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viernes, septiembre 5, 2025
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CINE EN CASA: «El universo del western»

Actualidad inaugura la columna «CINE EN CASA». De la pluma de Federico Fornasari -un villeguense que hace rato no vive en Villegas, pero cuyo amor por el séptimo arte nació en el Cine Rex y en el Cine Español- vamos a disfrutar de un programa doble: «MAS CORAZON QUE ODIO» (1956, John Ford) y «NOTICIAS DEL GRAN MUNDO» (2021, Paul Greengrass).

 

En esta oportunidad, Federico Fornasari nos introduce al universo del western y nos alerta que ese género es mucho más que tiros. El western trasciende fronteras y se puede analizar históricamente y hasta sociológicamente. La columna «CINE EN CASA» nace con el objetivo de acercarle a la gente esas grandes gemas del cine clásico que nadie se debería perder, pero también para recomendar las nuevas producciones que están disponibles en distintas plataformas de streaming (hay que saber buscar, Netflix es mucho más que esas series de las que habla todo el mundo y hay verdaderas joyas ocultas).

La columna saldrá todos los sábados, cada 15 días. En estas épocas de «quedate en casa», nada mejor que armarse un buen programa de cine. Para eso los dejamos con la palabra autorizada de Federico Fornasari:

El debut de esta columna ha quedado planteado hoy como un homenaje a esos dobles programas que daban en el Rex o el Español, cines referidos en la generosa nota que días pasados me dedicaron en nuestro querido Diario Actualidad y que terminó canalizando una propuesta superadora: asentar periódicamente recomendaciones de películas, diferentes miradas sobre ellas o lo que pueda ir dándose. “Hay muchas historias para seguir contando”, expresaron sabiamente Jorge Arias y Mauro Ghiorzi, cuya satisfacción y energía me abrumaron aún más, ya que permitirán, aunque sea por un rato, que vuelva a vivir en Villegas.

Al final de una película de Truffaut, “LA NOCHE AMERICANA”, de 1973, un personaje es interrogado por dos periodistas. Responde cosas sin mucho sentido, pero concluye de modo genial: “Ojalá se diviertan viendo este filme como nos divertimos nosotros haciéndolo”. Esa es la idea de este espacio, que se diviertan leyendo las notas y no resistan el impulso de ver o repasar las obras que serán mencionadas. Pueden no estar de acuerdo; incluso pueden chiflar, gritar o silbar, como cuando se cortaban las películas en el cine Rex en el instante en que un chico estaba por besar a la chica o un tiburón se disponía a devorar a incautos nadadores.

A veces es mejor que se enojen, no hay una sola manera de ver cine, como tampoco de ver la vida, pero si todo está ligado a la pasión puede descubrirse un modo de comprender y ser comprendido. Así de serio y divertido será el tema, pero también arduo, casi tanto como ir a jugar una final a la cancha de Bunge, o ponerse la camiseta de Atlético en el Barrio Municipal. Ahí casi todos son de Eclipse.

Justamente, en el año 2007 sucedieron cuatro acontecimientos que, en la faz personal, poseen en retrospectiva una importancia esencial, y tres sucedieron en Villegas. Se casó el inolvidable amigo Guillermo Grippo, “La Maquinita” salió campeón y fue la última Navidad con mi abuela en la ciudad de los Tres Arbolitos. El cuarto se dio al retornar inmediatamente a Buenos Aires.

Con los regalos del Papá Noel villeguense todavía en el auto, estacioné frente a un cine porteño donde reponían por única vez y en gigantesca copia remasterizada, el western de John Ford “MAS CORAZON QUE ODIO” (The Searchers, 1956), una de las diez mejores películas de la historia del cine. Y si me apuran ahora, a punta de pistola, diría que es la mejor. Mañana no sé.

El acontecimiento era imperdible, ver la epopeya de Ford en esas condiciones iba a permitir encarar luego las cosas con otra actitud y evitar la depresión o melancolía que generan las fiestas de fin de año. Además la coincidencia era fabulosa. Recién llegaba de Villegas, que queda en el Oeste, y los westerns de Estados Unidos también sitúan, en la misma geografía, grandes historias de hombres y mujeres luchando por su tierra y curtiéndose al sol bajo la idea de formar una comunidad con ansias de prosperar.

No es sencillo escribir sobre los westerns. Son tan inagotables que pueden intimidar de una forma misteriosa, casi con insidia. O al menos eso me pasa cuando los veo e intento escribir sobre ellos. Todo está presente en su profunda complejidad: la naturaleza, el coraje, la cobardía, el miedo, la crueldad, el amor, la muerte, la violencia, las traiciones, los juicios sin apelación, las nuevas leyes.

