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Dr. Manolo Rodríguez: «Si volviera a nacer, volvería a ser médico de hospital» | por Celina Fabregues*

Manuel Luis Rodríguez es para la gran mayoría de los villeguenses un médico de referencia. Ese profesional al que se consulta cuando hay dudas. El colega que es ejemplo de ética y visión médica.

Para otros es Manolo, la palabra que calma, la sentencia justa, el aplomo, la seguridad.

Él dice que pertenece a la generación de los niños privilegiados (la de los´50) con una mamá maestra que enfrentó la adversidad y se puso al frente. Se reconoce como un hijo del matriarcado.

Para el médico, la vocación se construye. Por eso terminó eligiendo la cirugía, pese a que de chico le tenía mucho miedo a la sangre. Y aunque ha dedicado sus días a curar, entiende que la muerte es nada más que la consecuencia inexorable de la vida.

Fue un largo y pausado diálogo, frente a frente. Hablamos sobre la niñez, la carrera de medicina, los libros, el deporte, la familia y el encuentro final con él mismo.

Fui detrás de los dragones. Salí en búsqueda de ese joven médico egresado de la UBA con poco más de veinte años, pero también del amigo, del esposo, del padre y del hombre.

En los primeros mapas que se hicieron en la historia de la humanidad, aparecía la leyenda «Aquí hay dragones», para referirse a esos territorios inexplorados a los que todavía no se había podido llegar.

Aquí Hay Dragones

Esta entrevista fue a descubrir algunas de esas zonas, pretende ir más allá del vecino que acostumbramos a ver, a saludar en el consultorio. Se trata de escuchar lo que tiene que decir para descubrir quién permanece en territorio desconocido.

Aunque sea otra entrevista, no lo es para mí. Manolo ha sido (como imagino lo ha sido para muchos más), una especie de bálsamo en las peores tormentas. Muchos años después descubro, gracias a mis estudios en Mindfulness, que fue uno de los que me ayudaron a surfear las olas. Y fue en mares bravíos.

Con Lalá, su mamá.

Nieto de la inmigración

Manolo dice que «soy nieto de la inmigración. Lalá (Compagnucci, su mamá) era hija de la inmigración. En esa época existía una épica de la inmigración que con los años se fue perdiendo. Fue el motor de desarrollo de este país, antes que se cayera en esta progresiva decadencia.»

«Lalá fue mi madre y fue mi padre, porque mi padre murió cuando yo tenía cinco años y he tomado de ella todo lo que pueden considerarse mis virtudes, aunque en realidad no soy yo quien las debo analizar. Pero mi madre fue el motor fundamental en mi desarrollo», asegura.

Esa inmigración, que «era campesina generalmente, tuvo la visión de hacer estudiar a sus hijos. Y eso hizo que hubiera un desarrollo cultural o intelectual en este país que llamó la atención a principios del siglo pasado. Como hemos visto progresivamente. Claro. La idea de que los hijos progresaran era la mayor ambición.»

Y esta visión, que podría satirizarse como en la obra del uruguayo Florencio Sánchez, Mhijo el dotor, está lejos de eso. Manuel Luis habla de que se perdió «esa épica, esa cultura del trabajo.»

Este hombre que siempre sobresalió, no solo por su prestigio, sino también por su estatura, está sentado frente a mí sin su eterno guardapolvo, pero sin embargo, su carrera lo define tanto que es como una transparencia por la que se puede ver su rostro.

Para él, Lalá (su mamá) «formó parte de esas maestras formadoras, esas maestras de guardapolvos almidonados de la escuela primaria argentina, que tuvo una época de absoluto esplendor.»

Esa idea sarmientina formó la clase media argentina e hizo que en este país surgiera la clase media, la clase trabajadora.

La infancia, tiempo para jugar.

La vocación: una construcción

Sobre la vocación que se trae puesta, dice que no cree mucho «en las famosas vocaciones que comienzan cuando uno es un niño y que va a ser médico porque ponía curitas a la familia o que va a ser veterinario, porque le gustan los perros.»

