Carlos Andrés Calvo se murió, a los 67 años, según pudo confirmar LA NACION. El actor se encontraba en un centro de cuidados intensivos desde hace varios meses a raíz de su delicado estado de salud generado por los diferentes cuadros de ACV que tuvo durante su vida.
El actor llevaba más de una década inactivo y en los últimos años dependía de la asistencia de personal especializado durante las 24 horas para poder movilizarse y atender sus necesidades básicas. Pero ese alejamiento forzoso de la vida pública y artística no le impidió seguir recibiendo el silencioso reconocimiento del mismo público que en su momento lo consagró como uno de los actores más populares de la Argentina. Calvo fue un precoz galán y un intérprete intuitivo que siempre intentó probarse en facetas alejadas de las fórmulas más exitosas de su carrera, pero terminó atrapado por ellas, muchas veces a regañadientes.
Antes de enfrentar el trance más doloroso de su vida, había superado la barrera de los 50 años con un triunfo. Se convenció de que finalmente logró derrotar a su más encarnizado rival, al que le costaba vencer porque llegó a formar parte de su propio ser como una sombra y un fantasma del que no se podía despegar. Calvo, por fin, sentía que había dejado de ser Carlín, ese amigo de todos idealizado a través del televisor. Sintió que le había ganado luego de una dura y larga batalla, pero en la pelea había dejado jirones de su salud y ya no podía acometer con las mismas fuerzas el nuevo escenario que veía abrirse ante sus ojos. Justo cuando empezaba a disfrutar de ese triunfo liberador le llegó a Calvo el momento de afrontar el trance más doloroso de su vida. Le sobraba entereza para enfrentar el desafío de un nuevo tiempo, pero dos ataques cerebrovasculares resultaron letales para un organismo debilitado. Aquella victoria pasó a ser definitiva derrota.
Mucho antes de la caída, el público argentino había elegido a Calvo como uno de sus favoritos. Las mujeres suspiraban frente a su irresistible estampa de galán, los hombres envidiaban sus recursos infalibles de seductor y hasta los más exigentes le reconocían inquietudes que lo destacaban con peso propio en la comparación con otras figuras de sus mismas características: los primeros pasos en el teatro más experimental, la férrea voluntad para encarar más de un proyecto rodeado de riesgos, el timing indiscutido para la comedia. En ese género se concentran los logros máximos de su trayectoria, casi siempre rodeada del calor de un sincero reconocimiento masivo que lo llevó a ser uno de los máximos ídolos del espectáculo local a comienzos de la década del 90.
Con aquella cumbre de popularidad llamada Amigos son los amigos (uno de los más exitosos ciclos televisivos de los últimos 25 años), el actor nacido el 21 de febrero de 1953 cerraba un viaje que lo llevó del teatro vocacional a la fama que entrega la pantalla chica, muchas veces a cambio de un altísimo precio.
La temprana vocación artística de Calvo se manifestó en las representaciones barriales de la localidad bonaerense de San Antonio de Padua (el lugar en donde creció) y, más tarde, en sus primeras experiencias teatrales adultas, marcadas con el signo de la vanguardia y de la osadía. Participó de La lección de anatomía y Equus, obras que le exigían aparecer desnudo en escena.
Su porte de galán, que reforzaba con cierta pose altiva y visibles detalles de genuina porteñidad, le abrió al mismo tiempo con más velocidad de lo usual el camino en la televisión. Y después de algunas intervenciones poco relevantes llegó la consagración con El Rafa, de extraordinaria repercusión a comienzos de los 80. Allí era el Cholo, hijo del canillita personificado por Alberto de Mendoza, con quien rivalizaba en medio de una poderosa carga erótica (atípica para la época) por el amor de una mujer, Susana Delmónico (Alicia Bruzzo).
El programa concluyó dos años después en pleno éxito, debido a la negativa de sus protagonistas a aceptar los topes salariales impuestos por el gobierno de facto en los canales del Estado, pero no logró afirmar a Calvo entre los galanes de las grandes historias románticas de la pantalla chica local. De hecho, con los mismos artífices de El Rafa (el autor Abel Santa Cruz y la directora Diana Alvarez), Calvo encabezó en 1982 la telenovela Juan sin nombre junto a su entonces pareja en la vida real Luisina Brando, pero el relato pasó inadvertido. Lo mismo ocurrió con meritorios ciclos de los 80 que no tuvieron la suerte que merecían: Los días contados (donde personificaba a un obrero de combativas opiniones y protagonizaba otro triángulo, esta vez junto a Brando y Federico Luppi), la miniserie Al Sur, Sólo un hombre y El mago original, donde daba vida a las andanzas de un financista. Hubo que esperar hasta Mujeres de nadie (2008), su última aparición importante en el medio, para que Calvo regresara al drama romántico.
El teatro, en tanto, fue abriendo para Calvo un terreno en el que más tarde obtuvo la cosecha más fructífera de su carrera. Junto a otro precoz galán, Ricardo Darín, representó Extraña pareja, primer hito de una serie de fecundas incursiones en esa fórmula de comedias brillantes, vertiginosas, llenas de ingenio y peripecias, que manejaba con suma destreza y le permitía meterse de inmediato al público en el bolsillo. Sabía cómo sacarle todo el jugo a obras tan probadas como El prisionero de la segunda avenida, Escándalo internacional, Casi un ángel y Taxi en extensas y exitosas temporadas, sobre todo veraniegas.
