de trabajar (señal), buscamos algo que nos entretenga (ansia), entonces comenzamos a comer galletas frente al televisor (rutina), lo que genera un pico de azúcar, nos entretiene con una actividad intelectual ligera y nos brinda una sensación de satisfacción (recompensa).
He aquí el riesgo, cada vez que el cuerpo este ansioso (por entretenimiento), y ve que se dispara la señal (esta aburrido después del trabajo), se activa inconscientemente la rutina (tirarse en el sillón frente al televisor), y llega la recompensa. Y se activa el ciclo (en inglés loop), acentuando la conducta.
Con la repetición de estos ciclos se acumulan los resultados. Ello desde que por más pequeñas que parezcan las acciones, estas construyen de a poco los resultados que cosechamos más tarde. Darren Hardy[3] lo hace tremendamente gráfico, imaginemos dos oficinistas imaginarios: el primero desayuna panceta cada mañana antes de ir a la oficina, y no hace ejercicio. El otro igual de constreñido por el tiempo, desayuna fruta y no hace más que 10 minutos de calistenia cada mañana (lo que no es nada para cualquier atleta o entrenador). Con esa sutil diferencia de cada mañana, ¿cómo estará cada uno de estos candidatos después de un año? ¿Después de dos? ¿Diez?
Es entonces que surge la necesidad de evaluar aquellos actos que hacemos de forma inconsciente, y tratar de evaluar si nuestras rutinas nos conducen a los resultados (recompensas) que satisfacen nuestros objetivos (ansias) reales, o simplemente, si estamos actuando fruto de hábitos adquiridos.
Duhigg plantea el siguiente protocolo. Primero identificar cual es el ansia que tenemos que gatilla aquella rutina que queremos evaluar (probablemente si la estamos evaluando es porque la entendemos negativa). En nuestro ejemplo, una satisfacción fácil de corto plazo. Segundo, generemos conciencia (en inglés el utiliza el término awareness que alude adicionalmente a un llamado de atención) de que estamos frente a señales que gatillan la conducta (tiempo libre sin saber que hacer). Tercero, incorporar rutinas sustitutas que satisfagan el ansia real (por ejemplo ir al gimnasio en lugar de mirar televisión comiendo).
Cundo nos ponemos a pensar, esta es la lógica que opera detrás de los grupos para el tratamiento de adicciones como alcohólicos anónimos. Se genera atención al adicto sobre las situaciones de riesgo en que es propenso a consumir (por ejemplo momentos de aburrimiento, soledad, o malas compañías), y luego se buscan rutinas sustitutas que remplacen la conducta a eliminar (como ser cambio de relaciones, incorporación de un nuevo hobbie o empleo, etc).
Así como estos pasos asisten al replanteo de los hábitos existentes que deseamos rever, la misma lógica aplica para aquellos que queremos incorporar[4]. Procederemos entonces a:
i. Identificar la rutina que invoca el hábito que queremos incorporar.
ii. Experimentaremos con recompensas que satisfagan nuestra ansia. Seleccionaremos 3 o 4 y guardaremos registro de lo que pasa con cada una.
iii. Identificaremos (y aislaremos) la señal (comenzaremos escribiendo tres ideas que nos vengan a la mente).
iv. Haremos un plan.
Ante la incorporación de cualquier hábito, el plan será modesto. Esto no implica conformase con poco o ser mediocre, sino pensar en pequeños avances. Los pequeños logros apalancan pequeñas mejoras en patrones que permiten a las personas pensar que mayores logros no están fuera de su alcance. Si podemos imaginar que los nuevos hábitos son posibles, se tornan fáciles, y pueden incorporarse en el largo plazo. Si por el contrario nos fijamos metas muy pretensiosas, sin estar adecuadas a nuestra realidad actual, el sacrificio parecerá alto, y los cambios serán abandonados cuando aparezcan obstáculos.
