Hace dos años que no venía a General Villegas. Hoy, radicada en Noruega, esta viajera incansable vino a visitar a su familia, a pasar su cumpleaños y las fiestas de fin de año. En un mano a mano con Actualidad nos contó sus experiencias, sus viajes, y cómo es vivir a 300 kilómetros del Círculo Polar Ártico.
Tamara Diez es una joven villeguense que hace 4 años comenzó un viaje de esos que no terminan, de esos que modifican la vida para siempre. Un viaje para buscar nuevos rumbos, nuevos horizontes, nuevas experiencias, para adquirir saberes que no se consiguen en casa, para conocer nuevas personas y culturas, en fin, un viaje donde -quizás sin saberlo- uno sale a buscarse a sí mismo y a hacer su propia vida lejos de cualquier mandato.
Tamara tiene 31 años (cumple 32 este 26 de diciembre), es hija de María y Gustavo, y hermana de Mauro y Adrián. Hizo la secundaria en el Nacional y luego estudió Licenciatura en Nutrición en la Universidad Abierta Interamericana de Rosario. Hace cuatro años decidió que su futuro no estaba en Argentina, que quería viajar y conocer el mundo. Cuando su familia supo cuáles eran sus intenciones hicieron lo imposible para convencerla de que se quede. «Mi hermano me ofreció ser socia de su gimnasio y abrir otra sede en otra ciudad. Pero esos eran sus proyectos, no los míos. Yo me quería ir. Al principio fue doloroso, pero ahora estoy feliz. Ahora me dicen que no vuelva», cuenta Tamara, divertida.
Su destino fue Auckland, Nueva Zelanda. Si bien la capital de ese país de Oceanía es Wellington, Auckland es la ciudad más poblada. En su visa de estudiante decía que su objetivo era ir a estudiar inglés, pero su meta era mucho más profunda: buscar su vida, un norte propio, vivir experiencias únicas.
Comenzó parando en un hostel. Estudiaba inglés por la mañana y por la noche trabajaba en un restaurante. También trabajaba en el hostel, algo que hacen muchos viajeros a cambio de hospedaje.
Allí conoció a Bastien, su actual compañero de viaje y de vida. Bastien es francés y en ese momento trabajaba en la construcción. En poco tiempo decidieron irse a vivir juntos y superaron lo que ellos consideraron la «prueba de fuego»: un viaje de un mes a Indonesia donde la convivencia era de 24 horas por 7 días a la semana. Afortunadamente todo resultó bien y ambos regresaron a Nueva Zelanda para continuar con su proyecto: trabajar, juntar dinero para seguir viajando y recorriendo ese país.
Ella trabajó de ayudante de cocina, de lavaplatos, de limpieza en hoteles, en un campo de manzanas, en una heladería. Él fue carpintero, fotógrafo, jardinero. Cada trabajo que aparecía era una oportunidad nueva y distinta.
Se quedaban en una ciudad por 3 o 4 meses, juntaban plata y se iban de vacaciones o se mudaban a otro lugar. Esa era su vida en Nueva Zelanda. Conocieron gran parte del país y también su cultura, así como también hicieron muchos amigos.
«Cada vez que nos mudábamos era empezar de cero: buscar un lugar para vivir, empezar a buscar un trabajo, amistades. Pero no es algo pesado, se hace con naturalidad. En Nueva Zelanda hay muchos viajeros. La primera semana vas a un hostel, conocés gente, hacés contactos y así empiezan a surgir las redes para encontrar trabajo», dice Bastien en un perfecto castellano, aunque con ese inconfundible acento francés.
Luego de muchos kilómetros recorridos, el camino de ambos se bifurcó por primera vez: a él se le acabó la visa y partió para Japón. Allí se perfeccionó en su actual oficio, la carpintería. Tamara se quedó en Nueva Zelanda por un tiempo, fue de vacaciones al país del sol naciente para reencontrarse con él y posteriormente regresó a la Argentina para volver a ver a su gente tras dos años de larga ausencia.
A la distancia la pareja decidió juntarse en la región de Bretaña, en el noroeste de Francia, en la casa de la familia de Bastien. La idea era seguir viajando, aunque había que decidir el destino: Irlanda, Australia, Suecia y Noruega eran algunas de las opciones. Fue así como desembarcaron en Suecia, en la isla de Gotland, al sur de la capital Estocolmo, justo cuando se desataba la pandemia de coronavirus. Allí pasaron 6 meses y aprovecharon la política «relajada» del país nórdico con respecto al COVID-19 para trabajar con un único objetivo: poder continuar la travesía hacia Noruega.
