El fútbol y el cine están más íntimamente relacionados de lo que nosotros creemos. Algunos partidos son tan espectaculares que parecen películas perfectamente guionadas, con una pizca de suspenso, una cuota de sufrimiento y mucha pasión. A veces tienen finales felices y otras muy decepcionantes. Algunos partidos son películas de acción que no dan respiro y otros son decididamente de terror. Y en ese ida y vuelta entre el fútbol y el cine Federico Fornasari nos propone un parangón entre el arquero villeguense José Damiani y el director italiano Damiano Damiani, que compartían mucho más que el apellido.
Los mejores cuatro arqueros que vi en Villegas fueron José Damiani, el “Cholo” Onni, José Panadeiro y “Pepe” Pelosi. Por solvencia, la personalidad de los nombrados para transmitir seguridad a sus equipos y temor a los rivales era una constante cada vez que se revolcaban en el área, gritaban, ordenaban, marcaban las líneas u observaban con fulminante visión de “rayos X” a los espectadores que se atrevían a insultarlos.
Cuando salían a la cancha se asemejaban a las películas de gladiadores que daban en el cine Rex. No había manera de vulnerarlos; estaba convencido que Onni o Damiani, por ejemplo, entrenaban con animales salvajes, espadas, comían acero y se bañaban con un hacha entre los dientes.
Es que el “Cholo”, además de ganar siempre los mano a mano, encandilaba a la región con su impecable buzo naranja que relucía como el escudo de un luchador romano en la pegajosa arena del Coliseo, esa en la que Russell Crowe en Gladiador (2000, Ridley Scott), seguramente inspirado en sus movimientos en el arco de Atlético, logró ser premiado con el Oscar.
A “Pepe” y “Pana” los conozco y he tratado con mucha calma, evitando hacerlos enojar demasiado ya que jamás hay que pelearse con un arquero. Dicha afirmación es una verdad absoluta y existe un ejemplo emblemático: Mariano Andújar, el día que enfrentó él sólo a cien jugadores de Gimnasia que le tiraban golpes a traición e intentaron asesinarlo por la espalda para quitarle la Copa Libertadores.
Mariano parecía el rey espartano Leónidas en la batalla de las Termópilas, cuando sus trescientos soldados se bancaron el asedio de un millón de persas. La cosa no es sencilla, mejor patearles penales.
Hay dos películas muy buenas de este tema que podrían haber protagonizado el mítico arquero del “pincha” de La Plata o los cuatro goleros villeguenses. Una es Los 300 Espartanos y fue dirigida en 1962 por Rudolph Maté, quien recreó con precisión ese legendario enfrentamiento de hace más de dos mil quinientos años. La segunda, más nueva (2006) y argumentalmente similar, se titula 300 y la realizó con pericia el bueno de Zack Snyder.
Pero más allá de estas cuestiones, que podrían ser tema de otra nota hipotéticamente titulada “Arqueros y Gladiadores”, el tema pasa por reivindicar hoy a un gran director de cine nacido en Italia llamado Damiano Damiani quien se conecta con el primero de los guardametas referidos al inicio, José Damiani, por dos características: poseen el mismo apellido e idéntica costumbre de cerrar espacios.
José cerraba el arco de Eclipse en todos los partidos, y si me apuran diría que nunca le hicieron un gol aunque perdió algunos encuentros. Misterio total. En cambio Damiano cerraba los cines, cuyas películas, casi todas obras maestras, agotaban las localidades sin pestañear.
Sin bien efectuaré algunas breves referencias del inigualable cine italiano creado bajo cierto contexto, hoy nos detendremos para Cine en Casa en una gran joya de su corona cinematográfica. Fue estrenada en 1971 y titulada Confesiones de Un Comisario a un Juez de Instrucción, nada menos que con Franco Nero, Martin Balsam, Marilú Tolo, Nello Pazzafini y Luciano Catenacci, cambiándose en el vestuario listos para entrar en acción.
El cine en la Italia de los años 70 presentó nuevas formas narrativas vinculadas a las variables económicas y violencia social. La inestable situación del país generaba impactantes enfrentamientos en las calles, negocios de drogas, secuestros, robos, homicidios y crueles especulaciones en el negocio inmobiliario. La inseguridad era letal.
Tamaño caldo de cultivo se reflejó en el cine, que definió el surgimiento de un subgénero cinematográfico denominado “poliziesco” (plural: “polizieschi”, cuya traducción sería policial, de policías, de detectives), asentado bajo una estética operística, desobediente y antisistema.
Potenciados por el atractivo de haber sido filmados en las situaciones turbulentas señaladas, en una Italia desolada por la situación caótica de las instituciones, estos policiales descarnados, sin contemplación alguna, tuvieron un éxito enorme en un territorio que estaba lleno de cines y productoras que demandaban filmes continuamente.