De algunos de esos temas hablábamos no hace mucho con Néstor Apaolaza, en una videollamada que se cortaba pero no impedía la fortaleza de una charla cinéfila. Decidirse a mirar un western genera la puesta en marcha de un viaje sorprendente, el desarrollo más o menos suntuoso, casi esotérico de un cierto ceremonial, la celebración de una fiesta ritual donde se consume -en la libertad hallada en los grandes espacios del Monument Valley, por ejemplo- el espectáculo puro que facilita, a primera vista, un acercamiento inmediato al auténtico poder que puede tener una película.

El crítico francés André Bazin tuvo razón, y su fórmula continúa vigente hasta estos días (el galo murió muy joven – a fines de la década del 50- pero marcó la cancha con varios análisis de filmes americanos, italianos y de su país que sorprenden por la claridad casi salvaje de sus apuntes). “El western nació gracias al encuentro de una mitología con un medio de expresión; es una simbología que se encuentra y se prolonga en miles de representaciones colectivas”, dijo sin atorarse, mientras devoraba una gigantesca baguette con queso roquefort junto a la mejor copa de champagne.

Le sentencia de Andrecito pegó fuerte en el mentón de los espectadores, que comenzaron a ver las películas de “cowboys” como algo más que aventuras de tiros y sangre. A diferencia de los mitos romanos, que consideraban a la vida en el marco de un largo y amplísimo pasillo histórico lleno de sentido, advirtieron que en los westerns se establecía una nueva era, una nueva Historia que se iba consolidando hasta convertirse en el retrato más preciso de la propia evolución de un país que arrancaba desde la época de los inmigrantes hasta la instauración de las grandes ciudades, pasando por los conflictos indios, las largas marchas de las caravanas, la guerra de Secesión, la búsqueda del oro, el tendido ferroviario y telegráfico, la rivalidad entre granjeros y ganaderos y la figura pacificadora (a veces no tanto) del sheriff.

Además, a un nivel económico y social, el Oeste rehabilitaba -como se ve en numerosos filmes-, el sueño “agrícola” del que Benjamín Franklin había sido el principal promotor. Por esto, aparecían como el antídoto perfecto de la poderosa civilización industrial y urbana del Este. No es casualidad que las películas de cowboys nacieran casi con el propio cine, y se convirtieran en una de las prácticas más habituales de Hollywood como la síntesis perfecta de un cosmos expresivo completo.

John Ford, uno de los más líricos cineastas que dio la humanidad, solía definirse (lo hizo ante la Comisión de Actividades Antinorteamericanas) como un director de westerns: “Mi nombre es John Ford”, dijo a los inquisidores del senador McCarthy. “Hago westerns”. Y si bien hizo cine de casi todos los géneros –salvo de piratas, pese a que llevaba un parche en un ojo-, refería eso para que no lo molestaran; porque él no estaba para hacer filmes pretenciosos, ni comunistas ni anticomunistas, sino que entretuvieran a la gente.

Una vez le preguntaron cómo había hecho tan genialmente un plano que se iniciaba en la bota de John Wayne, luego encuadraba el mostrador del salón y mantenía también en cuadro el revólver que el villano acababa de desenfundar. Malhumorado y pícaro, Ford respondió: “Con una cámara”.

Así eran los tipos de su generación. Al igual que Howard Hawks o Anthony Mann –otros capos de su camada que realizaron westerns superlativos-, no le gustaba ser consciente que estaba haciendo arte, o se hacía el humilde para contar historias humildes en la que reelaboraba con sentido crítico el triunfalismo sospechoso de tiempos anteriores. Hay varios libros sobre él y en youtube se pueden encontrar entrevistas y documentales. Pongan su nombre en un imán frente a la computadora o el refrigerador. Es obligatorio, deben recordarlo como si estuviera por vencer un impuesto.

A Ford le encantaba crear películas del Oeste. “Porque hay muchos exteriores; uno se cansa y duerme bien, o también nos emborrachábamos toda la noche y a la mañana salíamos a filmar. Es cuando mejor nos salen las cosas”, decía, mientras mordisqueaba su mítico pañuelo rojo o escupía al piso un pedazo de su habano.

Pese a las rabietas, declaró que el lado más atractivo del western consistía en que todo el mundo podía identificarse con un Cowboy. “Todos deseamos en algún punto dejar detrás de nosotros el mundo civilizado y les envidiamos menos a ellos como individuos que a la vida sencilla y recta que pueden vivir. Todos nos imaginamos que hacemos cosas heroicas. Haciendo interpretar a hombres y mujeres papeles semiauténticos, no hacemos sino seguir la tendencia general del cine. La equidad es lo que nos salva, es nuestra redención, ¿no es verdad?”.

