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lunes, junio 30, 2025
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CINE EN CASA: Licántropos en Piedritas

El tema que nos convoca en esta nueva edición de «CINE EN CASA» ha llenado horas y horas de filmografía y se han vertido ríos de tinta para escribir historias que han quedado grabadas en la mitología popular. Se trata ni más ni menos que del hombre lobo. Por eso, Federico Fornasari nos propone dos gemas del cine: «La Maldición del Hombre Lobo» y «Aullidos». 

Licantropía significa transformación de un hombre en lobo. Tal poder de metamorfosis se llama “werewolf” -del antiguo inglés wer (hombre) y wolf (lobo)-. De los monstruos sobrenaturales que pululan por el espacio cinematográfico, el hombre lobo domina por la ubicuidad de su leyenda: prácticamente en todos los países o regiones del mundo abundan las historias sobre ellos. Alemania tiene su “wer wolf”, España su “hombre lobo”, Portugal su “lobo omen”, Italia su “lupo manaro”, Francia su “loup garou” y Sudamérica su “lobizón”.

En la localidad de Piedritas sabemos que existe Santa Rita, brillante ganador de la Liga de Fútbol de General Villegas en 2019 y dominador de los campeonatos en la última década, un club pujante al que apodan “lobo”.

La otra institución prestigiosa del lugar es Cosmopolita, que ganó el torneo en 2008 y tiene una hermosa camiseta similar a la de Estudiantes de La Plata, equipo campeón tanto de Argentina como América y el mundo, específicamente en Inglaterra, país donde se habla el idioma de las dos películas que hoy tocarán disfrutar gracias a Cine en Casa.

No sería el caso del histórico Gimnasia y Esgrima de La Plata, también llamado “lobo”, sobre el que pesa una maldición eterna: aún no ha ganado un título de Liga desde que el profesionalismo se instauró en el fútbol hace casi cien años, aunque posee los mismos colores y “sobrenombre” que el vencedor Santa Rita.

A medida que nos adentremos en la nota irán advirtiendo que, de alguna u otra forma, tanto las dos ciudades como los clubes referidos se vinculan entre ellos de una manera misteriosa y respaldan atractivas fábulas cercanas a la licantropía.

La primera película se titula «La Maldición del Hombre Lobo» y fue realizada en 1961 por Terence Fisher, un británico que nada tuvo que ver con el futbolista de San Lorenzo, Rodolfo Fischer, a quien, curiosamente, lo conocían como “lobo”. La segunda película es «Aullidos», hecha en 1980 por Joe Dante, un genio estadounidense detrás de cámaras.

Ese año, encima, el “lobo” Fischer dio la vuelta olímpica jugando para Sarmiento de Junín, lo que significó el primer ascenso del equipo verde a la máxima categoría del fútbol argentino, pocos meses después del fallecimiento del director Terence Fisher, a causa de una insidiosa enfermedad.

Durante los siglos de la caza de brujas en la Edad Media, la licantropía era considerada como una actividad más de ellas. Vagar durante las noches de luna llena transformado en bestia, matando y devorando a los caminantes podía ser uno de los tantos medios que tenía el brujo o bruja de provocar daño. Esa fue una de las tantas interpretaciones iniciáticas, adaptadas a las diversas creencias de los pueblos.

En muchas leyendas la metamorfosis podía obtenerse mediante complejas ceremonias, en otras de un modo natural: ser el séptimo hijo varón. En cualquier caso, para recuperar la forma humana algunos expertos afirmaban que había que invertir el ritual o que el giro se producía espontáneamente una vez finalizada la noche.

Carlos Díaz Maroto en “Los Hombres Lobo en el Cine”, de Ediciones Jaguar, señala que el mito es representativo de la cultura desde tiempos primitivos. De los griegos proviene el término licantropía: “lycos” (lobo) y “antropos” (hombre), denominación de la cual se apropiaría luego la psiquiatría para definir el desequilibrio mental según el cual el enfermo creía mutar en lobo.

En efecto, la cuestión fue adquiriendo diferentes explicaciones: podía deberse a la sífilis, a la rabia, a la porfiria, a la epilepsia o a envenenamientos por “belladona”, un arbusto con propiedades de amplio espectro y potentes efectos secundarios.

Terence Fisher, en su formidable película, presenta al magistral Oliver Reed en la España de principios del siglo 19, quien sufre estos problemas ya desde niño. La transformación en lobo exhibe en realidad el eterno cotejo entre civilización y barbarie, entre humanidad y bestialidad. Así, el estigma del hechizo se ofrece como una metáfora de la herencia salvaje o “incivilizada” que todos portamos.

Oliver pasa su vida condicionado por los presagios, sufre terriblemente y se encierra para evitar lo inevitable, pero la cosa va más allá: los barrotes de su habitación y de la cárcel simbolizan no sólo la condena social por ser distinto sino su propia “autocondena” por dicha circunstancia.

