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lunes, septiembre 8, 2025
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Coca Marcos de Echave: «Ser maestra significó haber conseguido todo lo que me gustó en la vida: estar con los chicos» | por Celina Fabregues*

Karl Menninger, quien introdujo la psiquiatría en Estados Unidos y fundó la primera clínica psicoanalítica del mundo, escribió que “Lo que el maestro es, es más importante que lo que enseña.”

Probablemente, eso es lo que la mayoría de nosotros sentimos cuando recordamos a los maestros que pasaron por nuestras vidas.

Ese ser antes de hacer que se refleja como un espejo delante de los demás, en este caso, delante de los alumnos. Mi memoria no guardó la manera en que Mimí Pingel escribió las vocales en el pizarrón, pero jamás podré olvidar la sonrisa y las pecas de su rostro, que parecían moverse junto con cada gesto.

Tampoco recuerdo exactamente qué cosas me enseñó cada una de las maestras que me tocaron durante la escuela primaria.

Sin embargo, tengo presente hoy, el caminar lento y casi danzante de Vera Bitti; la mirada desde arriba (me parecía altísima!) y la dulzura de Alcira Estelrich; la alegría que vivía en la punta del dedo de Renée Bagger cuando recorría las filas de mesas y señalaba a los que tenían que leer; la carcajada de Delia Francucci, que resonaba en el largo pasillo frío de la escuela y las manos en los bolsillos del delantal de Alicia Seldmeier, que eran un escondite secreto de quién sabe qué útiles o golosinas.

Lo que recordamos es quiénes son, quiénes fueron y cuánto dejaron impreso de ellas en cada uno de nosotros.

Café y masas me esperaban en su cocina

Aurora, Aurelia, Coca

Coca es una de esas maestras. Aunque a ella no le gusta su nombre, se llama Aurelia. En realidad debió haber sido Aurora, pero el traqueteo del sulky desde el campo hasta el pueblo, hizo que su papá la anotara con el nombre que recordó, que al fin y al cabo, era bastante parecido.

Cuando llegué a su casa, me recibió en la vereda. Sobre la mesa de la cocina me esperaban un café, masas y muchas historias.

Ella fue una hija tardía. Nació cuando su mamá tenía 53 años. «Mamá le decía a papá que se sentía gruesa», pero no le hacía caso, porque la última hija ya tenía 11 años. De todas maneras, se subieron al sulky y ya en Villegas, la comadrona le dio la noticia: 6 meses de embarazo.

Se considera una afortunada porque «tuve a mis padres viviendo conmigo 15 años. Estoy agradecida a la vida de haber podido ayudarlos en sus últimos años», así que «sin demasiadas comodidades, porque una casa de familia generalmente contaba de dos dormitorios, mi hijo Agustín, a dormir al living y Adriana compartía habitación con sus abuelos.»

Coca llegó a Villegas para hacer la secundaria, porque una maestra de Las Piedras le insistió a su papá, que tenía que seguir estudiando. Hizo la primaria en «una escuela rural con una maestra con la que hice todos los grados. Era una señorita que venía de Bahía Blanca, con su papá y su mamá.»

Recuerda que su compañero de banco «fue Miguel Ángel Ruiz, hermano de Teresa y, como «don Alfredo, vecino de la escuela, tenía siempre camioneta nueva, los traía al pueblo de vez en cuando. Una compañera con la que después continuamos en la secundaria, fue Betty Brilli.»

Como la vida siempre depara sorpresas, este momento no fue la excepción. Coca cuenta que cuando se recibió de maestra, «la profesora que me despide con una pequeña poesía hecha por ella, es tu mamá, Raquel Piña.» Y ante mi asombro, la recita de memoria: «No hay imitador famoso que superarla consiga y no hay como Coca, otra tan leal y buena amiga.» 

«La sé de memoria y la tengo guardada entre mis reliquias», asegura.

Los primeros destinos

A partir de ahí, el primer puesto como suplente «en la escuela de la estancia La Catalina con Betty y al año siguiente, nos nombraron en distintos lugares. A mí en Piedritas, en la escuela número 13 y a Betty en Villa Saboya. Así que los viernes nos juntábamos las dos en Piedritas y veníamos a pasar en fin de semana», cuenta.

