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sábado, diciembre 14, 2024
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Chau Juan! | Por Celina Fábregues*

Chau Juan, hasta la próxima vida. No olvides la boina a lo Dalí, el sombrero y la bicicleta. La última vez nos encontramos en el supermercado, barbijo de por medio. Igual me abrazaste y yo dejé que lo hicieras. – Chau, nena! me gritaste de la puerta.
Adolescente en la plaza principal

El cartel de hierro pintado de negro terminaba en un disco en el que había una mano de color amarillo. Creo que tenía también algo en celeste, pero lo que recuerdo era la mano.

Ese cartel estaba colocado en la vereda del negocio del tío Mario, la disquería de Villegas, en plena calle Moreno. Y la mano, era la de Juan. Una mano adolescente que indicaba STOP.

Juan hacía esas cosas. No necesitaba que hicieras nada para quererte. Era inteligente, divertido, creativo y como suelen ser las personas a las que el corazón les queda demasiado grande para tan poco cuerpo, Juan a veces viajaba lejos de todos, para poder volver a encontrarse.

Juan pasaba y avisaba: – ¡Decile al gringo que mañana vengo a cocinarle pasta! Y al otro día, ahí estaba. Llegaba con una olla enorme que colgaba del manubrio de la bicicleta. Una bolsa de harina, huevos y hasta el queso para rallar (porque él sabía que al tío Mario le gustaba la pasta con mucho queso).

Uno de esos días, en la cocina de la casa de la tía Helena, me enseñó a preparar la salsa más exquisita del mundo. Me dijo: solo te hacen falta dos cosas, tomates y ajo. Cada vez que la hago, Juan se ríe bajito mientras el aroma se acomoda en el ambiente.

Pasaba regularmente por mi estudio a tomar café. Se sentaba cruzando las piernas y se aguantaba las ganas de fumar hasta que se iba, porque sabía que no me gustaba.

Movía la pierna que cruzaba y se tocaba la barbilla cuando alguna anécdota le pasaba por delante de la memoria.

Un día se le dio por la carpintería. Quería hacer cosas. – ¿Nena, qué querés que te haga?, me largó, para que le impusiera un desafío.

Le respondí que hacía tiempo quería un atril de pintura. Unos días después se apareció con el atril colgando de la bicicleta. Le había colocado hasta una mesita acoplada para que mezclara los colores.

Lo tengo en casa, guardado por falta de espacio y mucho tiempo sin tocar un pincel. Quizá este sea el momento de volver a intentarlo.

Le gustaba armar cuadros con láminas que yo le imprimía. Elegía grandes pinturas de diferentes corrientes. El último fue uno de Gustav Klimt, «para la vidriera de Berta», por el día de la madre.

Después se puso a hacer trabajos en serigrafía. Era tan bueno!!! Pero de repente se calzó la boina, agarró la bici y no volvió a tocar las tintas.

Juan fue así. Tierno. Infantil. Agotador. Solitario. Solidario. Un artista bohemio. Siempre (y no me pregunten por qué), algo de Juan encontré en Charly García (o al revés), aunque, donde esté, seguramente está sonando Dark side of the moon.

Juan era así. No necesitaba que hicieras nada para quererte.

Hasta la próxima vida Juancito, saludame al gringo y dale un abrazo.

*Celina Fabregues es periodista. Conduce Cuidarte Más por FM Villegas, los sábados de 9,30 a 12 horas, programa que se repite a las 19 del mismo día.