Esa siembra tan fértil logró sus máximos frutos en 1990, cuando de la mano de Gustavo Yankelevich acuñó definitivamente en Amigos son los amigos a su eterno álter ego, el Carlín que se convirtió desde allí en compañero de triunfos y obsesiones. Su personaje era querible como pocos en aquellos tiempos, y lograba sin esfuerzo la identificación inmediata con el televidente: familiero como ninguno, fervoroso cultor de la amistad, querible embustero, bonachón, bromista y mujeriego empedernido.
Junto a sus padres (Enzo Viena y Mabel Landó), sus amigos (ante todo Pablo Rago, pero también Tito y Manija, es decir Jorge Paccini y Gabriel Laborde) y su eternamente enamorada vecina (Cris Morena), el entrañable Carlín Cantoni no inventó un personaje, sino un emblema de su tiempo con frases que desde allí se sumaron al imaginario colectivo («Vos fumá», «Es una lucha»). Desde ese momento, Carlín fue la otra identidad de Carlos Calvo. También llegó a ser una carga difícil de soportar.
Amigos son los amigos fue el programa de TV más visto de 1992 y un éxito que prometía eternizarse de no haber sido por la voluntad de Alejandro Romay por llevar el éxito a Canal 9. Calvo perdió en la mudanza buena parte del elenco, Yankelevich repitió viejos capítulos para competir mano a mano con la nueva temporada y ese desgaste marcó el final de esa experiencia, pero no de Carlín, que con otro apellido (Brunetti), se instaló en 1995 en Canal 13 para ensayar en Hola Papi otra versión del mismo personaje.
Esa comedia narraba las andanzas de un padre enfrentado con su ex suegra por la tenencia de un hijo que no quiere saber nada con él, resultó otro éxito y reforzó tanto al personaje como a su dueño, que de a poco comenzaba a pensar cómo salir de él por miedo a quedar aprisionado entre sus límites. Trató de hacerlo en RR DT, pero muy pronto debió aceptar con resignación que las peripecias de su personaje (un entrenador de fútbol del ascenso) todavía reflejaban al cada vez más trajinado Carlín.
Fue entonces cuando Calvo recurrió a instancias más extremas y se jugó con una nueva versión de Drácula (1999), que sumó a sus magros resultados una complicación todavía mayor: en pleno desarrollo del programa sufrió el primer accidente cerebrovascular. Recuperarse le llevó un buen tiempo de inactividad y una dura rehabilitación que dejó secuelas permanentes, como la incapacidad casi total de uno de sus brazos.
El cambio fue total. Con determinación y carácter, el actor encontró en el adverso incidente una oportunidad inmejorable para desprenderse de Carlín y encontrar nuevos espacios para desarrollar su capacidad sin perder, como realmente ocurrió, la simpatía y el respaldo de la gente. Aún obligado a una postura escénica más rígida por los problemas de salud, su rango actoral llegó a ampliarse (al personaje psicótico que compuso para Vulnerables se agregaron El Hacker, Costumbres argentinas y Botines), aunque siempre volvió a su gran amor, la comedia, con la sitcom televisiva Amo de casa y recurrentes regresos al teatro con los éxitos de Ray Cooney (Funny Money, Taxi), el último de los cuales precipitó el segundo y definitivo accidente cerebrovascular.
El 8 octubre de 2010, el actor sufrió un segundo ACV minutos antes de comenzar una función en la obra de teatro Taxi. Pocos minutos después, fue ingresado en una clínica en la ciudad de Mar del Plata. Si bien su cuadro fue delicado en los días iniciales, necesitando respirador artificial y otros cuidados, pronto comenzó a dar señales de una evolución favorable, y en febrero del año posterior fue dado de alta. Lamentablemente, ese segundo ACV sin embargo le impidió que continuara con normalidad su vida profesional: problemas motrices y dificultad para hablar eran las consecuencias más importantes que acarreaba. En los años posteriores no volvió a actuar, a excepción de su participación en la obra Leonas, en 2015. Allí tenía una breve incursión dentro de esa obra en la que también figuraban Carmen Barbieri, Nazarena Vélez, Daniel Aráoz y José María Muscari. Y si bien las apariciones de Carlín eran breves, el público no dejaba de emocionarse ante el reencuentro con ese artista ícono de la televisión argentina, quien a pesar de las dificultades de salud, no abandonaba su amor por la actuación.
Su trabajo en Leonas, lamentablemente, marcó el final de una carrera marcada por los éxitos y por una profunda conexión con los espectadores. En los años posteriores, la salud del intérprete se tornaría cada vez más delicada, requiriendo de asistencia durante las 24 horas del día. En diálogo con LA NACIÓN, su ex esposa, Carina Gallucci, detalló el presente del actor y la profunda conexión que mantenía con él su hijo: «Facundo está más presente porque vivió estando él sano, pudo vivir con su papá un montón de cosas (…). Cada vez que nos ve se le nota que tiene una alegría enorme, y hay un vínculo grande entre Facundo y su papá, lo hace reír, le cuenta cosas, le hace muy bien».
«Siempre me gustó que me quisieran. Si me quedaba en mi angustia del accidente me hubiera ido cayendo. Y la gente quiere que generes hechos, malos o buenos, pero que no te quedes en el lamento de lo que te pasó porque no seguís creciendo», dijo Calvo a LA NACIÓN, en 2005, mientras en las fotos respondía a todas las adversidades profesionales y personales con una rotunda sonrisa. Esa afectuosa imagen de la madurez, en la que se mezclan las huellas del infortunio y vestigios intactos de sus grandes tiempos de galán, es la última instantánea de un Carlos Andrés Calvo en plenitud que quedará grabada en nuestra memoria. (La Nación)