“Pato” Geretto es tan obsesivo de los carruajes antiguos, que puede llegar a aparecer haciendo las compras sobre un sulky
Por Esteban “El Colorado” López, para Bichos de Campo
Patricio “Pato” Geretto se presenta como un aficionado “cochero” de carruajes antiguos, al que sus vecinos de Burzaco, en el sur del conurbano bonaerense, lo suelen ver pasar en sulky para ir a hacer sus compras al mercado, o estacionarse los domingos en una clásica parrilla donde se junta a comer con amigos. La gente queda boquiabierta cuando ve que su caballo distingue los colores de los semáforos y que se detiene solo con el rojo, y que con el verde avanza sin que Pato haga un ademán.
Lo cierto es que Pato se considera un modesto coleccionista de algunos carruajes antiguos y se define como un maniático perfeccionista en el tema. Fue docente de Lengua y Literatura y se especializó en literatura gauchesca. Realmente es un purista de los carruajes y dice: “No me cuido yo, pero a mis carruajes los cuido como si fueran hijos”. Sobre su atractivo hobby habló con Bichos de Campo:
-¿De dónde te viene la pasión por los carruajes?
-De mi madre, Hilda Luisa Mastellone, porque tenía pasión por las costumbres camperas y por montar a caballo. Cuando cumplió 80 años me pidió de regalo montar a caballo. Y yo le dije: “Pero ma’, tus piernas…”, y ella me dijo: “Yo tengo problema con las piernas, pero al culo lo tengo bárbaro”. Recuerdo que en Canning, se subió a una escalerita, se puso sus guantes, su sombrero, y montó a caballo. Ella siempre montaba a horcajadas, pero dijo que ya era una señora mayor y montó de costado, como las Amazonas. Me dijo: “Dame un caballo que funcione, no me des un mastuerzo”. Y salió al galope como cuando tenía 15 años. Además, ella me transmitió los sabores de las comidas típicas y hasta aprendí a bailar danzas nativas.
-¿Ustedes tenían campo?
-Tanto ella como mi papá fueron de familias con campo. Mi abuelo paterno era consignatario de hacienda en Mataderos y mi abuelo materno tenía una estancia muy grande en Tandil. Después, por cuestiones políticas, perdieron todo. Mi padre fue de los primeros odontólogos de Burzaco, así es que fue mi mamá la que me influenció en las costumbres camperas. Nosotros no teníamos campo propio, sino que íbamos los fines de semana y los veranos al campo de unos familiares que cultivaban flores en City Bell. Mi mamá me enseñó a montar antes que a caminar. Dijo: “Si él monta a caballo, va a saber caminar”. Después pasé toda mi vida montando con ella, porque le apasionaban los caballos. Ella me enseñó a andar en sulky de chico. Por las tardes me ponían todas las flores en un carro y yo las debía llevar a un almacén de campo, sobre la ruta, donde pasaba el camión a buscar las flores, y ahí me daban la leche.
-¿Te volviste muy diestro en el arte de montar?
-Yo montaba con rienda y sin rienda, era un indio, ponía troncos y los saltaba con mi yegua “Gaucha”, me metía en el arroyo con ella y nos bañábamos. Sólo aparecía por la casa a la hora de comer. De ahí que después empecé a practicar Salto y llegué a competir en La Rural, en el Club Alemán de Equitación y demás. Después hice adiestramiento, pero tuve una hernia de disco, por lo que tuve que dejar y de ahí que empecé a dedicarme a los carruajes.
-¿Y cómo aprendiste acerca de los carruajes?
-Sobre todo, mis mayores fuentes siempre han sido Carlos de Cabo, que es el mayor restaurador y fabricante de carruajes y de faroles en nuestro país, que vive y trabaja en Ituzaingó, restauró carruajes del museo de Luján, del museo de Chascomús…. Luis María Loza escribió el libro ‘Carruajes en la Argentina’. Ancaleo Maggi, de Chascomús, es una de las personas que más sabe sobre las ‘Atadas’, porque está conectado con todos los grandes cocheros del mundo. Y cuando uno tiene dudas sobre tal rienda o guante, de cómo va el pretal o cómo poner la anteojera, hay que acudir a él.
