Adrián Cristian Almirón es el único acusado de haber matado a Milagros Robledo, que estuvo desaparecida durante dos semanas y fue detenido por el hecho. El imputado dejó “señales” en sus redes sociales, mensajes subliminales relacionados con el poder que, según estudios de la mente criminal, sienten los asesinos cuando matan.
Quizá sin saberlo, o porque habló su inconsciente, Adrián Cristian Almirón (25) dejó rastros materiales y virtuales del femicidio que se le imputa. Durante los 13 días que estuvo desaparecida Milagros Robledo (17), el principal sospechoso de haberla matado, lejos de borrarse de las redes sociales, estuvo más activo que nunca.
Tal vez la fantasía de sentirse poderoso tras el crimen llevó a este changarín a subir fotos y posteos que se convirtieron en señales para los investigadores: frases inquientantes relacionadas con Dios, fotos disfrazado de policía y alusiones a la libertad. Todo, mientras más de 150 agentes de la Bonaerense buscaban a la menor por calles, campos y casas de General Villegas.
Por torpeza o pulsión inconsciente de ser reconocido como el autor del crimen, Almirón no se escondió. Ni dio señales de culpa, temor o remordimiento. Y así le fue. Ahora está detenido, acusado por el fiscal de la Unidad Funcional de Instrucción 6 de Trenque Lauquen, Fabio Arcomano, por los delitos de femicidio y hurto. Y no la tiene fácil. El hombre hizo todo para que lo agarren. De ser hallado culpable podría recibir una pena a reclusión perpetua.
Almirón hizo honor de la frase que dice que «el pez por su boca muere». Cuando la Policía encontró las imágenes de las cámaras de seguridad callejeras en busca del último rastro con vida de Robledo, la chica aparecía con él. Ella iba en bicicleta, y el presunto femicida trotaba a su lado. Así, se convirtió, al principio, en un testigo fundamental. Y sus testimonios resultaron tan confusos para la Policía que desde la DDI de Villegas le avisaron al fiscal que en la mente de Almirón podía anidarse el perfil de un criminal imperfecto.
De acuerdo a lo que reconstruyeron los investigadores, Milagros salió a las 18.30 del 13 de noviembre de su casa, se encontró con Almirón en la plaza Islas Malvinas, cerca de la estación de tren, y desde allí fueron hasta el Parque Municipal y después a la zona del cementerio. Pero su desaparición fue denunciada por su mamá recién el 25 de noviembre. Y Almirón cayó el 27.
El sospechoso declaró que efectivamente salieron a hacer deportes juntos pero que él abandonó a la chica en las cercanías del cementerio del pueblo, donde Robledo -siempre según su testimonio- se iba a encontrar con un hombre de apellido Castro, empleado municipal. Pero este nuevo sospechoso, al ser contactado por la Policía, presentó rápidamente una coartada creíble que incluía a testigos, quienes demostraron que, a la hora que Almirón decía que el hombre estaba con la chica, Castro estaba en otro lado.
Nadie sabe por qué Almirón apuntó contra este empleado público. “Quizá simplemente lo odia”, comentó un investigador. Lo cierto es que todas las miradas volvieron sobre la extraña figura del sospechoso inicial, que mientras tanto tenía una conducta como mínimo bizarra en sus redes sociales.
Hasta el femicidio, los últimos posteos en su cuenta de Instagram fueron el domingo 27 de octubre. Dos selfies casi idénticas y otra muy parecida con un amigo. Las siguientes tres publicaciones ya ocurrieron con Milagros asesinada.
El 18 de noviembre, cinco días después del crimen, Almirón subió tres fotos. Una con uniforme de policía y otra selfie con el primero de los mensajes sugerentes, legibles más allá de los errores de ortografía: “Aveses solo ahy que mirar hacia a delante y solo dejar el pasado atrás….. x más que no se pueda olvidar solo ahy que avanzar…”. Ese mismo día vendió uno de los celulares que, se presume, le robó a su víctima después de matarla.
Al día siguiente volvió a subir una foto disfrazado de agente policial, con anteojos de sol, delante de una pared verde y un rostro serio. El 21 de noviembre posteó una imagen con un texto que, para los investigadores, contiene un mensaje subliminal relacionado con el poder que según estudios de la mente criminal sienten los asesinos cuando matan. La imagen contiene a un gato y la frase “Yo cuando voy a hablar con Dios” y un león acompañada de la leyenda “Yo regresando de hablar con Dios”.