Joaquín Vallet, en su libro sobre Terence Fisher publicado por Editorial Cátedra, destaca acertadamente que la presencia de los barrotes se conciben como símbolo de la cerrazón de una sociedad ante cualquier elemento perturbador, incluso de iniciación o condición sexual. Su familia no sólo evita las salidas del pequeño licántropo sino que impide la exteriorización de sus deseos y la no apertura al mundo exterior.

Una vez que Oliver crece, es cuando descubre un conjunto de pulsiones internas que se materializarán mediante la figura de la bestia. Es un ser conflictuado en un mundo que le da la espalda, lo que provoca que constantemente intente hallar su lugar. Le resultará difícil, la maldición hace que caiga en la exclusión y la licantropía se convierta en una manifestación de su marginalidad.

Casi veinte años después de la obra maestra señalada, Aullidos fue otra cinta revolucionaria desde varios puntos de vista. Hay tres que corresponde enfatizar.

Ideó una nueva técnica en los efectos especiales, en la que aplicó por primera vez un sistema por medio de máscaras de los actores con un mecanismo hidráulico en su interior que permitía dilatar huesos y carne en el proceso de transformación, de la manera más realista posible; utilizó elementos con claro guiño al espectador: la mayoría de los personajes utilizan nombres de directores de películas de hombres lobos anteriores (Waggner, Fisher, Francis, Kenton, Barton, etc); y desde lo argumental, estableció, como un nexo con la de Terence, que el ser humano es una bestia que tiene conciencia de ello y trata de aislarse voluntariamente o por orden médica para curar lo incurable.

Es, sin lugar a dudas, la gran película de Dante: mezcla terror, drama, sexo, sordidez y violencia con un estilo sorprendente. Los títulos de crédito se entrelazan con el ruido de frecuencias y sintonías. Joe decidió empezar de esta curiosa forma su versión sobre el hombre lobo para crear expectación y modernizar al licántropo pese a que se trataba de un mito antiquísimo.

En su derrotero, va adquiriendo el toque macabro de un cuento de terror para adultos; entran en juego los parajes neblinosos y los personajes de una extravagante clínica dirigida por el psiquiatra, de apellido Waggner. El lugar encierra un horrible secreto y en la magnífica secuencia de bienvenida se nos presentan a casi todos los personajes que rodearán a Dee Wallace, la actriz protagonista.

Cada uno asienta frases memorables acerca de su dolencia. El entrañable John Carradine, interpreta a un viejo amante de las tradiciones y el propio psiquiatra es el anfitrión que no baja los brazos en su cruzada para “humanizar” a los enfermos.

A esa incómoda sensación, contribuye la banda sonora del maestro italiano Pino Donnagio, que combina instrumentos con sonidos perturbadores, acentuando la extraña atmósfera que envuelve a esa especie de colonia.

Más allá de la voluntad de Waggner en aislar al grupo para readaptarlo a la vida social, lo cierto es que el médico, en su dudoso accionar, pretende que la comunidad se defienda contra sus “enemigos naturales”, es decir, contra los que sienten o piensan de otra manera.

El planteo del film es polémico y enrostra, al igual que el de Fisher, el pensamiento en que la sociedad es un organismo determinado a defenderse como sea de sus células cancerosas, eliminándolas o reeducándolas. Cuando esto último no es posible hay que matarlas, porque no tiene sentido mantener al “salvaje degenerado”.

Para finalizar, es importante anotar una lista de filmes sobre estas mutaciones tan complejas junto a las dos joyas analizadas: El Lobo Humano (1935, Stuart Walker), la saga de Larry Talbot (1941 a 1948), la saga de Waldemar Daninsky (1968 a 1996), Wolfen (1981, Michael Wadleigh), Un Hombre Lobo Americano en Londres (1981, John Landis), En Compañía de Lobos (1984, Neil Jordan), Wolf (1994, Mike Nichols), Dog Soldiers (2002, Neil Marshall), El Hombre Lobo (2010, Joe Johnston) y, por supuesto, Nazareno Cruz y El Lobo, realizada en 1975 por Leonardo Favio, donde Juan José Camero sufre la maldición de convertirse en lobo por culpa de ser el séptimo hijo varón.

Siete hijos, siete goles, de acuerdo a los recibidos por Gimnasia contra Estudiantes en la ciudad de La Plata en octubre de 2006, mes del terror, las maldiciones, Halloween y la bruja Verón montada en una escoba en Wembley del 68. Y como a los hombres lobo se los mata únicamente con balas “de plata” o “hechas en La Plata”, tal vez al “lobizón” platense le convenga mudarse a Piedritas a jugar de local en la cancha de Santa Rita, el club que ha sabido eludir con talento feroz el maleficio ancestral de un apodo mitológico. Nada es casualidad.

 

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