«Yo creo que la vocación es una construcción. Es algo que se va formando, desarrollando. Yo hago una división entre la las carreras humanísticas, las carreras de ciencias duras y las biológicas. Uno en la UBA podía entrar por una puerta y ser médico, entrar por la puerta que estaba en la calle opuesta y ser odontólogo o podría haber sido veterinario.»

«Me parece que la primer forma de orientarse es apuntando a esa diferenciación. Después se hace un análisis en el que influyen los amigos y una cantidad de factores, pero me parece que esa vocación que uno tiene a determinada de edad, poco tiene que ver con las inclinaciones en la infancia.»

La anécdota sobre el tema vocación aparece cuando cuenta que «le tenía mucho miedo a la sangre» y ser cirujano es casi la antítesis de ese miedo. Por eso habla de una construcción, porque «se empieza viendo una gota de sangre y después se ve un litro y no produce ningún malestar.»

La cirugía: la forma más contundente de ejercer la medicina

Para este médico que ingresó en la facultad en 1960 y se recibió en 1966, la especialidad que eligió es «la forma más contundente de ejercer la medicina» y esa contundencia tiene que ver con que, si bien la complicación de una cirugía pone en riesgo a un paciente, «es el método más contundente de curar.»

Esto significa también que «se puede estar en el extremo triunfal o se puede padecer la tristeza más grande», asegura.

No se necesita una súper inteligencia para ejercer la profesión

Cuando obtuvo su título tenía 24 años. Seis años de carrera. Sin embargo, opina que «pareciera que la universidad fuera fuera algo complejo», aunque en realidad «más que la inteligencia, es el tesón el que se impone. El estudio riguroso, la voluntad, la constancia. Esos son los triunfadores.»

«No se necesita una super inteligencia para ejercer la profesión. Sí se necesitan horas de estudio y no claudicar», indica.

Un agradecido

Muchos profesionales de distintas áreas alguna vez han dudado sobre su trabajo o su misión. Manolo asegura ser «un agradecido de la medicina porque de aquel niño nacido en esta llanura sin paisaje, como decía Puig, surgió un médico» y «la medicina me permitió conocer, disfrutar, me facilitó muchas cosas en mi vida.»

«Nosotros (la familia) vinimos de una clase media normal y la medicina fue un trampolín muy importante para conocer gente, para viajar, para desarrollarme intelectualmente», señala.

«Cuando pienso qué otra cosa podría haber sido, la verdad es que no encuentro. No renegaría de la medicina por todo lo que me dio.»

Médico de hospital

La pregunto si siente que le tocó devolver cosas a la medicina y responde sin dudar que «la devolución que considero más significativa fue básicamente mi tarea hospitalaria. El hospital es un sitio de mucha retribución en uno y en otro sentido. Si volviera a nacer y fuera médico, volvería a ser médico de hospital.»

«Cuando digo médico de hospital, estoy hablando de la relación médico paciente en el ámbito hospitalario, donde no hay ninguna moneda, no hay ninguna retribución salvo la de la gratitud. Trabajé 40 años en el hospital, traté de no faltar nunca. Creo que pude devolver el esfuerzo que hizo mi país por mí», manifiesta.

Con el realizador villeguense Carlos Castro y su equipo, durante la filmación de Regreso a Coronel Vallejos.

Las reglas del mercado de pacientes

Así como es en el hospital donde hay menos confusión del tratamiento del paciente o del cliente, desde hace años, «la medicina privada adoptó las reglas del mercado de pacientes. Se convirtieron en clientes. Cuando empezó el gerenciamiento de la medicina, la aparición de obras sociales, las prepagas, todos estos sistemas explotados en general por particulares.»

«Cuando apareció todo el gerenciamiento, que no me parece que sea malo, lo que me parece es que el gerenciamiento o el gerente de una prepaga, lo que quiere es que no le gasten dinero, es decir, que se limiten dentro de lo posible los gastos y en medicina, eso es una situación bastante difícil de tolerar», asegura.