Ese período violento de Italia fue conocido como “Anni di Piombo” (Años de Plomo), y el “poliziesco” expuso esas jornadas con notable veracidad.
Desde mediados de la década anterior, e incluso desde la etapa post-neorrealista, el cine de denuncias políticas o dramas criminales del país de la bota impusieron la fotografía cotidiana de tiempos aciagos, mediante numerosas obras esenciales como Las Manos sobre la Ciudad (1963, Francesco Rosi), Svegliati e Uccidi (1966, Carlo Lizzani), El Día de la Lechuza (1968, del mismo Damiani), o Investigación de un Ciudadano Libre de Toda Sospecha, realizada en 1970 por Elio Petri, que exhibían con osadía protestas e inconformismos y preanunciaban la violencia hiperbólica del inminente policial.
Fue a partir del transcurso de este decenio en que las películas comenzaron a reflejar una visión del delito como una madeja viscosa, sangrienta e insidiosa de poder que no hacía distinciones entre la infiltración mafiosa en el gobierno, en actos terroristas o en miles de “motochorros” que mataban para robar una cartera. Todo instalado como una verdadera pesadilla.
Directores del genio de Fernando Di Leo, Enzo G. Castellari, Umberto Lenzi o Sergio Martino abordaron “poliziescos” inimitables, bajo la herencia directa de realizadores de mayor edad como los referidos Lizzani, Rosi o Petri, como también Florestano Vancini, Giuliano Montaldo o los hermanos Taviani, quienes en los años 60, involucrados en temas políticos, se habían parapetado al acecho de situaciones sociales de inquietante actualidad para sus primeras películas de ficción.
Damiani fue de la generación de estos últimos pero que se vinculó a los primeros al realizar la mencionada Confesiones de un Comisario a un Juez de Instrucción, obra en la que expone hechos de corrupción en los más sucios ambientes gubernamentales, a los que se enfrentan una dupla formada por un juez interpretado por Franco Nero y un comisario encarnado por el veterano Martin Balsam.
Se trata de un filme de denuncia árido en ejecución que comparte con el “poliziesco”, a modo de puente, la suciedad urbana repleta de violencia y conflicto de intereses, recreando los aspectos más temidos de la ciudad de Palermo, en Sicilia.
Así como José Damiani volaba de palo a palo para sacarla al córner, el director italiano hace planear de tugurio en tugurio al viejo policía Balsam quien entrena, furioso, en el Parque Municipal para evitar caer en la tentación de aplicar el gatillo fácil como única solución de terminar con los negociados entre peatones, políticos y un renombrado fiscal que podría haberse tomado unos mates junto a peligrosos líderes de la Mafia.
Damiano, nacido en el año 1922, tuvo orígenes vinculados al citado Neorrealismo, un movimiento fecundado en Italia a mediados de los años 40 que trascendió mundialmente dado el potente enfoque sociológico que realizó en el cine respecto de las miserias de posguerra relacionadas con la destrucción de las ciudades, el desempleo y la desesperanza, entre otras características.
Con el paso de los años, el Neorrealismo fue compaginando su mirada con diversos géneros fílmicos hasta llegar a los citados directores, entre otros, que advirtieron los cambios culturales de fines de los 60 y, fundamentalmente, la década del 70.
El poliziesco se nutrió de ese modelo original, mutado bajo un cine que se destacó por sus alarmantes cuestionamientos éticos. Fueron obras donde realizadores comprometidos volcaron toda la frustración social de aquellos años, en la que delincuentes y policías actuaban solos o como parte de alguna retorcida conspiración u organismo agazapado. Nadie podía confiar en nadie.
En el film destacado, Damiano afrontó el desafío de sumergirse en ambas vertientes perfectamente amalgamadas: denuncia y policial. Fue su cima artística, aderezada ese mismo año con la sensacional El Caso está Cerrado, Olvídelo, repitiendo con el soberbio Franco Nero.
Aquí, Franco se mete en la piel de un arquitecto que de manera casual es encarcelado por un accidente de tránsito. Pese al simple argumento, el cineasta incrusta hábilmente a su desesperado protagonista en un violento entramado de corrupción que salpica al sistema penitenciario y judicial.
Damiano Damiani fue un artista excepcional que metió en la licuadora múltiples composiciones: westerns, terror, policiales, dramas, documentales y hasta el surrealismo más extremo, en el que tal vez el director de cine y el ex arquero de Eclipse, por apellido y costumbres, terminen siendo la misma persona. Habría que cotejarlo revisando sus enormes películas, de la primera a la última.
*Federico Fornasari es villeguense, abogado, amante del fútbol, hincha de Eclipse y más bilardista que Bilardo. Su gran pasión es el cine, aquel que se mira comiendo pochoclo y (sobre todo) el de culto, el de grandes directores que cambiaron la historia del séptimo arte. Ha escrito reseñas en innumerables revistas y sitios especializados.
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