-¿Qué son las “Atadas”?
-La ‘Atada’ es cuando vos ponés el caballo en el carruaje, lo ensillás con los aperos, que es la montura, los tiros, la silleta, las anteojeras. No es lo mismo que la montura de un caballo de andar, porque todo eso se debe hacer con estricta precisión, de modo exacto, porque una mala “atada” te puede costar la vida. Es que cuando vos estás en un carruaje, no es lo mismo que montar. Cuando montás, tenés las piernas, la espalda, las riendas, toda una actitud hacia el caballo. En una “atada” lo único que tenés, son las riendas. Y si el caballo no estuviera al tanto de todo esto, de cómo lo tendrías que organizar, te podrías matar, porque el caballo sale con todo eso colgado atrás, y si algo se desprendiera de él, pues que sea lo que Dios quiera.
¿Y hay diversos estilos de atar?
-Hay una forma de atar ‘a la inglesa’ y otra ‘a la francesa’, según la pechera que le pongas. Yo tengo un carruaje típico de los Estados Unidos. Y se diferencian por la practicidad y la adaptación a los terrenos. En general éstos no tienen tanta delicadeza como los europeos, así como tampoco la vestimenta, ya que no era de la misma calidad la de un lord inglés que la de un ciudadano de Boston.
-¿Y cómo es eso de que hoy se celebran distintas “Atadas” durante el año?
-Yo integro el Club Argentino de Carruajes (CAC), para juntarnos a atar, comer, bailar y compartir con el lema “Unidos y Divertidos”. Mis amigos y referentes son grandes coleccionistas como Juan Gibelli, Rosaura Pazzaglia, Enrique Terrarosa, Adela Bancalari, Alberto Carena y su esposa Ivel, quienes me ayudaron y enseñaron mucho. Organizamos distintas ‘Atadas’ durante el año, en las que celebramos un concurso que se llama ‘Pescante Pic’, porque es un picnic realizado al lado del pescante de los carruajes. En el mismo, cada concursante despliega en el suelo sus vajillas para el té, sus canastas de mimbre, sus manteles, sus cubiertos, todo de época. Lo mismo con una sombrilla y un bastón que me costaron conseguir. Todo se comparte en un clima de fiesta y se premia a quienes hayan desplegado el conjunto más pintoresco. Yo suelo participar de unas 5 o 6 “Atadas” en el año y de algunos grandes desfiles como: San Antonio de Areco, Chascomús, Esteban Echeverría, Mataderos, Capital Federal desde el Congreso hasta la Casa Rosada, General Belgrano, el Día Nacional del Gaucho, en Navarro, y el Día de la Tradición, entre otros.
-¿Y esos desfiles también tienen reglas?
-Una regla de los desfiles es que deben ocuparse todas las plazas del coche. Por eso siempre me acompañan amigos, mi hermano, mi señora, y últimamente me acompaña mi amiga Guadalupe Gutiérrez Peydro, que es presidente de la Asociación Argentina de Monta a la Amazona. Tiene su sacrificio, porque, por ejemplo, para desfilar durante una hora en La Rural, a eso del mediodía, debo estar en la puerta a las 4 de la madrugada, con mi trailer de 7 metros. Porque debo trenzar las crines, preparar la cola, pintarle los vasos o cascos. Y empilcharme yo con traje, botas, pañuelo o moño, sombrero, gemelos, rastra, faja, a veces con 30 grados de calor. Durante al año, confío el cuidado de mi caballo al “Tano Abel” y en su pensión está mejor que yo.
-¿Y hay un lenguaje propio para conducir los carruajes?
