Las motos y los autos son el mundo de Horacio Ferrero, dueño de Trans-Cereal. En OVACIÓN hablamos con él para que nos cuente andanzas, anécdotas y para qué nos explique significan los fierros en su vida.
Horacio Ferrero es un apasionado de los fierros. Ha protagonizado varias travesías, recorriendo las rutas del país en moto, junto a otros amigos moteros que comparten su misma pasión.
Ricardo Urchipía, Walter Cadorin, Ricardo Ruano, el «Gallego» Sánchez son algunos de los compañeros de travesía de Ferrero, con quienes emprendió aventuras hacia diferentes destinos: Merlo (San Luis), Cataratas del Iguazú, Salta, Jujuy, entre otros.
«Mi moto es una BM 1200 TR, la de turismo. Es una moto rutera. Tiene mucha autonomía. Puedo hacer 520 kilómetros sin necesidad de cargar combustible. Me preguntaban para qué quería una moto tan grande y yo les decía que no quería que me pasen los autos. Recuerdo que íbamos a Merlo, salimos de Vicuña Mackenna por la 7 para el lado de Villa Mercedes y me pasa un auto. Ahí la puse a 230 y lo pasé», comenta divertido Ferrero.
Entre las tantas anécdotas y experiencias de viaje, Horacio recuerda una vez que el grupo de moteros volvía de Cataratas y los amenazaba una tormenta. «Veníamos de regreso y se venía un tormentón. En la ruta no había nada para resguardarse de la tormenta. Llegamos a un pueblito que se llamaba San José. Había un hotel y estaba cerrado. Fuimos a hablar con el dueño y el tipo nos abrió. Metimos las motos en un galpón y hasta nos dio de comer. Después seguimos. Un verdadero gaucho el tipo», rememora Ferrero. Las historias de ruta y de viaje -y las localidades del interior de nuestro país- están llenas de estos personajes solidarios que, desinteresadamente, ayudan a los viajeros.
El amor por los autos antiguos
Ferrero es un fanático de los autos antiguos y tiene varios en su colección. Algunos de ellos son: un Ford A del 27, un Ford A del 28, un Unión del 67, una cupé BMW del 66, una cupé Fiat del 70, dos Torinos 380 W del 79 y 80, un BM artesanal, un Ford Falcon del 69, un Fiat Mirafiori, entre otros.
Tal es su amor por los autos antiguos que junto a Ricardo Urchipía decidieron correr el Gran Premio Histórico del Recuerdo. Un año lo hicieron con un Mercedes 280 y luego con la cupé Fiat. El primer año Ferrero estuvo en la butaca del copiloto, pero luego agarró el volante.
«Ma acuerdo una vez que salimos de Merlo, San Luis. Manejaba yo. Hay un camino que se llama de las 290 curvas. ¡Y son 290 curvas! Es hermoso, pero Ricardo se descompuso y decía: ‘Es distinto venir del lado del acompañante'», recuerda Ferrero entre risas.
La joyita dentro de su amplia colección de autos antiguos es un BM 700.
«Lo anduve buscando por 3 años. Es difícil de conseguir. Es un auto que corría los grandes premios y ganaba siempre. Es un auto chiquitito, pero hermoso. Yo soy bragadense, vecino de Rogelio Scaramella, ganador de los grandes premios con este auto. El auto se llamaba ‘El Pura Pinta’. Lo quise comprar y no pude. Es un auto chiquito, complicado, pero muy bello», comenta Horacio.
«Para mí el amor por los fierros es una forma de gastar el ocio. Cuando te gustan los fierros siempre tenés algo para hacer: que le sacás esto, que le ponés lo otro, que pintas aquello. Esto no termina nunca. Siempre estás pensando qué otro fierro viejo podés tener», concluye.