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miércoles, diciembre 11, 2024
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LA VIDA DE BARRIO | por Raquel Piña de Fabregues*

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A pesar de que el Villegas de los años 40 y 50 era más chico y prácticamente nos conocíamos todos, la vida estaba organizada por barrio.

Chicos del barrio, comerciantes del barrio, escuelas del barrio, y cada uno tenía sus características bien definidas.

Del que más y con mayor certeza puedo hablar es del mío, circunscripto por las calles Necochea, San Martín, Moreno y Rivadavia. Porque, aunque no siempre vivimos en la misma casa, no nos movimos de esos límites.

Primera característica distintiva. Había muchos más chicos que adultos y las veredas solían ser un entramado de bicicletas, triciclos, monopatines y mocosos corriendo y llevándose por delante a cualquier caminante desprevenido.

Eso nos ayudaba a estar siempre planeando algún proyecto genial que seguro iba a terminar con penitencias que no tomábamos demasiado en serio.

Pero había casas y personas señaladas que no sólo nos soportaban, sino que pergeñaban con nosotros esos engendros y uno de esos lugares era, sin duda la sodería de Eraso, donde vivía la familia.

Esa casa llena de misterios para nuestra imaginación infantil, con la fábrica donde se preparaban también bebidas gaseosas y la enorme, enorme bondad de Eraso padre y mamá Amalia, nos permitía hacer cosas que en nuestras propias casas estaban prohibidas.

En esa casona solariega había dos grandes parras. Una de uva blanca y otra de uva chinche, que producía racimos en cantidad extraordinaria. Era pegajosa y no muy rica, por lo que se usaba sólo para fabricar vino casero.

No sé exactamente como es la onda de los chicos ahora, pero en mi tiempo no nos gustaba dormir la siesta y entonces nos reuníamos en la sodería, semi escapados o escapados del todo a esa hora de descanso para los adultos.

Uno de esos días a alguien se le ocurrió llenar un balde de uva chinche y llevarlo a la vereda con intención de comerla, hasta que descubrió que era fea y empezó tímidamente a tirarnos algunas frutitas. A los cinco minutos estábamos todos armados con un balde rebosante de fruta y en medio de la calle, frente a la tienda de papá, en Belgrano al 300, se había desatado la guerra de las uvas.

El barullo despertó a nuestros padres, que se encontraron con el espectáculo dantesco de sus hijos convertidos en masas informes de jugo meloso y la calle hecha un asco.

De más está decir que nos hicieron baldear prolijamente veredas y calzada y nos llevamos un reto muy bien merecido, pero quién nos quitaba lo bailado.

Se presentaba tan creativo todo, que para participar de esos juegos llegaban chicos de otros barrios. Éramos unos pioneros.

Otro día se nos ocurrió armar un circo, por supuesto en lo de Eraso, y cobrar entrada.

Aprendimos a caminar por un alambre, nos ejercitamos en trapecio, aros y malabarismo, y como remate, después de muchos ensayos, conseguimos armar una torre humana muy bien pensada y equilibrada.

Llegado el momento del cierre de la función, la torre se armó impecable. Los más fuertes en la fila de abajo, los más livianos en las filas superiores, y justo en el momento en que un flaquito osado ascendía a la punta con una banderita para el remate final, Mabel Migueliz, que estaba en la fila de abajo, se rascó y fuimos a parar al suelo como un castillo de naipes.

Estas son algunas de las cosas que los chicos de hoy se pierden mientras exploran horas y horas el celular buscando jueguitos que los saquen del aburrimiento,

No éramos santos ni demonios, éramos chicos eligiendo nuestro camino de cara al sol.

Este recuerdo se los dedico a todos los amigos del barrio y a los visitantes, muchos de los cuales ya no están, pero vaya para que sus hijos sepan cómo fue de feliz su infancia y su adolescencia.

 

*Raquel Piña de Fabregues cumplió 86 años el 7 de julio. Es docente jubilada, escritora, trabajó como periodista y tiene varias ocupaciones como madre, abuela y bisabuela. Escribe desde que lee y aún lo sigue haciendo. Durante algunos años, fue columnista del programa de radio de su hija Celina, con sus Historias de Mamá, que se vieron interrumpidas por una caída y el estrés que eso significó en medio de la pandemia. Este es otro de esos textos de sus tantas historias.

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