Noruega
En la actualidad viven en Tromso, Noruega, a 300 kilómetros del Círculo Polar Ártico, un pueblo tranquilo de 60 o 70 mil habitantes donde en invierno pueden registrarse -20 grados y en verano unos 20.
Al estar tan cerca del Círculo Polar Ártico, Tromso tiene una particularidad: hay una época del año donde las noches son eternas y duran las 24 horas del día durante 4 meses seguidos. Como contrapartida, hay otra temporada donde la luz del sol nunca se extingue y las jornadas no tienen noche durante 4 meses. «Es difícil, pero te acostumbras», dice Tamara.
Tromso es, además, un centro turístico: muchas personas de todo el mundo se acercan para ver las auroras boreales, ese fenómeno en forma de luminiscencia que se presenta en el cielo nocturno, generalmente en zonas polares. De hecho, ambos proyectan organizar un proyecto de turismo de auroras boreales porque es mucho el caudal de viajeros que todos los años llegan a Noruega buscando ver las luces del norte.
Hace un año y medio que Tamara y Bastien viven allí. Tamara es chef en un bar. Era segunda chef, pero la ascendieron cuando su jefa renunció. Bastien es carpintero, y tiene mucho trabajo en un país donde todas las casas son de madera.
Si bien su objetivo no es quedarse allí para siempre, reconocen que es un buen lugar para pasar la pandemia hasta que «las cosas se acomoden y podamos seguir viajando».
¿Qué hacer en Noruega?
«Nos hicimos de un grupo de amigos re lindo. Eso ayuda un montón porque es como nuestra segunda familia. Siempre nos motivamos para hacer algo: ir a escalar, ir a un bar, ir de camping, hacer asado bajo la nieve. Hay gente de Colombia, de Venezuela, una chica de Rosario, Jonatan el ‘Chula’ Castillo de Villegas, españoles, rumanos, ucranianos. Hay una buena universidad y entonces hay estudiantes de todos lados», explica Tamara.
«Los noruegos son un poco más distantes. Allá la espontaneidad no existe, tenés que planificarlo todo. Nuestros amigos son la excepción porque hay muchos latinos y entonces salen cosas espontáneas, pero el noruego es más distante. En el colectivo de línea si hay dos asientos y una persona se sentó nadie se sienta al lado porque es como que estás invadiendo su espacio. Eso acá no existe. Son super amables y si necesitás algo te van a ayudar», detalla Tamara.
«Allá la vida se hace alrededor de actividades: vamos a una caminata en el bosque, vamos a una cabaña a hacer un fuego y una comida, a juntar hongos, escalamos montañas y nos quedamos en los refugios que son gratuitos. Vos tenés tus amigos de cada actividad. También vamos a esquiar. Si te quedás en casa todo el día, ahí es donde empieza la depresión», reconoce Bastien.
¿Cuál es la necesidad de viajar y siempre empezar de nuevo?
Si bien en el país nórdico tienen un buen pasar, esta pareja de viajeros todavía tiene hilo en el carretel y no conciben a Noruega como el lugar definitivo para establecerse.
«Empezamos a viajar con esta idea de descubrir lo que hay afuera. Hay mucho por descubrir. Conocimos gente extraordinaria con la cual seguimos en contacto. Es conocer otra cosa, otra cultura, otro lugar, y ese bichito de un poco de miedo o emoción. Siempre van surgiendo cosas muy lindas. No se trata de aburrimiento, sino de la motivación de conocer cosas nuevas, curiosidad, explorar. Ahora estamos un poco más establecidos, pero tenemos que conocer más cosas para ver en qué lugar queremos vivir en el futuro», reconoce Tamara.
«Viajamos y empezamos de nuevo pero lo disfrutamos, lo pasamos muy bien: buceando, saltando de aviones, mirando cosas increíbles. Eso nos motiva a seguir», reconoce Bastien.
«En cada lugar que vamos tratamos de hacer de todo, conocer lo máximo y abrirnos a la cultura de cada país al que vamos y a la gente. Al fin, los lugares los hace la gente. Podés estar en un lugar feo, pero si conociste a la persona adecuada el lugar va a ser increíble porque esa persona te lo hizo increíble. Lo disfrutamos muchísimo. Si tienen la posibilidad de viajar, háganlo. Que la gente se abra a la posibilidad de conocer a la gente», completa Tamara.
El lema de estos dos viajeros podría resumirse en perderse un poco más y planificar menos. ¿Por qué otros lugares del mundo se perderán?