Si uno se baja del caballo y analiza la notable afirmación de Ford, no puede sino concluir que constituye una brillante definición del género y de su función: el western es también la expresión de una ética, y su proyección en lo imaginario la hace receptiva e indispensable para la conciencia del espectador. Sin ninguna duda, el “primitivismo” del western es, a los ojos de los “civilizados”, lo esencial de su seducción.

El “master” Ford hizo todas obras maestras en la temática del Oeste, pero hizo sobre todo una: la referida “MAS CORAZON QUE ODIO”. No alcanzarían los días para hablar de ella, por eso es mejor callar, no escribir demasiado. Descúbranla ustedes. Solo diré que aquí John Wayne odia a los indios, cosa que se potencia porque los comanches han destruido a su familia, y la familia es el cimiento de la democracia, de la nación que surge de las cenizas luego de una cruel guerra civil que acabó pero mantiene sus horrorosas consecuencias. Wayne, destrozado por la tristeza y un pasado violento imposible de soslayar, sabe que su pequeña sobrina quedó con vida y así nomás, cansado y sucio, emprende un viaje para recobrarla como sea de las manos de los comanches.

El “Duke” (a Wayne le pusieron este apodo porque de joven, en la vida real, tenía un perro que lo acompañaba a todos lados y se llamaba así), va cambiando su personalidad en un trayecto cruel que parece no tener fin, su actuación es surrealista e impone a cada instante gestos reactivos que hay que ver para creer. Da temor, por momentos nos confunde, nos sabemos si es mejor que encuentre a la niña o no. Ford narra mágicamente la búsqueda interminable y obsesiva como si estuviera sentado frente a una fogata en el Parque Municipal repleto de gente escuchando bajo un silencio sepulcral. Solo que él tiene el cine, y con el cine puede contar las historias con mujeres, hombres, fogatas pero también con soledades y desiertos color naranja, color pasto o nieves impiadosas.

Hace poco se estrenó en Netflix un western del soberbio director Paul Greengrass. Se llama NOTICIAS DEL GRAN MUNDO (News of The World, 2021) y la protagoniza Tom Hanks, un actor descomunal que el viejo Ford hubiera amado sin dudar. Tampoco se dirá mucho de esta peli, hoy la idea es darle contexto al género, pensarlo, destacar su importancia y analizar los conflictos que plantea. Apenas un adelanto: bajo un relato de tono clásico y similitud argumental, pero en sentido contrario, puede tomarse como una perfecta reversión de MAS CORAZON QUE ODIO. Por ello se recomienda con énfasis el doble programa. No importa el orden. Pero vean ambas con pocos días de diferencia.

Si bien la búsqueda de Hanks va por otro lado  -debe encontrar a la familia de una niña luego de ser rescatada de los indios-, comparte con el “Duke” la desolación de una derrota personal y bélica. Su viaje interminable, igual de áspero y tenebroso, incluso en esa relación con la pequeña y el oficio noble que ejerce durante la odisea, adopta una poética similar a los encarnados por el “héroe” fordiano, como también a los símbolos de un país lanzado a la construcción de un mercado interno poderoso a costa de mucho sufrimiento y de mucha sangre derramada entre hermanos.

Greengrass propone un film íntimo, itinerante y realista. Un western dramático y puro, una oda a los espacios libres que aún no están contaminados pero que son peligrosos, porque también exhiben ciertos reflejos de corrupción institucionalizada, saqueo consentido y el germen de actitudes racistas. Es una gran película que, al exhibir una imagen concreta del western y al mismo tiempo poniéndolo en entredicho, posibilita una vez más adhesiones sentimentales en todos los espectadores del mundo.

Por eso, cineastas de numerosos países lo han abordado: Greengrass es británico, Sergio Leone era italiano -quien con su “trilogía del dólar” se apropió del mito americano junto a varios compatriotas e iniciaría una interminable serie de impactantes westerns europeos, conocidos como “spaguetti”-, Robert Hossein era francés y Hugo Fregonese argentino, solo por nombrar algunos extranjeros que lo supieron narrar con esplendor.

Este es el primer llamado de atención que haremos a los lectores: no se fíen de algunos filmes supuestamente innovadores que ahora pululan a mansalva bajo capas de adrenalina sin sustancia, lavando los cerebros y aturdiendo con sus tonos engañosos y aleccionadores. Como dice el tío Martin Scorsese, quien siempre nos cuida y conduce por el mejor camino del arte, se tratan de “parques de diversiones” alejados de las películas que merecen llamarse cine. Confíen en Ford, confíen en Greengrass, que para circo ya estaba el Patagonia, con funciones mucho más divertidas, tanto como las de estos dos grandes westerns que hoy señalamos bajo la sentencia del inolvidable crítico colombiano Andrés Caicedo: hay que poner BUEN OJO AL CINE.