Este será el último fin de semana del Circo de las Américas en General Villegas. Habrá funciones el jueves y el viernes (20.30 horas), el sábado, el domingo y el lunes feriado (18 y 20.30 horas). Diario Actualidad te invita a conocer la historia detrás del maquillaje de payaso.
En la pista son payasos, malabaristas, acróbatas, presentadores, motociclistas del globo de la muerte y todo lo que el espectáculo del Circo de las Américas demande. Pero cuando la función se termina y las luces de la carpa y la música se apagan, ellos se quitan el maquillaje y se convierten en Fabián, Tomás y Braian, tres jóvenes con historias distintas pero con un mismo amor: la vida del circo.
Braian tiene 17 años y, a pesar de que todas las semanas se encuentra en una ciudad distinta, sigue cursando sus estudios secundarios. «En todos los pueblos me anoto por el tiempo que estamos. En todos los colegios me toman un trabajo práctico y de ahí te llevas una nota. De todos los colegios tenés que tener una nota porque cuando cierra el trimestre te cierran con esas notas. Cambiar siempre de profesores y de compañeros es difícil, pero a mí me gusta», cuenta Braian.
Tomás tiene 21 años. Viene de una familia de artistas circenses y sus hermanos trabajan en circos. Abandonó la secundaria y su casa a los 15 años, cuando decidió irse a Chile a trabajar en un circo junto a uno de sus hermanos. «Siempre pienso qué haría si no estuviera en el circo. Mi idea es continuar acá, seguir haciendo lo que me gusta, progresar. Quiero seguir en el circo porque es lo que me gusta, lo que me dejó mi familia y lo que yo quiero para mí», dice Tomás.
Fabián tiene 20 años. Arrancó esta vida a los 13 años, cuando fue a ver la función de un circo en el que trabajaba su hermano. «El circo te atrapa, es algo mágico. Iba a la función, me sentaba y disfrutaba del espectáculo. Me llamó la atención el globo de la muerte, todo lo que contiene el circo. Arranqué haciendo copos de nieve en ese mismo circo, después me metieron a manejar las torres de luces. Luego me fui a otro circo, y éste es el tercero», explica. Fabián terminó la primaria cuando era «estable» (así denominan ellos a los que no trabajan en el circo) pero dejó la secundaria.
Martín está del otro lado del escenario. Ahora se dedica a la publicidad y difusión de las funciones del circo, pero durante muchos años fue artista y recuerda la adrenalina que se sentía en la pista. «Yo soy 4ta generación de familia de circo. Mi bisabuelo arrancó en la época en que se hacía mitad obra de teatro, mitad espectáculo circense. Mi familia tuvo el circo Lowandi, con más o menos 80 años de trayectoria. Soy nacido y criado en el circo. Mis 3 hijas, con excepción de la menor, nacieron estando en gira con el circo, como yo, como mi papá y como mi abuelo», detalla Martín.
Tiene una casa en Villa Yacanto (Valle de Calamuchita, Córdoba), pero la tiene alquilada. «Me hice la casa ahí porque me gustó el lugar. Mi mamá también tiene su casa allá. Viví ahí dos años, que es lo máximo que aguanté fuera del circo. Empecé a extrañar y volví. El tío de mi compañera es el dueño de este circo y nos ofreció venirnos para acá», relata.
La vida en el circo
En promedio, el Circo de las Américas recorre unos 300 o 400 kilómetros al mes, visitando una localidad distinta cada fin de semana. Se trabaja el viernes, el sábado y el domingo, y el lunes ya se parte hacia nuevo destino.
Esta cantidad de kilómetros mensuales puede variar según los habitantes: si se trata de una ciudad grande se quedan 2 o 3 semanas, y si es un pueblo pequeño emigran luego de un fin de semana de trabajo.
«No somos de hacer viajes muy largos. A veces hacemos viajes de 120 o 130 kilómetros. Si hacemos un viaje de 500 o 600 kilómetros estaríamos perdiendo una semana de trabajo. Aparte nosotros viajamos a una velocidad de 60 kilómetros por hora», cuenta Fabián.
