Vamos a recordar este primer aniversario de su ida al cielo con unas palabras que se escuchó de un señor el día 18 de febrero de 2020. Se fue un auténtico gaucho de la región.
Como tal sabía correr en un rodeo y trabajar en un corral, era transhumante y diestro en tareas agrícolas y rurales en general. No solo Tito su apodo, era eso y mucho más, muy conocedor del caballo al cual amaba y respetaba, desde su doma hasta entregarlo mansito como decía el.
Lo mismo hacia con sus hijos y nietos. Era un hombre que no esperaba que lo hiciera otro, lo hacía el. En cada charla dejaba una anécdota, una enseñanza.
Fue un hombre muy trabajador, en otras épocas araba con 12 caballos, hombreaba y estibaba bolsas, cosechaba en esa época con máquinas estirada por caballos, sabía dormir en una estiba de bolsas en un galpón y en un arreo sobre el recado.
Trabajó en varias estancias. Su origen fue La Marianita, desde donde se trasladaba a caballo hasta General Villegas, cuando había un baile. Ahí vivían sus padres y a la madrugada montaba su caballo y volvía a su trabajo.
Hasta que un día por recomendación fue citado a la Estancia La Belita. Preparó sus pilchas y un caballo de madero y se hizo 70 kilómetros por el costado de la vía hasta llegar a La Belita, ahí fue recibido por el capataz que lo recibió muy bien, que le dió todas las instrucciones, hasta le brindó la posibilidad de un vehículo para el traslado de su mudanza. Ya había nacido Mabelita.
Una de sus primeras tareas fue el cuidado de algunos caballos y el manejo de la cabaña de toros de exposición, a los cuales acompañaba a Palermo.
Fue persona de confianza del encargado Francisco Puga, hasta que lo invitó a traer a su inseparable esposa Elide, y a su hija Mabel, dándole a su esposa la tarea de cocinar. Ahí nacieron Jorgito y Maricel.
Hasta que llegó la expropiación de la Estancia La Belita, unas 9.982 hectáreas, por parte del gobierno. Se realizó la mensura del campo y le tocaba aproximadamente de 250 a 300 hectáreas a cada campo, y se fue sorteando con las condiciones que decía la ley.
En un segundo sorteo le tocó a Tito. Uno pelado, tuvo que empezar de cero, compró ladrillos de la demolición de la parte vieja del hospital, y fue trayendo hasta que levantó su casa, realizó sus alambrados, sus corrales, sus plantas, etc.
Luego puso un tambo a mano, que trabajó junto a su hijo inseparable Jorgito. Se levantaban a las tres de la mañana, durante quince años. Siempre de apoyo logístico estuvo su gran compañera, Elide, que se levantaba con ellos.
Cuando con el tambo solo no le alcanzaba para sobrevivir fue tomado como empleado por el Ministerio de Asuntos Agrarios para tareas en la estancia, que en ese entonces estaba a cargo de la colonización de Oscar Amadeo Fallocca.
Este recordatorio en su primer aniversario se lo dedicamos con mucho cariño y admiración Eduardo, Jorge, Ricardo Fallocca.
Se fue de este mundo en paz, esa paz que el transmitía y no cualquiera tiene. Besos al cielo, gracias por todo.
Eduardo Fallocca