Ya parte de la historia de Villegas, Felipe Delgado cumple hoy sábado 80 años de vida. Felipe, El Loco de la Bolsa, el Sordo y tantas otras maneras de llamarle a este hombre bueno, esposo y padre de cinco hijos, querido por todos.
Personaje como pocos, llegó de Bunge hace muchísimos años. El fútbol, la tabla de salvación para adaptarse rápido a la ciudad. Y Eclipse, claro, aunque por ironía del destino más tarde gritó muchos goles de Atlético. «Sigo siendo de Eclipse pero hincho para Atlético», responde, genial, a la chicana periodística y callejera que sufre desde que el Pato, uno de sus hijos, fichó para la Academia desoyendo el mandato familiar.
«La historia es un poco larga -avisa, al llegar a ACTUALIDAD-. Cuando llegué de Bunge me gustaba Sportivo por la relación de su presidente, Vasconi, con mi familia. No sé si saben ustedes pero los jugadores no podían ir a la sede salvo que fueran de saco y corbata. Entonces iban al bar Los Ases. Pero me hice conocido de Batifondo Hartfield y terminé en Eclipse», miró hacia atrás.
También fue arquero del desaparecido Defensores de Villegas, de paso efímero por las canchas del pueblo. «Lo dirigía Quito Specogna. Ganamos un solo partido en tres años, a Cosmopolita», hizo foco Felipe en la perdida tarde de gloria de aquel equipo.
En Defensores, a comienzos de los 60, tuvo sus últimos minutos de crack Roberto López, quien brilló en Atlético. «Era primo de mi señora, por eso el Pato salió peleador», compara genes en uno de sus hijos, Federico, tan bueno para el juego como para el roce, una suerte de mellizo Guillermo Barros Schelotto si hablamos de calentar partidos y rivales.
En la charla con OVACIÓN, el clásico deportivo de ACTUALIDAD que desde hace dos décadas monopoliza la audiencia radial de los mediodías, saltó la anécdota de la gorra. «Uno siempre pensando en hacer alguna locura. Estábamos perdiendo 9 a 0 con Sport de Cuenca, por la vieja Liga del Oeste, donde jugaban junto con Villegas. ¡Qué equipo tenían! Agarro una pelota, justo se me cae la gorra dentro del arco y la voy a buscar. Escucho el silbato y el árbitro que sale corriendo señalando el medio de la cancha… gol. Batifondo me quería pelear. ‘¿Y qué querés?, le dije. Si estamos 9 a 0…’ me querían matar. No sé, querrían empatar. Si no parábamos a nadie….»
El cuerpo dijo basta y el jugador quedó atrás para dar paso al hincha. Con humor, Felipe se autodenomina barra brava, pero en honor a la verdad, comparados con estos siniestros personajes que destrozan el fútbol grande de la Argentina, aquellos hinchas eran… gatitos mimosos. «Cacho Rojas, el Caro Elissamburu, el Gringo Rovassio, Batifondo, los del barrio San Antonio, que me ayudaban mucho…», los enumera. Todos buena gente, sensible y de pueblo. Cero violencia. O casi.
Década del 70′. Ganaba Eclipse 3 a 0 en cancha de Atlético, pero reacciona la Academia y empata en tres. Enojado con el arbitraje, alguien peló una caja de fósforos. Eran tiempos en que se tiraban muchos papelitos, que comenzaron a arder. El fuego se trasladó a los escalones de madera… «Ahí había también gente de Sportivo. Nos metieron mucha púa. Estaban las dos bicicletas del Gato Méndez. ¡Bum! ¡Bum! explotaban las cubiertas. Quedaron solo los cuadros…», recuerda, achinando los ojos.
Otra vez la hinchada de Atlético olvidó un peludo con los colores del club, hecho con un pequeño auto del Negro Pombo. Justo pasó la hinchada de Eclipse y fue fatal para el improvisado armadillo. «Felipe, vení vos que tenés fuerza, que estás acostumbrado a descargar medias reses», le gritaron. El desenlace, esperado, le despierta una enorme sonrisa. En segundos el peludo quedó patas-ruedas al cielo.