El Hospital de Clínicas

Su paso por el Clínicas fue una verdadera marca. «Ese lugar es para nosotros nuestro segundo hogar. Es un lugar donde hasta las paredes enseñaban. En mi época había (a pesar de que yo fui al Clínicas viejo donde ahora está la plaza que está entre la facultad de medicina y economía en ese lugar), cada Jefe de Cátedra era un profesor titular eminente, alguien que tenía una carrera científica invalorable», cuenta.

Por esos pasillos descascarados donde «hasta las paredes hablaban» habían caminado los doctores Bernardo Houssay, Federico Leloir y César Milstein.

El primer residente que llegó a Villegas

Por eso, dice que «para los que estuvimos en el Clínicas y además haciendo una residencia, nos facilitó enormemente después nuestro desarrollo en el interior. Yo fui el primer residente que llegó a villegas.»

La residencia recién hacía nacido cuatro o cinco años antes. «No era algo que que uno podía podía traer fácilmente. Y además, no había mucho cupo para para ser residente», situación que hoy es impensada.

El Dr. Mario Brea: Usted es un médico que opera

Hubo un médico, profesor de cirugía, al que ha admirado profundamente, pero no únicamente él, sino que «todos los ex residentes de mi generación tenemos admiración por nuestro profesor de cirugía, que se llamaba Mario Brea. Un maestro enorme con una calidad humana y quirúrgica que todavía seguimos valorando.»

Contó incluso que «hacemos una reunión todos los años en el Congreso de Cirugía y siempre está el recuerdo de Mario Brea», quien lo definió personalmente cuando decidió venir a ejercer a General Villegas. «Usted se va a ir al interior. Usted no es un cirujano. Usted es un médico que opera. Él ampliaba el espectro para la gente que se iba al interior.»

El Dr. Brea tenía expresiones muy contundentes, pero «además era sumamente familiar para nosotros. Podíamos dirigirnos a él, no se subía a ningún pedestal como ocurre en algunas situaciones, estaba a ras del piso, como nosotros», menciona.

Viejo Hospital de Clínicas

El referente, el amigo, el colega

El Dr. Rodríguez volvió a General Villegas 15 años después de recibirse y ejercer en Buenos Aires. De alguna manera, eligió dejar de ser un cirujano para ser un médico que opera, aunque dice que sigue siendo médico «pero la palabra opera se va achicando.»

Este hombre altísimo, de pasos lentos a quien hemos visto caminar por los pasillos del Hospital Municipal y la Clínica Modelo es un referente, un maestro no solo para médicos, sino también para enfermeras, para enfermeros, para toda la gente que trabaja en el ámbito de la salud.

Ser un referente es ser un modelo, una persona a quien todos escuchan, al que agradecen por haber compartido una experiencia y del que continuamente se aprende.

Pese a su humildad, reconoce que siempre le gustó la docencia. «Eso traigo de mi madre, de mi familia. Todas mis tías eran unas maestras tremendas. Y siempre me gustó la docencia. Me encantó la docencia. Estuve de docente en Buenos aires en el Hospital. La verdad, me sigue gustando la docencia. Por eso siempre tuve inclinaciones a enseñar», reconoce.

La verdad

Cómo se vive con una profesión en la que se maneja son vidas, cómo ejerce una profesión quitando tiempo a la familia. Cómo manejar la verdad sobre un diagnóstico cuando se tiene enfrente a un paciente que espera.

«Yo creo que el mecanismo para trabajar con la familia del paciente es manejándose absolutamente con la verdad, no hay otra. No hay otra manera», asegura.

«Por supuesto que el fracaso del médico es la muerte. No me parece un concepto erróneo. La muerte es una consecuencia casi natural y no separada de la vida. una grieta en la vida, es absolutamente parte», expresa.

Sin embargo, cree que «el cirujano vive la muerte como un fracaso» porque «el otro lado del mostrador para quienes tienen que explicar la muerte no es sencillo, siempre es costoso desde el punto de vista emocional.»

