22 C
General Villegas
martes, diciembre 10, 2024
spot_img

El General Villegas de Puig en la mirada de Ariel Idez

spot_img

Ariel Idez nació en Buenos Aires en 1977. Es Magister en Comunicación y Cultura y Licenciado en Comunicación Social, graduado en la Universidad de Buenos Aires.

«The Villegas affaire», así se titula el artículo que escribió sobre nuestra ciudad en su blog: https://arielidez.com/. El texto, en forma completa, es el siguiente:

«El agua corriente es salada en General Villegas. Es lo primero que advierto, cuando me quiero enjuagar la boca seca por los quinientos dieciocho kilómetros recorridos desde San Rafael, Mendoza. Me lavo los dientes, junto el agua de la canilla haciendo un cuenco con las manos, me las llevo a la boca, hago un buche y, siento, de pronto, el gusto a salitre. Por lo demás, todo es nuevo y lustroso en el flamante hotel Eben Ezer. En la recepción, una huésped felicita al gerente por las instalaciones y acto seguido le pregunta:

_ ¿Y quién se hospeda acá? –como si en verdad quisiera saber para qué hacen un nuevo hotel en Villegas, cuando ya cuentan con uno, dos, tres. El gerente explica sin sacarse la sonrisa de la cara que auditores, viajantes de comercio, ingenieros agrónomos, gerentes bancarios y, por supuesto, gente de paso que hace noche a mitad de su camino hacia acá o hacia allá, a la montaña o a la costa, como esa misma mujer, como mi pareja y yo.

Pero yo tengo otro motivo para parar en Villegas y no en Realicó, en Lincoln, en Junín: quiero conocer la patria literaria de Manuel Puig, el hijo pródigo, el “ciudadano ilustre” del pueblo al que nunca volvió y al que cinceló en letras de molde con sus dos primeras novelas: La traición de Rita Hayworth y Boquitas pintadas.

Es domingo a la noche y Villegas bulle de actividad: están llenas las mesas a la calle del Club Eclipse, de la cervecería artesanal, de las heladerías y del Club Sportivo, frente a la plaza. Si hay gente con privaciones en este pueblo, vive lejos del centro, se oculta (o es ocultada), no se muestra. Los demás, si no todos, viven la bonanza de la pampa bonaerense. Sin ninguna referencia, el juego consiste en divisar las fachadas y especular cuáles habrá visto Puig con sus propios ojos de niño curioso, demasiado sensible para las asperezas rurales y los mandatos de la dominación masculina que tan bien diseccionó en sus novelas (ser hombrecito, ser macho, o sufrir en silencio las consecuencias). En la plaza principal, finalmente, doy con un cartel que expone el Villegas de Puig, un circuito acotado alrededor de la misma plaza, pero que está tan desteñido que no puede leerse. Lo mismo pasó con el cartel que desde la ruta daba la bienvenida “al pueblo de Manuel Puig”, blanqueado por el sol, la sal, el polvo del camino.

El lunes Villegas amanece temprano, el sol de fin de enero castiga desde el primer minuto en que asoma por el horizonte chato, infinito de la pampa y la gente aprovecha para hacer trámites y mandados antes de que los sorprenda la siesta. En la Casa de la Cultura de Villegas hay un epígrafe pintado en letras blancas sobre una pared rosa: “Piensa, sueña, cree y atrévete” que no pertenece a Puig, sino a Walt Disney. La empleada que nos atiende tiene dificultades para distinguir al escritor Manuel Puig del pintor Carlos Alonso (al que Villegas le ha dedicado un museo donde se expone su serie “La guerra al malón”). No, no tiene folletos ni mapas, desgraciadamente, pero nos recomienda la cartelería de la plaza, cuando le explicamos que no se lee, admite que habría que cambiarla y nos encomienda a la Biblioteca Pública Municipal de Villegas. Ahí sí se respira la puigmanía, en ese edificio remodelado de una antigua escuela, con mesas sobre las que reposan libros, en su mayoría novedades, tanto de editoriales grandes como independientes. Una señora entra a devolver una novela de Edgardo Cozarinsky (escritor afín a Puig por donde se lo mire). Sabemos que en el centro puntual de la maraña de libros y palabras, está el corazón que marca el pulso de Puig en Villegas: Patricia Bargero, “la viuda de Puig”, como la han apodado las filosas lenguas del pueblo. Patricia vivió un melodrama de folletín: viajaba con su vestido de novia y las invitaciones para su casamiento cuando mordió la banquina de la ruta, volcó y perdió la movilidad de sus piernas. El desvío de un camino la llevó a otra ruta con destino a Puig; desde su lugar de bibliotecaria hizo todo lo posible para conciliar la memoria del autor de La traición de Rita Hayworth con Villegas y rescatar en su propio pueblo el legado de su “hijo pródigo”, empezando por reponer sus novelas, que estaban proscriptas de los anaqueles y dándoselas a leer a nuevas generaciones en talleres de lectura que ella misma coordinaba y que empezaron por alumnos de escuelas primarias y secundarias y se extendieron a víctimas de violencia de género y camioneros homosexuales; Puig para abrazar las diferencias y hablar de lo que no se habla. Patricia protagoniza también el documental Regreso a Coronel Vallejos, de Carlos Castro, que parece haber sido alcanzado por el sol y la sal, ya que no puede verse en ninguna plataforma (aunque por esas cosas de los derechos cinematográficos, puede que esté disponible próximamente en alguna).