Y Felipe que vuelve a vivir sus años jóvenes. «En el 78 salimos campeones, pero fuimos a Bunge con un muñeco de Clemente, por el Mundial. Lo hizo Gonzalito, que laburaba muy bien en las murgas. Lo llevamos en un camión. Antes del partido todos queríamos entrar con el muñeco a la cancha. Pero no viene que perdemos 1 a 0 y después nadie quería bajarlo a Clemente del alambrado. Eran épocas que todos, locales y visitantes, salíamos por el mismo lado. ¿Cómo que nadie quiere bajarlo? No lo vamos a dejar acá… les dije. Lo bajé, lo cargué al hombro y encaré. Yo soy de Bunge, todos me conocían… ¡las cosas que me gritaron!… pero no lo dejé. Es el día de hoy que todavía alguno me lo recuerda». La guapeó Felipe ese día. Vaya si lo hizo.
Pero también le tocó perder, admite. «En la cancha de Eclipse, Duarte, el de Banderaló, me pegó un piñón de atrás. Se me cayó la gorra -¡otra vez una gorra en el camino!-y yo que quería agarrarla y no podía. Se me movía todo. Estaba nocaut… ¡si me habrán pegado!», ríe hoy, cuando los años sanaron heridas.
Mientras, otra vida lo ocupaba de viernes a sábados. Cuchilla en mano durante muchos años, parte de ellos al frente de Carnicería San Joaquín, en calle San Martín, donde tiene su casa y crió a su familia. Desde los tiempos en que la tele convocaba a mirar «Rosa de lejos», una novela que hizo furor. Por entonces la Negra, su eterna compañera, trasladaba un televisor muy chiquito de la casa al negocio para no perderse un capítulo. «Tuve suerte. Nunca me pasó nada. Fijate que tengo todos los dedos», celebra su ocurrencia.
Antes de eso trabajó en el matadero municipal, hasta que un buen día tomó coraje y se largó por cuenta propia. También fue camionero. Y el más remolón de los hermanos Delgado cuando el padre murió y fueron su madre y ellos los que madrugaban para hacer el tambo.
¿Por qué el particular apodo de «El Loco de la Bolsa? Una vez el Gringo Rossi contó que cuando La Trocha aún tenía enormes descampados y había un picado en cada uno de ellos Felipe entraba al pueblo a caballo, desde la zona rural, a prenderse en ellos. Las riendas en una mano, una bolsa en la otra, a la que ayudaba un hombro. De ahí lo de la bolsa. Lo de loco, ya se sabe.
De sus cinco hijos ninguno salió hincha de Eclipse. Algo salió mal. Para colmo, en el 2000 Atlético se consagra campeón en una final en cancha neutral contra el rival de toda la vida. Y con Federico, el Pato, su favorito, entrando en el segundo tiempo. «El Pato es todo para mí. A partir de ahí lo seguí a todos lados. La gente de Atlético me recibió bien, nadie me recordó nada.»
¿Exageran quienes dicen que la gente de Atlético lo reclama como patrimonio del club? Ya se sabrá. El tiempo, la distancia, suelen potenciar los mitos populares. Pero Felipe es de Eclipse. El insiste que va a volver, especialmente cuando se retire su hijo, aunque admite que cuando va a la cancha se siente «algo incómodo porque algunos no saben lo que hice por el club. Puse plata, trabajé mucho, hicimos las plateas a mano con Walter Baragiotta y otros muchachos…», se tensa por primera vez.
Cumple 80. Se siente de 20. «Gracias a Dios sí. Duermo bien, como bien y ando todo el día por ahí. No me pidas que camine porque no puedo, pero la bicicleta no me abandona. No sé si no me quiere más mi bicicleta que mi señora, a la que estoy aguantando desde hace 49 años… y un poco ella a mí», le reconoce.
La señora de la que habla es Angélica «Negra» (71), su amor y madre de Joaquín (43), Marcela «Pepa» (41), Federico «Pato» (36), Pablo «Pipi» (34) y Juan Esteban (Bebe) (31), los hijos de la familia.
Felipe, canillita histórico de Diario Actualidad. «¿Sabían que lo reparto desde el segundo número? Viene a buscar un diario y mi amigo Mario Piacentini me dijo: ¿No querés repartir? Y ahí empecé. Desde ese día -año 1993- recorro todo Villegas en mi bicicleta».
Parte del paisaje, el sordo querible y bonachón, amigo de todos al punto de ser bienvenido en veredas opuestas, llegó a los 80. Loco lindo, que sean muchos más.