A la par que las subía a Instagram también lo hacía en Facebook, donde actualmente el perfil del presunto femicida está lleno de mensajes de repudio. Seis días antes de que encontraran el cuerpo, cuando todavía no se había denunciado la desaparición de Milagros, Almirón, quizá creyéndose superpoderoso, subió una última foto de él mismo con otro mensaje sugerente: “Día libre”.
“Parece todo de manual. El simbolismo del león, que lleva a su presa al cementerio», comentó una fuente de la investigación.
Almirón no la tiene nada fácil. Los investigadores creen que en dos días resolvieron el crimen. Es que tras su detención, la Justicia allanó su casa, donde encontraron uno de los dos celulares que pertenecían a la víctima. También descubrieron que el otro teléfono que pertenecía a Robledo había sido vendido el 18 de noviembre a través de una página de compra venta en Facebook de gente de Villegas.
No les costó contactar a la compradora, quien les contó que lo había adquirido a manos del ahora sospechoso del femicidio. “Incluso relató que le quiso comprar la funda verde que tenía el teléfono y él se negó; le dijo que la funda era de su novia, pero efectivamente era de Milagros», comentó uno de los investigadores.
Arcomano además tiene indicios claros que ponen a Almirón al borde de la cárcel. En su primera declaración testimonial, el acusado dijo que él salió a correr acompañado de Milagros en su bicicleta, y que a ella se le pinchó una rueda, entonces la ayudó a solucionar el problema. Aseguró que le pidió el parche a una mujer, a quien identificó. Pero cuando la Policía la buscó, ella (una peluquera) juró que no le había dado un parche de bicicleta a nadie, y reveló que sí conocía a Almirón del barrio.
Fue lo primero que llamó la atención de los investigadores, y que torció la idea de que Almirón no era sólo un amigo de la víctima, o una compañía circunstancial de los últimos minutos de la chica con vida. Entonces lo volvieron a convocar para que declare como testigo y los policías le dijeron que les había mentido con lo de la bicicleta.
Entonces Almirón cambió el discurso y el miércoles 27 les dijo: “Ahora recuerdo mejor. Fuimos con la bicicleta hasta cerca del cementerio y yo ahí la dejé con Castro”. Pero el segundo sospechoso salió rápido de esa situación.
Ese mismo día, cerca de las 18, le pidieron a Almirón que acompañe a los investigadores hasta el lugar donde según él había dejado a Milagros con el empleado municipal. La suerte del acusado estaba echada. Cuando llegaron, el joven les dijo “es acá”.
Los policías, alertados por los olores a descomposición, caminaron 50 metros y hallaron el cadáver. Estaba escondido bajo una planta con espinas y tapado por un trozo de silo bolsa.
La autopsia preliminar indica que Robledo murió asfixiada y que para eso el asesino usó un cordón de la mochila de la chica. También le ató los pies. Aunque por ahora los investigadores no saben para qué lo hizo, ya que no hay indicios de abuso sexual y el cadáver de Milagros apareció vestido y con la misma ropa con la que había salido a hacer ejercicio: remera lila, calza corta gris, zapatillas rojas y su mochila beige.
“De todos modos creemos que el móvil fue sexual, porque no tenía necesidad de matarla para robarle los teléfonos”, explicó una fuente judicial a este medio, quien reveló que no les parece casual el perfil narcisista que mostraba Almirón en las redes e incluso en la vida privada: “El vivía en una casa con una novia y en la parte de atrás de la vivienda vivía una ex pareja con el hijo que tuvieron”.
Los investigadores no creen que Almirón sea un demente, lo consideran imputable, pero sí ven una personalidad extraña. De hecho, distinguen en el acusado una persistente obsesión con la policía. El joven, además de aparecer disfrazado de agente en muchas de sus fotos, intentó dos veces entrar a la escuela de la Policía Bonaerense. En ambas ocasiones fue rechazado: el perfil psicológico del aspirante nunca les cerró a las autoridades de la fuerza.
Fuente: Infobae