A los 79 años falleció Silvio Marzolini, víctima de un tumor que se sumó a otros quebrantos de salud sufridos en los últimos años. Figura de Boca durante casi 13 años, entre 1960 y 1972, se ganó la consideración de ser uno de los mejores laterales izquierdos de la Argentina. En el club xeneize ganó seis títulos como jugador y uno como director técnico
Marzolini cumplió sobradamente con dos requisitos esenciales para ser considerado un gran futbolista: se adueñó del puesto de lateral izquierdo de Boca durante más de una década, período en el que obtuvo seis títulos locales, y desplegó un estilo de juego inconfundible, que cosechaba elogios, respeto y admiración, entre los suyos y los rivales. Siendo todo eso muy importante, no era lo único que lo definía. También representaba los valores de la caballerosidad deportiva, una prolongación de su elegante estampa.
Alto, zurdo, rubio y de ojos celestes, también de armoniosos movimientos, le tocó jugar en la época del fútbol en blanco y negro. De haberlo hecho en estos tiempos de globalización, el marketing lo hubiese encarado de frente como lo hacían los wines a los que encerraba contra la raya para quitarles la pelota.
Marzolini no se agotaba en su seductora pinta, en una masculinidad cinematográfica, como lo prueba su participación en tres películas. También estaba hecho de sustancia futbolística, llevaba adentro a un defensor tenaz para clausurar su banda y a un jugador que pedía pista con la pelota en los pies. Algunos historiadores recuerdan que en 1968 disputó dos partidos como wing izquierdo. Tenía la impronta de los laterales brasileños para atacar y la firmeza argentina para defender. Una mixtura que lo convertía en uno de los mejores exponentes en una función que el fútbol argentino tiene carencias crónicas para cubrir. La historia de nuestro fútbol no es abundante en Marzolinis. Fue una rara avis en el ecosistema nacional. «Siempre me gustó jugar libre, tocar y mandarme arriba. No me conformo con defender, con quedarme allá atrás apretado. Puedo cumplir las dos funciones», le dijo a la revista El Gráfico en 1968.
Consolidado en Boca, el seleccionado era un destino natural. Participó en dos mundiales, el de Chile 1962 e Inglaterra 1966, donde la prensa lo eligió como el mejor lateral izquierdo del campeonato, por delante del destacado italiano Giacinto Facchetti. Marzolini integró la defensa argentina junto a «Pipo» Ferreiro, el «Mariscal» Perfumo y el tucumano Rafael Albrecht. El arquero era el «Tano» Antonio Roma, con quien había llegado a Boca desde Ferro.
Nacido el 4 de octubre de 1940 en Barracas y criado en Belgrano, Marzolini hizo las divisiones inferiores en Ferro, donde lo descubrió el maestro Bernardo «Nano» Gandulla, mientras su corazón de pibe palpitaba por Boca. De adolescente ya mostraba carácter y convicciones. Se enfrentó con los dirigentes del club de Caballito porque entendía que frenaban su carrera hacia la primera división. Fue marginado durante un tiempo, pero no hubo manera de negarle un lugar. Debutó con 18 años y el destino se unió a sus deseos. Ese día enfrentó a Boca, cuyo presidente, el visionario Alberto J. Armando, advirtió el potencial que había en ese lateral izquierdo. A los pocos meses lo contrató junto con Roma.
Vistió la camiseta auriazul desde 1960 a 1972, período en el que disputó 408 partidos oficiales (solo dos expulsiones), más que otras glorias boquenses, como Rattin, Lazzatti, Pescia y Roma. Convirtió diez goles, porque a sus aptitudes técnicas le sumaba un buen cabezazo. Eventualmente podía ocupar la zaga central, donde más de un director técnico moderno de esta era lo hubiese aprovechado.
Fue campeón en tres campeonatos (1962, 64 y 65) y dos Nacionales (69 y 70), además de la Copa Argentina 69. Una de los mejores equipos que integró fue el de 1969, dirigido por Alfredo Di Stéfano, con Roma; Suñé, Meléndez, Rogel y Marzolini; Novello, Medina y Madurga; Ponce, Ángel Rojas y Peña; Rattín, Nicolau y Savoy eran recambios habituales. Ese Boca se consagró con la satisfacción extra de haber dado la vuelta olímpica en el Monumental, el 14 de diciembre de 1969, tras un 2-2 frente a River. Marzolini era el capitán y una vez recordó esa circunstancia tan especial: «Nos habían pedido que ni se nos ocurriera dar la vuelta olímpica, pero con los jugadores ya habíamos decidido que la dábamos igual. Nos abrieron los grifos que había al costado». Tiene el récord de superclásicos oficiales disputados: 37 (14 triunfos, 14 empates y 9 derrotas).
Su identificación con Boca lo llevó a rechazar ofertas de Real Madrid, Milan, Lazio y Fiorentina. El presidente Armando fue testigo de cómo aquel joven impetuoso que fue a buscar, ya de grande era uno de los futbolistas que encabezó la huelga general de 1971, en reclamo de que fueran encuadrados como trabajadores comunes y no deportivos. El choque entre la patronal y jugadores sindicalizados dejó heridas. Armando le dio el pase libre en 1972, con la condición de que jugara en el interior del país, pero Marzolini optó por retirarse a los 32 años. «Yo nunca me sentí ídolo. Sí admito que fui querido, admirado y respetado, y aún hoy me lo demuestran. Un día un fanático de Boca me dijo algo que me quedó grabado para siempre: ¿Sabe Marzonlini por qué los de Boca somos distintos? Porque los demás necesitan de un título para ser felices. Nosotros, con el solo hecho de ser de Boca, ya somos eternamente felices y agradecidos. Y es totalmente cierto, es la diferencia que existe entre los hinchas xeneizes y los demás», declaró a la revista Superfútbol en 1990.
Fuera de las canchas, pasó a ser modelo de una marca deportiva. Tras una primera experiencia como director técnico en All Boys, Boca le volvió a abrir las puertas en 1981. En sus manos ponían a un Diego Maradona de 20 años, recientemente contratado a Argentinos. Lo rodeó con Miguel Brindisi, Jorge Benítez y Hugo Perotti, respaldados desde atrás por Hugo Gatti, Oscar Ruggeri y Roberto Mouzo. Entrenador componedor, de bajo perfil, cedió el protagonismo a los jugadores, campeones en el Metropolitano 81. Tras una gestión de un año, se fue de Boca y regresó en 1995, cuando se reencontró con la segunda etapa de Maradona. Pero ya no había posibilidad de revivir lo de 14 años atrás: la ajetreada vida de Maradona iba apagando su magia y alteraba la tranquilidad que necesita todo plantel. Marzolini decidió salir de la alta exposición de los bancos para ejercer de director de las divisiones inferiores de Banfield durante una década. También fue asesor de Hugo Porta en la secretaría de Deportes de la Nación, durante la presidencia de Carlos Menem. Ocasionalmente ejerció de comentarista en radio y televisión.
Su salud se fue agrietando entre problemas cardíacos y un incidente cerebrovascular. Detectado un tumor, pasó sus últimos días en su casa, rodeado del afecto de su esposa y dos hijas. Se fue Silvio, el jugador de la fina estampa y educados modales, un ídolo de Boca. Un lateral al que se recordará porque pasaron los años y sigue siendo irrepetible. (La Nación)