Hoy se cumplen dos décadas desde que la hija de 15 años del magistrado de Rufino perdió la vida. A él lo condenaron a perpetua, pero la Corte lo absolvió y se convirtió en una suerte de héroe de pueblo. La carta final de su ex antes de quitarse la vida y el amigo que lo quiso pasear en autobomba para que todos lo aplaudieran.
El 9 de noviembre de 2006 ocurrió en Rufino, un pueblo de Santa Fe que por entonces tenía 19 mil habitantes, un hecho inusual para la historia criminal argentina: un condenado por la muerte de su hija de 15 años, que llevaba apenas seis horas en libertad, era rodeado por sus vecinos. Lo abrazaban, le deseaban fuerza, le compraron flores y lo acompañaban al cementerio. Lo consolaban cuando se largaba a llorar. Esa noche, mientras el hombre salió a caminar por el barrio porque le dolía la cabeza, otro vecino lo llevó de prepo a la parrilla La Estancia, al costado de la ruta 33. En una mesa, un grupo de comensales lo aplaudió. Vitorearon su nombre.
“Tome, hoy tiene motivos para brindar, invitación de la casa”, le dice el mozo mientras le da una botella de espumante. En ese momento, el condenado se piensa a sí mismo: se siente parte de un sueño precedido por una pesadilla. “Gracias, pasé un calvario, pero no tengo motivos para celebrar porque nadie me va a devolver a mi hija. Se demostró que no la maté”, dice el hombre entre lágrimas.
El homenajeado que recibe el champán gratis es Carlos Fraticelli, el juez hoy jubilado que llegó a ser tapa de diarios y revistas por la muerte de su hija Natalia, de 15 años, vista con vida por última vez el 19 de mayo del año 2000, encontrada muerta a la mañana siguiente. 20 años atrás.
La encontraron muerta a las ocho de la mañana. El día anterior, Natalia había ido a visitar a una amiga. Franco, su hermano dos años mayor -que era adoptado- había pasado la noche en lo de su abuela. La primera reacción de Fraticelli y su pareja desconcertó a los investigadores. Hablaron de un robo cuando ellos no estaban, y hasta de una posible venganza porque el juez había clausurado prostíbulos de la zona.
Fraticelli era juez de instrucción penal de la provincia de Santa Fe. Sus pares lo respetaban y apreciaban. Por eso el por entonces gobernador de Santa Fe, Carlos Reutemann, pidió que en el caso intervinieran jueces de otras ciudades para tener imparcialidad.
Desde un principio tanto él como su esposa, Graciela Dieser, fueron considerados sospechosos. Los investigadores hablaron de homicidio: la joven apareció con una bolsa en la cabeza y las manos atadas con un pañuelo de seda. En su cuerpo tenía rastros de haber tomado de 22 a 20 pastillas.
“La estrangularon y la drogaron. Era un estorbo para la familia”, llegó a decir el juez penal de Melincué, Carlos Risso. ¿Por qué era un estorbo? La justificación a esa sentencia tampoco parecía sostenerse demasiado, casi tanto como la hipótesis del asalto o del ajuste de cuentas, pero hablaba de que el matrimonio buscaba llegar a un status social en el que su hija con una discapacidad no encajaba.
Para la fiscal Marcela Mastrocésare era un caso cerrado. “Quedó plenamente probado que la dosis de la medicación encontrada en las vísceras de Natalia estaba apenas por encima de la dosis terapéutica y, aun en ese caso, jamás podría haberle causado la muerte. Natalia murió por un mecanismo mixto de estrangulación y sofocación», argumentó, basándose en el peritaje de un cuerpo de especialistas que analizó la autopsia. Según su teoría, a Natalia la sedaron para matarla. “Lo pudo haber hecho una persona o dos. Quizá con una almohada”, dijo.
En la primera indagatoria ante Risso, seis meses después del hecho, Fraticelli -que fue destituido por un jury de enjuiciamiento- lloró cada vez que le nombraron a su hija. Por eso tuvieron que suspender el encuentro. Antes dijo que era inocente y que creía en Dios y en la Justicia. Estaba detenido en la alcaidía de la Unidad Regional de Melincué. La defensa del ex juez y de su esposa era que Natalia, que sufría un retraso madurativo, estaba deprimida porque el chico que le gustaba la ignoraba. Y aportaron que por eso tomó Uxen Retard, un remedio contraindicado para su estado de salud (había tenido meningitis), y que las lesiones en el cuello podrían haber sido una técnica de su madre o su padre para reanimarla.
