(“La memoria, algo casi mágico, que une tiempos y espacios, emociones
y sentimientos”)
… Fue justo ese año, en que dejé de asistir a la escuela como Secretaria, cuando un hermoso proyecto vio la luz: la Biblioteca Escolar tenía nombre propio, “La Higuera”, en honor al espíritu ambientalista y conservacionista del ambiente natural.
Por supuesto, como caracteriza a los chicos y maestras “curiosas” de la E.P 45, se propusieron más logros, fue así que llegó a esta querida escuela un retoño de la emblemática higuera bajo la cual el insigne Domingo F. Sarmiento pasó su niñez aprendiendo las primeras letras, acompañado de su madre Dona Paula Albarracín.
Pero la Higuera como árbol, a pesar que no es nativo de Argentina, tiene un encanto especial, porque parece que estuvo presente o acompañando momentos importantes de la biografía de personas que, con sus acciones, “escribieron” en las páginas de la historia.
Para ello es necesario remontarse a tiempos lejanos y así conocer, por ejemplo, que la higuera es un árbol que siempre ha estado ligado al Mediterráneo y cuyo fruto ha sido uno de los primeros cultivados por el ser humano. Las muestras fósiles más antiguas son las encontradas en el valle del Jordán que datan del año 12.000 a.C.
La Biblia menciona que el primer árbol del Edén fue la higuera. Y en la cultura Mesopotámica lo calificaban como el árbol del conocimiento. Decían que los numerosos granos que contiene el higo simbolizan la unidad y universalidad del conocimiento del ser humano. A este fruto se le asocia con la abundancia, la fertilidad y la buena fortuna.
Cleopatra tampoco se escapa de la historia del Higo, ya que fue envenenada por una serpiente áspid que llegó en un cesto de higos.
En Oriente la leyenda narra que Buda cuando se encontraba bajo la sombra de una higuera tuvo la revelación que lo encaminó a fundar el budismo.
El higo en India también es árbol sagrado que representa la fuerza y la vida, así como el conocimiento adquirido tras la meditación.
Ya en Europa durante la Edad Media, era típico que durante la cuaresma los nobles comiesen el Tailliz, o pastel de higos asados en la hoja de laurel. Así en países especialmente del Mediterráneo el poder de una casa se medía por la cantidad de pan de higo que tenían las familias.
Más tarde en 1532 este árbol llega a América de la mano de Pizarro, quien ordenó que cada familia pudiera sembrar una higuera. Cuenta la leyenda que su fragante olor alejaba de las casas los malos espíritus
No sé si será por esos espíritus o creencias, pero lo cierto es que cuando los jesuitas se instalaron en la Mesopotamia argentina, en las llamadas “misiones”, plantaban higueras, porque daban frutos saludables, sombra y resistían las altas temperatura.
Pero … ¿Qué relación tiene esta higuera de Sarmiento con la historia de los jesuitas? Porque en un pequeño poblado de casonas de barro, llamado Yapeyú, los jesuitas plantaron una higuera y ese lugar fue nada más ni menos que: La cuna del libertador José de San Martín. Yapeyú: “Fruto maduro”, es lo que significa, en lengua guaraní. Fue fundada el 4 de febrero de 1627 por los jesuitas, dándole el nombre de Nuestra Señora de los Santos Reyes Magos de Yapeyú o Nuestra Señora de los Tres Reyes de Yapeyú.
El 13 de diciembre de 1774 el virrey Vértiz anunció a Yapeyú el nombramiento de Juan de San Martín como Teniente de Gobernador. En su nuevo lugar de trabajo, nacerían sus otros dos hijos: Justo Rufino, en 1776 y José Francisco, un 25 de febrero de 1778.
El bebé José Francisco o Francisco José -el certificado original de su bautismo se perdió en un incendio- fue bautizado por Francisco de la Pera, fraile dominico y cura de Yapeyú. Habría sido bautizado como Francisco José, aunque la inversión de los nombres fue producto de la costumbre de la familia que lo llamó de esta manera.
Rosa Guarú, que la historia también la menciona como Juana Cristaldo, tal vez porque se usaba ponerles nombres “cristianos” a los esclavos y sirvientes, crió a José. Fue la que le enseñó a caminar y con el que jugaba a la sombra de la higuera que estaba en el centro del pueblo, esa higuera a la que Rosa seguramente le habrá dicho al niño que los guaraníes la llamaban “ibapoy”.
Esta higuera, histórica también porque fue el lugar de juego preferido del padre de la Patria, en 1986 sin más sabia en sus tallos, se desplomó.
Dicen los relatos que el estruendo que provocó su caída hizo que la gente saliera de sus casas y los chicos de la escuela. Era la plaza que en su centro tenía una imagen de la Virgen María, tallada en piedra por los guaraníes.
Así parece que, a la sombra de este árbol casi bíblico, parte de las infancias de dos insignes hombres de la historia argentina, haya sido, quizá, la “confesora “de sus grandes sueños y proyectos…
(*) Prof. Laura Mónica Saisan
Ex secretaria de la E.P Nº45
2007-2017