Sin embargo, más allá de los constantes cambios de localidad, la vida en el circo tiene su rutina. Luego de las funciones los artistas tienen franco el día lunes, pero el martes ya arrancan los ensayos y los preparativos para el fin de semana que viene. Los artistas se sacan el maquillaje y se convierten en soldadores, herreros, electricistas, albañiles y todo lo que se necesite para las próximas funciones. Por supuesto, también hay tiempo libre para comer un asado, jugar al fútbol, conocer gente nueva, salir a tomar algo, jugar a la Play Station, charlar sobre algo de la función o simplemente reunirse entre todos para pasar un buen rato.
La vida en el circo tiene una extraña particularidad: los artistas viven en el trabajo (cada cual tiene su propia casilla) y los compañeros de trabajo son, al mismo tiempo, parte de la familia.
«Nos ayudamos entre todos. Si alguien está complicado vamos y lo ayudamos. Somos compañeros, somos una familia. Por supuesto, y como en toda familia, hay peleas; pero son peleas tontas», comenta Tomás.
«El circo es un barrio con ruedas. No es que somos de otro planeta o nos peleamos distinto a como se pelea un vecino con otro vecino. Pero en este circo hay compañerismo y no va más allá de una discusión», agrega Martín.
Pero en el circo también surgen historias de amor: Fabián está en pareja hace más de 5 años, con una acróbata que conoció en el Circo de las Américas; mientras que Martín y su mujer están juntos desde hace 13 años, cuando trabajaban en el circo de la familia de Martín.
Por su parte, Tomás y Braian son solteros y los galanes del grupo, pero saben que corren un riesgo: en alguno de los tantos pueblos que visitan, alguien les puede robar el corazón. «Es difícil. Tratamos de no enamorarnos porque estamos viajando. Pero cuesta», dicen entre risas cómplices.
El circo te da y te quita
Elegir este tipo de vida puede ser duro, sobre todo para los más jóvenes. El circo los aleja de sus amistades, de sus familias. Cuando todos salen a bailar los sábados por la noche o van a pasear a la plaza el domingo, el cirquero está trabajando.
«Me gusta jugar al fútbol, de chico iba a jugar al fútbol en un club de barrio llamado ‘El Taponazo’. Siento que si estaría en mi casa estaría jugando al fútbol en algún club», reconoce Fabián.
«La familia. Yo estuve acostumbrado a estar con mi familia hasta los 15 años. Me pasa de extrañar mi casa, mi abuela, el afecto de mi familia. Pero es lo que uno elige», agrega Tomás.
«Las amistades. Yo iba al colegio estable. El domingo nos juntábamos en la plaza y el sábado íbamos a bailar. Pero el circo yo lo elegí, me gusta, pienso que voy a estar siempre acá», sostiene Braian.
Martín puede contarla desde el otro lado. Porque nació y creció en un circo y, ya grande, se fue a vivir a Villa Yacanto. «No elegiría otra vida que no sea esta. En esos dos años me terminé dando cuenta que el circo es todo, es mi vida. Extrañaba mucho, me agarraba muchos bajones. Tenía que ver la otra parte para darme cuenta que el circo era lo que yo quería. Era rarísimo estar un domingo a la tarde mirando un partido de Boca, cuando a esa hora estábamos en plena función. O estar a la noche mirando algo en la tele o cocinando en la parrilla un sábado. Me parecía raro. Alquilé mi casa y volví al circo», afirma.
A pesar de sus cosas difíciles, estos artistas eligen la vida de circo porque lo llevan en la sangre, porque es lo que su familia les inculcó o porque simplemente necesitan sentir la satisfacción que genera la risa del público.
«La motivación de un payaso es hacer reír al público, que la gente se vaya con una sonrisa, ya sean grandes y chicos. No permitas que nadie te diga que estás grande para ir al circo», puntualiza Fabián.
La adrenalina de ser el centro de atención, de captar todas las miradas, de hacer reír al público, eso es lo que empuja a estos artistas a subirse a la casilla rodante y desembarcar en un pueblo distinto semana a semana.
«¿Sabés lo que te da el circo?» -pregunta Santiago, el dueño del Circo de las Américas- «El circo te da la posibilidad de conocer el país, de conocer otra gente, otras costumbres, otros paisajes. Hay mucha gente que no conoce ni siquiera el obelisco, y está a 400 kilómetros».