«Un transplante es volver a vivir», asegura Mabel, que en el mes de mayo pasó por el quirófano para recibir un nuevo corazón. Tiene 47 años y sufre esclerodermia, una enfermedad que no tiene cura y que afecta varios órganos, en especial el corazón.
Mabel tiene en el pecho otra oportunidad para latir. Ese músculo en perfecto funcionamiento la trajo de regreso a casa, después de cinco meses de espera en el Hospital Italiano, donde fue realizado el transplante.
El 7 de junio recibió el alta y decidió que era hora de volver al hogar. «No venía desde el 4 de enero y quería estar en mi casa, aunque fuera un solo día.»

Me pasa unas fotos por whatsapp. Es la misma imagen con su marido Ricardo y sus hijos Tomás (24), Matías (20) y Gastón (15), pero antes y después de la cirugía. El cambio en su postura es asombrosa. Es sin ninguna duda, el poder de la felicidad.
Con todos los cuidados y un control estricto, se dio el gusto de acompañar hasta La Plata a su hijo Tomás, a recibir su título de Ingeniero Civil. «Toda emponchada, embarbijada, enguantada, pero por nada del mundo me iba a perder ese momento, por el que tanto pedí a Dios que me permitiera estar.»
En principio, los controles se realizaron cada diez días y debía permanecer en Buenos Aires tres, para hacer estudios y esperar los resultados. Como en el último control «todo salió perfecto, ahora tengo que ir en 20 días», por lo que el próximo viaje será el 19 de julio.
Cuando los plazos entre consultas empiezan a alargarse, no solo indica que todo marcha bien. Es un respiro para quien está en recuperación y para toda la familia, que empieza a soltar la angustia acumulada durante tiempo.
Los primeros seis meses tras el trasplante hay que seguir normas estrictas para evitar contagios e infecciones, por eso «tengo que tratar de no tener contacto con gente en lugares cerrados, pero con estos días fríos tampoco puedo salir», se queja Mabel (como casi todos en este invierno impiadoso de poco sol que estamos atravesando).
«Ricardo (Bianchi, su esposo), me saca en el auto a dar vuelta al perro», expresión que todos usamos alguna vez para referirnos a un paseo corto por lugares cercanos, «para cambiar un poco el paisaje y después volver a casa.»
Mientras tanto, aprovecha para dormir hasta más tarde, cocina un poco, cose algunas cosas, pero tiene un perro guardián llamado Matías, que no le permite cansarse, «me reta porque dice que me tengo que cuidar», confiesa risueña refiriéndose a su hijo.
A las mamás les cuesta dejarse de cuidar por los hijos, porque naturalmente las cosas son al revés. «Me aburro de no hacer nada, pero hay que aprender a hacer todos los días un poco», afirma.

Mabel trabaja en un estudio contable desde hace 25 años, lugar en el que estarán esperando su regreso y como sorpresa, «el día de mi cumple, (el 18 de marzo) se juntaron todos, jefes incluidos, y me hicieron una video llamada al hospital a las 8.30 de la mañana. Ese día también lloré», dice esta mujer que recibe algo de todo lo que ha dado.
«Antes hacía dos cuadras para llegar a mi trabajo y llegaba agotada. Ahora estoy perfecta. Los días que están lindos y salgo a caminar después de mediodía, me siento bárbaro y las manos no se me enfrían», cuenta Mabel.
Ella recuerda que «vivía con las manos y los pies helados» y sentirlos calientes le hace notar la magnitud del cambio. «Estoy genial, estoy genial», repite casi como en un mantra.
La familia de Franco
Sobre la familia que donó el corazón de su hijo de 18 años, Mabel además de agradecerles, admira «la valentía al tomar la decisión de donar los órganos de su hijo pequeño. No es fácil tomar esa decisión, en ese momento. Eternamente, gracias a ellos.»
El corazón para la mamá villeguense, fue donado por los padres de Franco Sebastián Vistarop Olavede, un joven de Santa Rosa (LP) de 18 años, que falleció en un accidente de tránsito.