Al mismo tiempo, salieron a la luz los secretos de la familia. Se dijo que Fraticelli y su mujer estaban separados, que la noche de la muerte de Natalia su padre estaba supuestamente con su amante, que discutían seguido y que en esa casa, en San Juan 340, se vivía un infierno silencioso.
El look (mocasines o zapatillas, jeans, camisa usada y el pelo platinado semilargo, lacio), terminó también por jugarle en contra al juez que terminó por compartir celda con presos que había condenado. “No parece juez, sino un rockero decadente, un lunático”, “Tiene ojos de perverso”, “Hay algo oscuro que tal vez nunca salga a la luz”, eran comentarios que circulaban en los pasillos de los tribunales de Santa Fe y que se amplificaban en los noticieros, algo similar a lo que enfrentó Sergio Opatowski, el padrastro de Ángeles Rawson, más de diez años después.
El 14 de mayo de 2002, a casi dos años de la muerte, Fraticelli y su esposa fueron condenados a perpetua por el juez de sentencia de Melincué, Fernando Vidal, por ser coautores del homicidio doblemente calificado por el vínculo y la alevosía.
Si bien los informes del Cuerpo Médico Forense de Santa Fe confirmaban que la chica había sido estrangulada, el experto tanatólogo y psiquiatra forense, Osvaldo Raffo, dio su hipótesis: “Yo leí el expediente, me consultaron, vi el informe de la autopsia. Y aunque no sea científico lo que voy a decir, pongo las manos en el fuego por este hombre y su esposa. ¡No la mataron! La chica murió por sobredosis de pastillas. Se suicidó”, dijo el perito de casos tan emblemáticos como el del crimen del soldado Carrasco, el caso María Soledad, el suicidio de René Favaloro, el femicidio de Alicia Muñiz, los crímenes seriales de Carlos Eduardo Robledo Puch, entre otros.
Pero al otro día del veredicto, Fraticelli intentó suicidarse. Pasó siete años en la cárcel, al igual que su esposa, de quien se divorció mientras ambos estaban presos. En prisión, él llegó a pesar 52 kilos, cuando pesaba 76. Lo documentó con fotos y con un libro que esperaba publicar sobre el infierno que dijo haber vivido.
Finalmente, la Cámara de Apelaciones de Venado Tuerto habló en un nuevo fallo judicial. La historia se dio vuelta. De los cinco conjueces abogados designados para resolver este caso, dos consideraron que la chica se suicidó, por lo que hay “inexistencia de delito”, y otros dos sostuvieron que fue una muerte violenta.
El 9 de noviembre de 2006 Fraticelli y Dieser fueron absueltos. Encontraron irregularidades en la investigación, entre ellas la interpretación de la autopsia, y tres de los cinco jueces consideraron que hubo “inexistencia de delito”. Para los otros dos quedaron dudas. El 18 de febrero de 2016, la Corte Suprema dejó firme la absolución de Carlos Fraticelli y de su esposa por el crimen. El fallo cerró definitivamente el caso y le asignó fuerza de “cosa juzgada”, es decir que ya no hay más instancias judiciales en las que las absolución de Fraticelli pueda ser revertida. El juez se convirtió en jurisprudencia. El fallo Fraticelli de la Corte es citado hasta hoy por tribunales de todo el país.
Graciela Dieser nunca lo supo, porque se suicidó cuatro años antes. Dejó una carta: “Lo hice para volver a estar con Natalia”.
“El afecto del pueblo me emociona. Eso me da fuerzas para pedir lo que me quitaron. Quiero volver a investigar y resolver crímenes. La gente me lo pide a cada paso que doy. Cada vez que hay un homicidio, los familiares de las víctimas vienen a casa a consultarme. Les convido mate y los asesoro”, decía Fraticelli.
“Un grupo de amigos me querían pasear en autobomba, eso era demasiado. No gané ningún título mundial. Pero la alegría de la inocencia es imparable”, contó.
Hoy, con 67 años, Fraticelli sigue en Rufino. Se jubiló hace pocos años, había sido empleado del Ministerio de Educación santafesino. Los vecinos a veces lo ven andar en bicicleta. (Infobae)