Para esta maestra, «la carrera docente fue una bendición, porque la disfruté tanto!»

Tras ser trasladada a una escuela rural en Villegas, «uno de los habitantes de la estancia La Virginia era mi esposo, Agustín», lo que demuestra que la docencia también la acercó a su familia.

32 años y seis meses en la escuela 17

Coca trabajó «32 años y seis meses en la escuela 17», donde atravesó la última dictadura militar, época que señala como «muy difícil, la pasamos muy mal, pero todas unidas éramos una.»

«Al ser del barrio de la escuela, conocía a los papás, tenía mucho contacto con ellos y mucho acercamiento. De los chicos, no tengo palabras», dice.

De esa época nombra a algunas de sus compañeras. Nora Urquiza de Gabriolotti, Coca Costanzo, Delia Trincado de Albarracín, Negra Matellán. «Años hermosos y bien vividos, los disfruté, los disfruté», repite para acentuar la emoción.

27 años en la Escuela Agraria

Después llegó el tiempo de la Escuela Agraria, adonde estuvo 27 años. Describe con mucho afecto al ex director, Eduardo Pincione, a quien señala como «una persona que me dio el lugar que me gustaba, que era estar con los chicos. Así que de ser una preceptora común que llevaba registros y boletines, pasé a dedicarme principalmente a las nenas. Me armó un equipo con cinco termos, yerba y el comedor disponible para mirar alguna novelita.»

Y volvemos al principio. Porque le pregunté qué era para ella enseñar. Y simplemente me respondió que «es transmitir en forma que se pueda comprender, los conflictos que puede demandar el tránsito por la vida.»

Coca los conocía. Se tomaba el tiempo para conocerlos, para entenderlos. Sabía si algo les pasaba por la forma en que escribían. Porque ella les conocía la letra a cada uno.

Cuando los alumnos llegaban preguntaba «¿y por casa, cómo andamos? entonces, ahí me enteraba de chiquitos a los que el padrastro hacía dormir afuera. Se lo comentaba inmediatamente a Pincione e inmediatamente tomaba a medidas.»

«Nunca puse una amonestación», señala con orgullo y explica que «defendía a muerte los que entraban a primer año que lloraban de lunes a viernes en la escuela. Con ellos tomábamos mate después de las seis de la tarde. No quería que lloraran.»

Un día, un alumno de primer año, le preguntó ¿usted es cabeza nevada? y «en el acto me dí cuenta que eran los de sexto año que me habían puesto un apodo, entonces le respondí que sí.» Acto seguido, cabeza nevada abrió el dormitorio para que el adolescente pudiera sacar galletitas porque tenía hambre.

Madrinazgo en la 17

Nunca se imaginó siendo otra cosa que maestra. Quizá por eso, después de jubilarse, hizo un madrinazgo en la 17, convocada por Diana Odelli, «una directora brillante que me habilitó un saloncito con pizarrón y tizas para que a los de 4º y 5º grado que no sabían leer o no sabían las tablas, los tenía de las 10 a las 12», cuenta con alegría.

Algo está pasando

Asegura que no quiere meterse a opinar sobre la calidad educativa, pero sin embargo, siente que «algo está pasando, no puede ser que los chicos no lean» por eso «hay que fomentarles el gusto por la lectura, porque ahora los chicos no le encuentran gusto a la lectura».

«Los chicos tienen que aprender a leer, hay que lograr que les guste la lectura. Teníamos teatro de títeres en el salón con Claudia Leiva, Silvina Scarola, las chicas de Pernía y a veces, salíamos a dar obritas y lo que nos daban de dinerito, era para la Cruz Roja de la escuela», relata.

Lo inolvidable de ser maestra ha sido para ella «el contacto con los chicos, que me contaran cosas.»

La educación ha cambiado, como muta todo. La vida es dinámica y el tiempo, el nexo que sostiene los cambios.