Decir la verdad a un paciente «es una responsabilidad civil, porque ese señor que padece una enfermedad necesita acomodar su vida en los últimos tiempos. A lo mejor tiene que hacer una sucesión, tiene que pagar cuentas, tiene algo que solucionar y tiene el derecho de saber lo que padece.»

Sin la verdad, no hay manera de defenderse. Es curioso que en una época, a pacientes que tenían tumores se les decía que tenía un quiste y resulta que después era enviado a lugares donde decía radioterapia u oncología.

Para él, esa «falta de verdad es muy dañina. La gente se prepara a veces para morir» y saber la verdad nos ofrece la posibilidad de prepararnos para morir y también para sanar.

La aceptación de la muerte

De todas maneras, Manolo cree que «la aceptación de la muerte en Occidente no es una cosa sencilla. Un musulmán se detona y dice me voy con Alá. Un judío ortodoxo viaja hacia otro mundo, pero en Occidente no es sencilla.»

En parte, porque los occidentales vemos y sentimos la muerte como el fin de todo.

Tiempo para la familia

La familia, la gran relegada

La familia que acompaña también debe ser especial, porque hay que encontrar una forma de compaginar las dos partes. Lo afectivo y lo profesional, que inevitablemente en un médico no pueden postergarse, no puede cerrarse ni llegar tarde.

Por eso se dan situaciones conflictivas, por ejemplo cuando se sale en familia, suena el teléfono y se termina la salida abruptamente. Rodríguez cree que «la medicina y la cirugía en general, es de padres, maridos y esposas ausentes.»

«Yo he tenido la ventaja de contar con la comprensión de mi mujer, de mis hijos o por lo menos han simulado la comprensión -afirma sonriendo- y el tiempo que uno le dedica a la familia es en general escaso, porque la cabeza está muy ocupada por las situaciones que se dan a nivel profesional.»

De esto saben los bomberos y todos aquellos que trabajan en la emergencia, donde el trabajo juega un papel significativo en la vida pero no hay elección. «No podés decir que vaya otro, hay situaciones indelegables, que no se pueden posponer», asegura.

Los hijos Manolo, Mariana y Gimena

La lectura

Además de la elección de la medicina y el acotado tiempo dedicado a la familia, Manolo se autodefine como «un gran lector, esa es mi actual afición», aunque también le gusta el cine, el teatro, un poco el deporte.

Su inclinación por los libros, el impulso que siente por leer, por estar informado, es lo que lo ha acompañado mucho. Estima que Argentina «es un país donde se lee poco y se entiende poco lo que se lee.»

Este interés por la lectura tiene que ver con el libro en papel, con lo que tiene una gran afinidad. «Soy de la gráfica, en la computadora no puedo leer.» Necesita el olor del papel y la tinta, la alegría de dar vuelta a la página, las marcas en los márgenes. Cosas que la electrónica no puede otorgar porque «es muy fría y además, en la cama, la electrónica no acompaña para nada.»

Es justamente en la cama o el sofá donde el libro es indispensable, aunque se nos caiga en la cara cuando nos dormimos leyendo.

Sobre la actividad deportiva, confiesa que «he practicado muy malamente varios deportes, pero no se claudica.»

Las enfermedad y los tiempos

Para el médico, no hay una excusa para no padecer determinada enfermedad. Antes, clásicamente existía una enfermedad en la cual había un vector, un germen.

«Había un vector, por ejemplo, un mosquito que picaba y producía la enfermedad, pero en los últimos años, el vector de muchas enfermedades ha sido la cultura. La cultura nos llevó nos llevó al sida o a la hepatitis B; la misma cultura que nos lleva al alcoholismo o al tabaquismo. La cultura es un vector de muchas enfermedades en los últimos tiempos», asegura.

Esto quiere decir que lo cultural también es responsable en la enfermedad. Las altísimas estadísticas de accidentes en jóvenes con sus consecuentes muertes y discapacidades, también son parte de esta lista de enfermedades culturales.

«A veces uno escucha que fue el destino. No, el destino no existe. No existe casualidad», sentencia.

