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miércoles, diciembre 4, 2024
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«Nadia está viva»: una historia de amor y un ejemplo de vida

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En conmemoración del Día Nacional de la Donación de Órganos (31 de mayo) y teniendo en cuenta que este año se cumplen 25 años del fallecimiento de Nadia Anabella Vásquez, Actualidad recuerda la historia del primer caso de donación de órganos al INCUCAI por parte de un villeguense. Nadia -que en ese momento tenía 10 años- murió de un derrame cerebral y sus padres decidieron donar los órganos, algo que no era tan usual en esa época. Un ejemplo: a pesar del dolor, ellos eligieron salvar vidas. 

No siempre, pero en algunos momentos de la entrevista los ojos de Oscar Vásquez y María Angélica Castaño tienen una profundidad difícil de describir, una pena infinita y apagada, algo que llevan tan adentro que se vuelve indescifrable para el que los mira. Son los ojos de quien ha contemplado el abismo, de quien ha vivido la peor pesadilla que alguien pueda vivir, eso que algunos nunca podrán siquiera imaginar y otros no se animan a hacerlo.

Pero esta no es una historia de dolor, sino de amor, solidaridad, vida y esperanza. Algo que debe servirnos como ejemplo para todos. Es la historia de Nadia Anabella Vásquez y de sus padres. Es la historia de la primera familia villeguense que decidió donar los órganos tras la muerte de un ser querido.

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Oscar y María Angélica son marido y mujer, padres de 6 hijos: Valeria, Marcos, Matías, Soledad, Nadia y Agustina.

Él es oriundo de Tapalqué y ella de nuestra ciudad. Durante algún tiempo el trabajo de Oscar (se desempeñaba en obras viales) los llevó a vivir afuera, pero finalmente se radicaron en General Villegas donde construyeron su casa y formaron su familia.

Corría el año 1996 y todo transcurría con normalidad para la familia Vásquez-Castaño. Oscar tenía su taller, María Angélica era ama de casa y los niños iban a la escuela.

Nadia tenía en ese momento 10 años y disfrutaba de las mismas cosas que podía disfrutar cualquier nena de esa época: dibujar, pintar, leer, jugar sola, con sus hermanos o sus vecinos.

«Era muy tranquila. Se tomaba su tiempo para todo. Era buena y ayudaba a los demás. Era muy buena compañera. Le gustaba pintar y leer cuentos. Mirábamos un rato de tele y después jugábamos en el patio entre los hermanos o con los vecinos del barrio», la recuerda Valeria, su hermana.

«Ella decía que cuando sea grande iba a ser doctora para cuidar a los viejitos y a los chicos», trae a colación María Angélica, su madre.

Pero todo dio un vuelco inesperado el fatídico sábado 6 de octubre de 1996. Sus padres no estaban en la casa y ella se descompuso debido a un fuerte dolor de cabeza. Lloraba y sus hermanos no sabían qué hacer. Cuando sus padres regresaron la llevaron inmediatamente al Centro Materno. Nadia ingresó en coma.

Allí la atendió el Dr. Marcos Ferrando. Su diagnóstico fue certero y sombrío: Nadia estaba grave.

«Nos vinimos al Hospital, le sacaron una tomografía y tenía un derrame importante. La sangre se le había dispersado en el cerebro. Recuerdo que estaba Mari Loyarte y ella nos hizo todo. Habló con el Dr. Alegre, que era el intendente, y él les hizo buscar un lugar donde poder trasladarla. Fuimos a la Clínica del Niño de La Plata. Para las 9 de la noche teníamos un avión sanitario», dice María Angélica, con una serenidad que le han dado los años y la aceptación de lo sucedido.

Oscar se subió al avión para acompañar a su hija, pero su voz se quiebra y no puede hablar. Por eso María Angélica -que fue llevada a La Plata en auto por unos parientes- es quien continúa con el relato.

El avión venía con un equipo de médicos que les advirtieron que Nadia podía sufrir un paro. De General Villegas salió bien, pero al llegar a destino tuvo tres paros. Salió adelante y la llevaron a la Clínica del Niño.

«Después de ahí no reaccionó más. El diagnóstico que nos dio Ferrando era el mismo que le dieron allá. Era algo irreversible. Ferrando nos explicó que era como una manguera que la dejan al sol y se va secando y estirando hasta que se hace un agujerito y sale el agua. A ella le pasó lo mismo: se le rompió la vena y se le salió la sangre. No tenía ningún síntoma previo», explica María Angélica.

El derrame cerebral fue el sábado 6 de octubre, y el domingo 7 falleció.

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Quizás hoy en día la importancia de la donación de órganos sea algo que está más internalizado en la sociedad. Se han realizado innumerables campañas de concientización y todos, en mayor o menor medida, sabemos que donar órganos es donar vida.

Pero en el año 1996 la realidad era muy distinta. El mundo era otro. En ese momento, por ignorancia o por miedo, había cierto recelo hacia el tema. El temor -absurdo e infundado- de que a uno lo dejen morir para sacarle los órganos fogoneaba una actitud mezquina y desconfiada.

Sin embargo, los padres de Nadia nunca lo dudaron.