Hay cambios necesarios e indispensables y, como contrapartida, modificaciones que causaron algunas pérdidas, como el valor y el respeto al docente dentro de la escuela. Los maestros eran muy respetados por alumnos y por los padres.

A Coca le parece que «ahora el lazo del docente con el chico es más distante» y hace hincapié en que «cuando a alguno le costaba mucho, lo traía a casa.»

Se le iluminan los ojos cuando recuerda que hace como dos años, le golpearon la puerta y vio a un ex alumno «Soria de apellido, hermoso. Ellos eran de La Trocha y se les había muerto la mamá. En casa teníamos televisor (de esos que había que andar corriendo con la antena) y se quedaba mirando sentadito y a la noche lo llevábamos con mi marido.»

Nos tomamos el café antes de que se enfriara. Mientras conversábamos sonó el timbre. Puse en pausa la grabación y le dije que podía ver quién era, si quería. Me hizo señas que no, pero de todas formas fue hasta la ventana. Quien haya sido, se fue. Si era importante, seguro volverá.

Coca vestida de gaucho, a su lado Leti Olano y en la otra punta, Mabel Migueliz.

Promoción 1956

Se levanta unos minutos después porque recuerda que tiene una foto para mostrarme. Llega con un portarretrato con dos fotos donde se lee:»Promoción 1956″.

Me llama la atención que en la punta de una de las fotos, hay una chica vestida de gaucho, con un gran bigote. La miro y le pregunto quién era y por qué se había vestido así. Y entonces se larga a reír, me guiña un ojo y me dice: «¡es la que ves acá!!!»

La cuestión es que se había vestido para recitar unos versos camperos y cuando el Padre Alfonso Wesner la vio, le preguntó si estaba segura de ser maestra o en realidad, quería ser actriz.

Me nombra a cada una de las que aparecen en cada imagen, aunque a un par las reconocí por las fotos que veía en casa de chica y que cada tanto, volvemos a espiar con mamá.

Entre otras maestras, Estela Parisi y Churi Zurutuza.

«Piensen bien si eso es lo que les gusta»

Este año, el día del maestro cae domingo. Pero el lunes habrá un almuerzo de reencuentro, como cada año. Sin importar qué día, asegura que «ya me estoy preparando y tengo todo listo para salir!»

Por último, antes de acompañarme hasta la puerta y despedirme con la mano, dejó un mensaje para hombres y mujeres que piensan dedicarse a la docencia.

«Si se van a dedicar a la docencia, primero piensen bien si es eso lo que les gusta, si van a estar dispuestos a dar todo por los chicos. No hay término medio, no es un poco, o un día sí y otro día no. Y los problemas de casa no se llevan a la escuela. No, no, no, hay que llegar a la escuela con la sonrisa y retirarse con la sonrisa», expresa.

«Hay que ganarse el respeto de los chicos»

La veo por el espejo retrovisor mientras me alejo de la casa y pienso en su última frase: «ser maestra significó haber conseguido todo lo que me gustó en la vida: estar con los chicos. Y si hay algún chiquito que esté necesitando una manito, acá la tiene.»

Mientras escribo esta crónica pienso en las maestras que nos formaron. Pienso en mi mamá, en mi tía, en mi madrina, en esa raza que son los maestros. Mi familia está llena de ellos. Sé muy bien cuánto tiempo les quitan a sus familias y lo mal pagos que siempre han estado.

Pero también sé de la satisfacción del reconocimiento y del orgullo por sus alumnos. De alguna manera, somos responsables de lograr que el docente vuelva a ser una figura de respeto, de autoridad tácita, porque como dijo Coca «hay que ganarse el respeto de los chicos.»

Ahora estoy mucho más convencida que nunca. Quien recuerda su propia educación, recuerda a sus maestros, no los métodos o técnicas, porque decididamente, como aseguró el filósofo Sidney Hook, «el maestro es el corazón del sistema educativo.”

 

*Celina Fabregues es periodista. Conduce Cuidarte Más por FM Villegas, los sábados de 9,30 a 12 horas, programa que se repite a las 19 del mismo día.