El 25 de agosto es el día del peluquero en la Argentina, pero más allá de la fecha, la efemérides es una excusa para sentarnos a conversar con alguien que representa a la tercera generación de peluqueros de la familia: Hugo Tondo.
Pases a la hora que pases, las grandes vidrieras lo muestran con las manos en la cabeza de uno de sus clientes.
Se levanta cada día a las seis y media de la mañana. Calienta el agua para la peluquería y para el mate, que toma como en un ritual inquebrantable, a las siete en punto. Sobre calle Necochea se ven los primeros pacientes de la Clínica y por Vieytes, gente que pasa hacia la vía.
El barrio se pone en movimiento mientras él observa, casi detenido, el paisaje que se modifica con la luz de la mañana. La temperatura del mate es perfecta. Hoy será un buen día.
Nos sentamos los dos en las sillas que ocupan los que esperan su turno. Hugo es parte de una estirpe de peluqueros que «arrancó mi abuelo cuando vino en 1907 y cuando falleció, mi padre, que estaba en Buenos Aires, se vino a Villegas a seguir en la peluquería en 1955 y trabajó en la calle Belgrano hasta 1970/71.»
A principios de los años ´70, la peluquería de Tondo se mudó adonde está hoy, en la esquina de Necochea y Vieytes. Padre e hijo comenzaron a trabajar juntos en 1979 hasta 1990, año en que su papá murió.
Aprendió su oficio viendo a su padre, porque «esto se aprende mucho mirando», aunque después «hice un curso en Buenos Aires, porque quería estar un poco preparado por si me tocaba la colimba, de la que me salvé. gracias a Dios», cuenta.
Empezar trabajando con los clientes que iba pasando su progenitor «me fue fácil, porque tenía la gente», confiesa.
Los comienzos siempre son difíciles, como en cualquier negocio, pero «a mí me fue muy fácil porque tenía mucha clientela y todos me conocían. Prácticamente me habían visto gatear en la peluquería», dice sonriendo.
De esos clientes heredados «todavía tengo muchos de mi padre» e inclusive «tengo algunos clientes a los que les ha cortado el pelo mi abuelo de chicos», señala como en un gráfico en el que se cruzan las generaciones.

El peluquero tiene una una cuestión muy especial respecto de la lealtad. El cliente, generalmente, es leal.. Tanto que «inclusive cuando tienen que cambiar de peluquero por cosas de la vida que se van o cambian, les parece que le cortan mal. Y no es que le corten mal, sino que están acostumbrados a mí», reconoce Hugo.
Tampoco es raro que personas que se fueron de Villegas, hayan vuelto por alguna razón e inmediatamente «han venido a cortarse el pelo» y con la humildad que lo caracteriza, el peluquero insiste en que «no es porque yo haga mejor las cosas que otros, sino que están acostumbrados a mí.»
La moda, el look, un cambio. Todo eso pasa por la peluquería. Pero a veces, «hay gente que no sabe explicar lo que quiere y el peluquero no lo entiende y le corta como le parece!», señala.
Después están los otros. Los que se sientan y «ni le preguntas cómo lo quiere», porque «ya sabéis como se corta» y si quiere algo distinto «tiene que avisar antes porque si no, sale el mismo» corte de siempre.
La peluquería también tiene que ver con una cuestión social, como una visita. Hugo cree que «eso se daba mucho más antes. Yo recuerdo que cuando era chico, mi padre tenía clientes de los sábados que iban a sacarse la pelusa, y uno piensa ahora ¿a qué iban si eran pelados?» y la respuesta era simple, porque «iban a sacarse la pelusita y a charlar con el peluquero.»
Según Hugo Tondo, cuando la peluquería estaba ubicada sobre la calle Belgrano, los sábados siempre era más o menos la misma gente. «Había tres o cuatro amigos de mi viejo que iban a charlar de carreras de caballo, de cosas del club. Iban a charlar y de paso, se sacaban la pelusa.»
Hugo no conoció a su abuelo, porque «murió el 31 de diciembre de 1954 y yo nací en el 61». Pero de su papá aprendió que «hay que estar y estar en el negocio, hay que tener continuidad, que es una de las cosas fundamentales» y por supuesto, «respetar al cliente con la hora» y entender que «aunque no haya clientes, hay que estar por las dudas.»
«Mi padre, era un gran tipo y aprendí el respeto a hacia la gente», señala el peluquero.
El sillón de la peluquería es, en algunas ocasiones, tan poderoso como el diván del psicoanalista. Y hay tiempos. Se los ve llegar y después se observa a los clientes en el espejo.
«Como en todos lados, en la peluquería muchas veces te tenés que callar. Tenés que escuchar. No tenés que repetir lo que escuchás… con muchos clientes te reís mucho y la pasás bien. Yo la paso muy bien», asegura.
Alguna vez todos nos planteamos qué hubiéramos sido si… los supuestos, que aunque no sirven para nada, son geniales a la hora de una entrevista, porque nos permiten ir más allá de lo que vemos. Es ir a eso que desconocemos.
El peluquero del pueblo pudo ser profesor de educación física y compartió esa experiencia de investigación con un amigo.
«Cuando terminamos la secundaria, fuimos con un amigo a Lincoln para averiguar sobre educación física, que era una lo único que se nos cruzaba por la cabeza, porque pensamos que no teníamos que estudiar», dice el entonces, iluso.
La cuestión es que llegado el momento, fue con su amigo Luis Paéz a «una reunioncita y nos explicaron todas las materias… ¡y salimos corriendo! Teníamos que estudiar, no era jugar al voley! Cuando veníamos para acá (habíamos ido a dedo), le dije a Luis: yo no vuelvo y Luis me dijo: yo tampoco.»
Lo que comenzó como un cursito para tener como base por si tocaba hacer la colimba, se convirtió en su oficio.
«Mi viejo siempre me decía que en la colimba había hecho de peluquero en el casino de oficiales y la había pasado bárbaro», pero después se salvó. Y al primero curso le siguió otro que fue el que lo convenció del camino a seguir.
Así llegó a Villegas, hacia finales de 1979 «con algo distinto, como habrán venido mi viejo en su momento y hoy los chicos nuevos con las barberías, en las que hacen trabajos muy buenos», plantea.
Con 61 años y 43 de peluquero, a Hugo Tondo ahora le llevan a pelar a bebés en brazos de padres que fueron pelados por él después de nacer.

Como asegura el catalán Raffel Pages, la peluquería es el oficio de los diálogos y los silencios, porque no se realiza solo con las manos, sino con los sentidos y emociones de los clientes que se sientan en el sillón, para que les arreglen la cabeza.
*Celina Fabregues es periodista. Conduce Cuidarte Más por FM Villegas, los sábados de 9,30 a 12 horas, programa que se repite a las 19 del mismo día.