Cuan diferente es proponernos levantarnos 15 minutos antes para realizar algunos estiramientos frente al televisor, que despertarnos 90 minutos antes para salir a correr cada mañana. En la mayoría de los casos la primera propuesta se adecuará más a la agenda diaria de una persona ocupada. La segunda, aunque muy válida y recomendable, se tornará difícil cuando los compromisos sociales las noches anteriores, o el invierno y la lluvia, nos tienten a quedarnos en la cama.[5]
Este ejemplo introduce un segundo elemento, el todo o nada. Continuando con el ejemplo de levantarnos por la mañana para entrenar, la peor trampa del cerebro es convencernos con cualquier excusa que no hay posibilidad o conveniencia de hacer lo planeado, y de allí que convenga no hacer nada. Lo opuesto, por el contrario, es lo correcto. Si por cualquier motivo, me he quedado dormido y ya no puedo completar la rutina planeada, sigue siendo mejor que no hacer nada, al menos hacer la mitad, la tercera parte, o al menos elongar un poco. Lo mismo se aplica al resto de nuestras actividades. Si tenemos un trabajo pendiente, es mucho más conveniente, aunque no tengamos todo el tiempo disponible para completarlo hoy, al menos comenzarlo. Esto ya nos dará un grado de satisfacción que nos incentivará a continuarlo cuando este el tiempo, y a su vez, hará que haya menos pendiente. Aun cuando no sepamos exactamente qué hacer, comenzar a hacerlo, hará que las ideas adecuadas vengan a nuestra mente para el trabajo[6].
Es en ese sentido que, advertidos de la sistematización de nuestros actos, debemos utilizar dicho mecanismo para incorporar las rutinas que nos conducen a nuestros objetivos.
Ello como dijimos, detectando nuestros patrones de hábito (ansia, señal, rutina y recompensa), y diseñando un plan, progresivo, de largo plazo, que no caiga en la trampa del todo o nada. Y debemos empezarlo, evitando el circulo viciosos de la “parálisis por sobre análisis”[7]. Como dijese Will Durrant e 1926, y no Aristóteles, “Somos lo que reiteradamente hacemos. La excelencia entonces, no es un hecho, sino un hábito”.
[1] Para leer más sobre este tema, recomendamos la amena lectura de Bachrach, Estanislao, Ágil mente, Ed. Conecta, Buenos Aires, 2012.
[2] Sección basada principalmente sobre Duhigg, Charles, The power of habit, William Heinneman, London, 2013, y el material del Posgrado sobre Bienestar Existencia de la Universidad de Leuven, Bélgica.
[3] Para más ejemplos, y propuestas, recomendamos la lectura de Hardy, Darren, El efecto compuesto, Vanguard Press, USA, 2012.
[4] Tal como hiciere el equipo de Football Americano los Colts, al rediseñar su plan de entrenamiento, o la empresa Alcoa. Confer. Duhigg, Charles, Op.Cit, Apendix A.
[5] En 589. Atomic Habits : An Easy and Proven Way to Build Good Habits and Break Bad Ones, Huffington Post, New York, 2018, se muestra como los pequeños habitos se incorporan más rápido, y pueden ser mantenidos mejor que las grandes pretensiones al haber menos excusas. Del mismo modo este autor sostiene que hay tres hábitos, que mantenidos en el tiempo generan un efecto cascada positivo en el resto de las costumbres del día a día, con gran impacto en la fuerza de voluntad. Son: hacer ejercicio, leer, y alimentarse de modo sano. Una vez que se incorporan dichos hábitos, es más fácil incorporar otros. Lo mismo se sostiene en Glei, Jocelyn K, Manage your day to day: build your routine, find your focus, and sharpen your creative mind, Amazon Publishing, 2013. Donde varios autores afirman que la frecuencia de la acción creativa, no solo favorece la creatividad, sino que permite nuevas conexiones.
[6] “(…) When I was in high school, my math teacher Mr.Packwood used to say, “If you´re stuck in a problem, don´t sit there and think about it, just start working on it. Even if you don´t know what you are doing, the simple act of working on it will cause the right ideas to show up in your head” (…)” Manson, Mark, The Subtle Art of Giving a Fuck, Harper Ed., USA, 2016. En el mismo sentido, mi profesor de Hec Paris, Michel Safars, nos instaba a lo mismo. Cuando haya trabajo que hacer, y uno no tenga ganas, al menos dedicarnos a trabajar sobre el tema quince minutos, y sintiendo que hemos sido productivos con el asunto, el mismo se tornará más fácil, y habrá menos posibilidad de postergarlo continuamente..
[7] Enamait, Ross, Infinite Intensity, Ed. Ross Enamait, U.S.A. 2005.
(*) Profesor e Investigador Doctoral en Análisis Económico del Derecho, Mercados Regulados, Teoría de la Conducta, y Tecnología Aplicada. Abogado, Master en Administracción de Empresas, Derecho y Economía.