«Siempre mirábamos el tema de la donación de órganos en la tele y mis papás decían que si algún día les llegaba a pasar algo nosotros donáramos sus órganos», relata Valeria, la hija mayor.

En La Plata les dijeron que no había más opción, que lo de Nadia era irreversible y les preguntaron si querían donar los órganos. «Nosotros no lo dudamos. Dijimos que sí porque no había posibilidades de vida. Ella salvó otra vida. Lo de ella va a estar siempre en alguien más. Ya no está con nosotros, pero hay alguien que en este momento tiene algo de ella. Nadia está viva», afirma María Angélica. No lo duda. Nadie lo duda.

Los receptores de los órganos ablacionados fueron:

  • Una persona de sexo masculino de 51 años (recibió el riñón derecho).
  • Una persona de sexo masculino de 5 años (recibió el riñón izquierdo).
  • Una persona de sexo masculino de 21 años (córneas).

Asimismo, se ablacionaron válvulas cardíacas que se destinaron al Banco de Tejidos del Hospital Español de Buenos Aires. El resto de los órganos no estaban en condiciones de ser trasplantados.

Oscar, padre de Nadia, reconoce que le hubiera gustado conocer la identidad de las personas que recibieron los órganos de su hija; pero nunca lograron saberlo.

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Ante la pérdida de un hijo la pregunta es: ¿Cómo es el después? ¿Cómo se vive con ese dolor y con ese vacío?

«Teníamos a todos nuestros hijos. Somos una familia muy unida. Si a uno le pasa algo todos los otros están para ayudar. Si nosotros no andamos bien, ellos están. Tuve que ser el pilar, porque Oscar se bajoneó mucho. Después de 3 años le agarró una depresión terrible. Yo tuve que ser fuerte. Y lo ayudamos a salir adelante. Entre todos lo ayudamos», narra María Angélica.

Detrás de esa máscara de gente común y sencilla, hay un potente ejemplo de vida. Oscar y María Angélica vivieron una pesadilla, pero tomaron la decisión correcta de salvar vidas. Tuvieron que sacar fuerzas de flaquezas para sostener a su familia, pero hoy disfrutan de sus hijos y sus nietos.

«Nosotros fuimos el primer caso de donación de órganos en Villegas. Fuimos los primeros en dar el puntapié inicial. Creo que hicimos una obra de bien. Ojalá que la gente done los órganos», es el mensaje final de María Angélica y de toda la familia.

Ley Justina y cómo expresar la voluntad de donar

Antes una persona debía expresar su voluntad de donar órganos para ser considerado donante. Eso cambió a partir de la Ley Justina.

Justina Lo Cane fue una nena de 12 años que murió en la Fundación Favaloro luego de esperar durante meses un trasplante de corazón. Desde que supieron que necesitaba un trasplante, Justina y sus papás iniciaron una campaña para concientizar a la sociedad sobre la donación de órganos.

Tras la muerte de Justina, la solidaridad que despertó su caso se transformó en un pedido público para que la gente se inscribiera en la lista de donantes, que era la única posibilidad en ese momento. La campaña «Multiplicatex7», que empezó en los momentos más críticos, se replicó en cientos de mensajes. “No muchos saben que si se convierten en donantes pueden donar hasta 7 órganos y, gracias a algunos tejidos, salvarle la vida hasta 9 personas”, explicó entonces Ezequiel, el papá de la nena.

Fue así como se generó un proyecto de ley impulsado por el senador de Cambiemos Juan Carlos Marino y los padres de Justina Lo Cane, en búsqueda de “desmitificar, simplificar y liberar a las familias de tomar una decisión en el momento trágico de la muerte de un ser querido”.

La Ley 27.447 (Ley Justina) se promulgó en julio de 2018 y reglamentó en enero de 2019. El principal cambio que la ley introduce es la instauración de la categoría de «donante presunto»: toda persona mayor de edad que no haya expresado su negativa a la donación de órganos será tratada como donante. Anteriormente sólo se tomaban como donantes aquellas personas que hubieran manifestado expresamente su voluntad de donación (en caso de mayores de edad) o cuyos responsables legales quisieran donar sus órganos (en caso de menores de edad o personas tuteladas).

La categoría de «donante presunto» implica que la ley mantiene la posibilidad de manifestación de voluntad expresa negativa o afirmativa a la donación de órganos para los mayores de 18 años. Por eso, para evitar pérdida de tiempo valiosísimo (unas cuántas horas pueden ser cruciales para que un órgano deje de estar en condiciones de ser trasplantado) es necesario expresar la voluntad de ser donante.

¿Cómo se puede tramitar el carnet de donante?

  • En forma presencial, al momento de tramitar tu Documento Nacional de Identidad en el Registro Civil o al concurrir al INCUCAI o a los Organismos Jurisdiccionales de Ablación e Implante de todo el país.
  • Por correo enviando, desde cualquier dependencia del Correo Argentino, un telegrama gratuito con tu nombre, apellido, DNI y domicilio
  • Para hacerlo de forma digital, ingresá en Mi Argentina al formulario «Manifestar mi voluntad de donar» en la sección de Salud (es necesario tener cuenta en Mi Argentina).
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