Su hermano Mario y su hijo Matías ya han hablado con los papás de Franco, pero ella aún siente que no es el momento. «Todavía no sé qué le diría, además de abrazarla», explica Mabel, que por ahora se escribe todos los días por whatsapp con una tía del joven, porque «pasan a ser familia.»
El alma necesita darse un tiempo para procesar los cambios en el cuerpo y esperar a que el momento del encuentro llegue naturalmente, cuando desde ambos lados, las heridas hayan cicatrizado un poco más.
La decisión de donar
De un lado de la historia, para muchos, un trasplante es la posibilidad de volver a vivir. Para otros es el momento durísimo de decidir sobre un ser amado y optar por multiplicarlo por siete, en referencia a la cantidad de vidas que, se estima, puede salvar cada donante de órganos y tejidos.
El 2019 fue un año bisagra para los trasplantes en la Argentina. Tras la sanción de la Ley Justina, todas las personas mayores de 18 años son donantes de órganos o tejidos, salvo que hayan dejado una constancia expresa de lo contrario.
Sin embargo, el camino todavía no está desandado. Antes de esta ley, un 42% de ciudadanos no estaba dispuesto a donar. Hoy, según fuentes oficiales, el 17% todavía se niega.
Si bien la pandemia hizo que los transplantes disminuyeran, en 2021, los centros especializados tomaron más precauciones centrándose en los protocolos Covid y los porcentajes volvieron a subir, según datos del INCUCAI.
Donar órganos es un acto de amor y generosidad muy grande, un compromiso con la vida, un vivir en otro que lo necesita, es trascender a partir de otro.
«Es una decisión muy difícil cuando se trata de un hijo», expresa Mabel, pero «ellos (los papás de Franco) tuvieron la cabeza muy abierta y, como tantos otros, lo hicieron», al mismo tiempo que deseó que haya más que decidan lo mismo, «por toda la gente que está esperando.»
En la Unidad Coronaria del Hospital Italiano, donde estuvo cinco meses internada, había cuatro personas esperando en emergencia nacional y, durante un período de 20 días, no hubo un solo transplante, porque no hubo donantes.
Una semana después de cumplirse el operativo por el corazón para Mabel, llegó otro órgano, pero a veces pasa mucho tiempo sin posibilidad de transplante «y esa espera se hace eterna», expresa.
Todavía hay mucho por hacer, mucha comunicación y entrenamiento que ofrecer; hay que derribar muchas barreras y creencias.
Mabel será, a partir de ahora, un agente multiplicador de su experiencia como receptora de un corazón que le posibilitó regresar a su hogar. «Cuando los seres queridos ya no están y pueden ser donantes, permitir que otra persona siga viviendo, es el acto de amor más grande que puede existir», afirma.
Todavía quedan muchos esperando
Sobre la dieta a seguir, cuenta que «puedo comer de todo, cocido y sin sal. Por un año nada de alimentos crudos. Verduras, carne bien cocida, sin grasa y sin sal. Yo que era adicta a la sal, ahora condimentos y limón.»
Cuenta que su esposo (Ricardo), le insistía continuamente en que no usara tanta sal, a lo que ella le respondía: «el día que no pueda agregarle sal, no comeré! y acá estoy, comiendo sin sal!»
Ahora es tiempo de reconocer el espacio. Recuperar los aromas de la casa, los movimientos de los hijos, los horarios de trabajo, los ruidos de la calle. De a poco se irán alargando los tiempos de los controles médicos y la vida volverá a su ritmo habitual, para llevar una rutina similar a la de cualquier persona que no haya sufrido un trasplante, pero con cambios que serán permanentes.
Cada experiencia que atravesamos nos hace lo que somos y el cambio es constante, nunca somos los mismos que el día anterior.
Como escribe Mabel en su muro de facebook, «por los que están esperando no dejemos de difundir lo importante que es la #donacióndeórganos» porque todavía quedan muchos en emergencia nacional.
Como dice Fito en su canción «Dar es dar, lo que recibes es también libertad.»
*Celina Fabregues es periodista. Conduce Cuidarte Más por FM Villegas, los sábados de 9,30 a 12 horas, programa que se repite a las 19 del mismo día.