La constelación Puig no se alinea para nuestra fortuna: nos informan que Patricia tampoco está en la biblioteca, se encuentra de licencia, escribiendo un libro a su justa medida: sobre la relación entre Puig y Villegas. Lo hace en su casa, que también forma parte del recorrido turístico, ya que es una de las que habitó el escritor en su infancia. Todo esto nos lo explica Sandra Moreno, historiadora que trabaja en la biblioteca reconstruyendo el pasado de Villegas. Ahí sí hay un folleto con mapa e indicaciones precisas para emprender el Puig-tour y unos paneles de cartón con recortes de diarios y revistas (el recorte de fotos, el bricolage, tan afín al autor de Boquitas pintadas). Ahí podemos ver las publicidades de la tienda “El barato argentino”, las notas sociales sobre los bailes de carnaval, la cartelera de cine con los estrenos de la semana. “Recién se fue un hombre que jugaba con Puig en la vereda”, acota Sandra, cuya calidez invita a quedarse conversando, pero ya cae el mediodía tropical y quedan casi quinientos kilómetros hasta Buenos Aires. “Villegas, a mil kilómetros del mar y mil kilómetros de la montaña”, sentenció Puig alguna vez, duplicando las distancias, exagerando como debe hacer todo escritor que se precie de tal.

El turismo literario es decepcionante por naturaleza. ¿Qué debería sentir ante la fachada del Teatro Español, donde Manuel Puig vio sus primeras películas desde los cuatro años, llevado de la mano por mamá Malé? ¿Y el espacio donde alguna vez estuvo la tienda “El barato argentino”, en la que Nené empaqueta desde las 8:45 en Boquitas pintadas? ¿O la Escuela N° 1, de cuyos abusos en los baños de varones es testigo el Toto de La traición… y de los que él mismo (en la novela) escapa por los pelos? Ahí está también la comisaría con esa medianera que Pancho saltaba para meterse en el cuarto de Mabel, hasta que fue sorprendido por la Rabadilla, la “sirvienta” ofendida y abandonada. La literatura no es la duplicación de la vida, sino su continuidad por otros medios, que son los de la imaginación y la fantasía. ¿Estará ahí el Villegas de Puig o en algún otro lugar que no precisan los folletos? Yo lo experimenté en esas tres vecinas ancianas que habían sacado la mesa a la vereda para cenar al fresco, en las miradas curiosas (y a veces torvas) que nos dirigían algunas personas cuando nos veían caminando por la calle, o tal vez en aquellos tres infames que abusaron a una nena de catorce años y se filmaron para exhibir su hazaña, en la marcha en su contra, en la marcha a su favor, también está el Villegas de Puig, en la tenacidad de Patricia Bargero en reconciliar al pueblo con sus fantasmas y quebrar sus silencios, en el regusto salado en la boca, en el polvo que levanta el viento y oculta el cartel donde Puig sonríe dando la bienvenida desde el espejo retrovisor, mientras el auto empieza a recorrer el primer kilómetro de pampa infinita de los cuatrocientos setenta y tres que restan hasta Buenos Aires».

spot_img