Presentación de afiches en las Jornadas Médicas de 2012 en General Villegas

Aprender hasta el último día

Para poder mantenerse actualizado profesionalmente es indispensable seguir aprendiendo porque «siempre hay un detalle porque esto es muy cambiante. El gran cambio ha sido la tecnología. Del famoso bisturí se llegó a la cirugía microscópica, a la robótica.»

El cirujano cree que «este desarrollo tecnológico incide en el alejamiento entre el paciente y el médico. En muchas ocasiones, se evita o no hace lo que se llama la escucha, que es la orientación diagnóstica.»

«Lo subjetivo tiene un valor en la charla médico paciente y eso se va perdiendo. Lentamente se va perdiendo. Es una lástima. Obviamente es un mundo veloz, donde se intenta que todo sea rápido e inmediato y la medicina no escapa a esta regla», expresa.

La pandemia

«Una de las cosas que nos ha enseñado la pandemia es entender con cuántas menos cosas podemos vivir», me dice y creo que ahí está el secreto del origen de muchas ansiedades.

Manuel Luis

Su mamá lo llamaba Manuel Luis. El apodo de Manolo nació en las guardias de los hospitales por los que pasó.

Si Manolo se encontrara de pronto con aquel Manuel Luis de siete años u ocho años estaría «jugando, nosotros fuimos los privilegiados niños de los 50. Fue una época sumamente feliz de libertades y básicamente de juegos.»

Es en la infancia donde se construye la base de la vida. «Mi infancia me benefició notablemente, a pesar de que este era un pueblo de llanura donde no hay una montaña ni un río, había una sociedad italiana, una sociedad española. Había un cine, había partidos políticos. Había clubes, es decir, que no era, un sitio donde no había imaginación, se desarrollaba más o menos lo que una sociedad necesita. Y creo que eso me ayudó muchísimo», cuenta.

Cuando hicimos esta entrevista, estaba leyendo el libro Catedrales de la escritora Claudia Piñeiro, «libro que recomiendo» a quienes buscan lectura.

¿Le dan ganas de decirle algo a ese nene que está jugando? «La verdad es que le tengo que decir que lo que soy ahora es un proyecto de lo que era ese niño en los 50.»

«Mi memoria, cuando se remonta a esa época, agradece a los formadores que hicieron que hubiese una educación secundaria superior para varones. Ya existía el colegio de Hermanas donde la mujer tenía formación secundaria.»

«Mi abuela materna dijo las mujeres estudian. Eran cuatro y fueron todas maestras. Los hombres trabajan, eran otros cuatro. Ese fue el designio. A veces se reniega de esta mezcla de españoles e italianos y de ninguna manera reniego de esos cromosomas mezclados que para mí, fueron importantísimos. Nos llenaron de consejos, de virtudes, fueron una base fundamental», explica.

«Mi familia fue muy matriarcal. Las mujeres eran fuertes y los hombres débiles y el matriarcado es muy interesante, a pesar de que el machismo argentino ha sido históricamente muy poderoso, el matriarcado significó algo muy importante», asegura.

El colega

El Dr. Alejandro Fogazzi resumió en pocas palabras al médico. «Es un excelente profesional. Siempre fue una guía y todos los colegas lo respetamos y lo queremos mucho. Es un trabajador incansable y una persona muy humana. Es también mi socio en el trabajo. Y mi compañero.»

2012: los jóvenes cirujanos Alejandro Fogazzi y Luciano Robassio con el maestro

Los dragones

Aquí han quedado los dragones de un hombre admirable y admirado. Un profesional íntegro que sin embargo confiesa «procuro tener una conducta moral, actitud de servicio y por sobre todo no subordinar los intereses propios ante los de la gente. Pero en estas ciudades el veredicto final, el juez de nuestras acciones, es la gente y a ella me someto.»

 

Agradezco profundamente las fotos aportadas por el realizador villeguense Carlos Castro, que forman parte del multipremiado documental Regreso a Coronel Vallejos.

 

*Celina Fabregues es periodista. Conduce Cuidarte Más por FM Villegas, los sábados de 9,30 a 12 horas, programa que se repite a las 19 del mismo día.