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sábado, diciembre 14, 2024
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Las escuelas, rivalidad y sentido de pertenencia | por Raquel Piña de Fabregues*

Nuestra ciudad tuvo siempre una característica que la hizo especial desde sus primeros tiempos. El desarrollo de la educación pública y la preocupación por armar espacios culturales como la Biblioteca, los clubes sociales y deportivos, el teatro vocacional.

No es por lo tanto casual que de Villegas salieran al mundo grandes talentos en el área de la ciencia, el arte y el deporte.

La escuela Nº 3, la Escuela Nº1, la Escuela Nº2, el Colegio de Artes y Oficios, el Colegio María Inmaculada, fueron parte del desarrollo de la región obrando como un polo educativo en el que convergían los pueblos del partido y de partidos vecinos.

En el caso de La Escuela de Artes y Oficios que más tarde se asimilara a la enseñanza secundaria como Escuela Industrial de la Nación, desde su Internado atrajo a sus aulas alumnos de varias provincias que hicieron de nuestra ciudad un segundo hogar.

Durante mucho tiempo, hasta la década del cuarenta, la enseñanza se circunscribió al nivel primario y dos establecimientos lideraban desde el centro la actividad escolar. La Escuela Nº1 donde está actualmente, frente a la Plaza Principal sobre la calle San Martín y la escuela Nº17 en la esquina de Belgrano y Castelli.

Escasas cuatro cuadras separaban la rivalidad permanente del alumnado de la Uno y la Diecisiete, que más que escolares parecían barras bravas de fútbol a pesar de que en ese tiempo ese concepto no existía.

Por ese tiempo, en el lugar donde se ubicó el Centro Materno Infantil, hoy concentración de oficinas públicas, con frente hacia la calle Arenales había sólo un baldío oculto por un tapial que usaba la Escuela Nº1 como campo de deportes.

En ese lugar preciso, al cierre de clases, se encontraban los dos bandos. Unos llegando por Rivadavia y otros largándose por el tapial, y se daban grandes palizas.

Entre los atacantes de uno y otro lado figuraban el hijo de la Directora de la escuela Nº1, Ramón Molina y el hijo de la secretaria, Cacho Corbella. Nada paraba el fanatismo institucional de estos chicos.

Cuando la escuela Nº17 se mudó al nuevo edificio que ocupa hoy, cesaron las peleas cuerpo a cuerpo pero no la rivalidad, que sospecho que continúa en otros términos.

En el caso de la enseñanza secundaria, mientras no apareció en los años cincuenta el Colegio Nacional (en sus principios instituto privado), el Colegio María Inmaculada y la Escuela Industrial, en lugar de constituirse en rivales fueron una unidad cerrada por la simple razón de que el IMI admitía sólo mujeres y el Industrial sólo varones.

De allí el cantito que decía así: “Monjitas y Tuerquitas, un solo corazón”. Y la cosa no era únicamente nominal. Nos defendíamos a capa y espada y ante la llegada del Nacio, las Monjitas no tuvimos más remedio que tomar partido por sus hermanos de corazón, lo que se ponía de manifiesto en forma muy particular, durante los torneos deportivos escolares, que se desarrollaban en el Club Colegial del IMI.

El Club Colegial era un lugar hermoso con canchas de tenis, básquet y volley que habían sido construidas por nosotras, las alumnas devenidas en peones, en ocasiones atadas a un rolo de caballos que nos había prestado la municipalidad para aplastar la granza, o usando palancas para sacar un tanque australiano, o apisonando el terreno con pisones que superaban nuestro propio peso.

¡Qué me van a hablar de amor!, dice una conocida letra de tango. Yo les digo con conocimiento de causa, ¡Qué me van a hablar de pertenencia!, cuando por nuestras escuelas dejábamos el alma, el corazón y algunos dedos aplastados, como le pasó a mi hermana cuando el pisón le cayó en un pie.

Y lo más hermoso era que nuestros padres no se enojaban ante estos accidentes sino que nos acompañaban en la patriada y así nos enseñaron, junto con la escuela, a conseguir las cosas con esfuerzo y con metas valiosas.

¿Qué estamos haciendo mal?

 

*Raquel Piña de Fabregues tiene 86 años. Es docente jubilada, escritora, trabajó como periodista y tiene varias ocupaciones como madre, abuela y bisabuela. Escribe desde que lee y aún lo sigue haciendo. Durante algunos años, fue columnista del programa de radio de su hija Celina, con sus Historias de Mamá, que se vieron interrumpidas por una caída y el estrés que eso significó en medio de la pandemia. Este es otro de esos textos de sus tantas historias.