-Había una serie de códigos muy selectos para andar en los carruajes, la vestimenta tenía su lenguaje: la galera gris sobre la cabeza, indicaba que era el dueño, y la galera negra, que era el acompañante. El que ataba siempre debía ir del lado derecho y debía llevar el látigo con su mano derecha formando una diagonal, con los guantes de color marrón, el mismo que de la rienda. Porque los guantes eran una vestimenta del carruaje mismo. Si bien hay mucha gente que no respeta todos los códigos originales, sino que apenas se pone un poncho y sale en su carruaje, a mí me parece que todo debe mantener una coherencia de época. Que la vestimenta del que conduce y los arneses pertenezcan a la época a la que pertenece el carruaje. La tela de la sombrilla es seda original de 1870, bordada con incrustaciones de nácar y piedras. Que el caballo sea acorde al carruaje: vos no podés poner un percherón, que es un caballo pesado, en un “My Lord” o “Victoria”, que es el carruaje de la Reina, y que a partir de la época de Discépolo, en Buenos Aires, comenzó a llamarse “Mateo”. Son los que hoy se utilizan para pasear en Palermo. Se llamaron así por un caballo que se llamó Mateo. Es un coche bajo, para que la Reina pudiera subir fácilmente.
-Se dice que la patria se hizo a caballo.
-Yo digo que la patria no sólo se hizo a caballo sino a carruaje, carretas y carros. Porque sin ellos, no se hubieran podido trasladar las criaturas, ni los grandes equipajes en las campañas. Venía la gente de Salta a buscar vajilla y demás, que llegaba de Europa, hasta el puerto de Buenos Aires. Se trasladaba el dinero y hasta las imágenes de la Virgen María.
-¿Qué diferencias hay entre carruajes, carros y carretas?
-Hay que distinguir el carro de la carreta y ambos, del carruaje. El carro era para trabajo. La carreta era un carro grande, tirada por varios bueyes, al comienzo, para trasladar cosas muy pesadas. El carruaje era para un paseo, para ir a buscar alguien que llegaba a la estación de tren, para ir a realizar un picnic de domingo o llevar a los chicos a la escuela. Pero antiguamente no cualquiera tenía un carruaje.
-¿Y el gaucho sólo andaba a caballo?
-El gaucho no tenía un carruaje, a lo sumo tenía un sulky que le prestaba el patrón para que hiciera los mandados o llevara a los chicos a la escuela rural. El carruaje era, o traído de Europa o armado acá en grandes cocheras, para los ‘señores’. Eran muy caros para llegar a comprarlos y luego mantenerlos. Los cueros venían trabajados de Europa y eran artículos finos, de lujo, como ciertos zapatos finos. En Europa había carruajes que acá no llegaban.
-¿Los carruajes se importaban hasta que se comenzaron a fabricar acá?
-Fue William Morris quien comenzó a fabricarlos en el microcentro porteño en 1823, y le hizo una Berlina roja a Juan Manuel de Rosas. Acá se usaron carruajes muy resistentes. En aquella época no había caminos, sino huellas de animales, no había alambrados y se guiaban por las estrellas. Los guiaban los baquianos y debían prevenirse de los malones de ‘indios’. Para protegerse, se colocaban en círculo. En el museo de Luján hay una carreta en la que se nota la precariedad de aquella época. Además, había volantas y sopandas, que eran otras variedades de carruajes. Las sopandas tenían una amortiguación hecha con tiras de cuero. Otros tenían ruedas engomadas para no hacer ruido con los adoquines de la ciudad. Otros, con cobertura de hierro, para el campo.
-¿Y qué otras variantes de carruajes?
-Hay carruajes para varones y otros para mujeres. Hay carruajes que tienen un salpicadero más alto, delante del pescante, para que la mujer no vea cuando el caballo defeca. Y el famoso carruaje “Tonneau”, que se llama así porque sería “el carruaje de la gobernanta”, todo cerrado como con una especie de corralito para llevar a los niños de modo protegido. Se llama así porque parece un tonel. Hoy podría conducirlo un maestro, por ejemplo, llevando alumnos de corta edad. Hoy por hoy se puede ver a un varón conduciendo un “Tonneau”. Yo tengo un “Spider Car” o “Araña”, un carruaje liviano, despojado, que usaban los carteros, incluso para viajes, de un solo asiento. Hay carruajes “Vis a Vis”, con y sin techo, que tienen los asientos enfrentados y los que viajan se miran cara a cara. Hay carruajes “Tiger”, “Part Drack”, “Break”, “Trump”, al cual se le saca un asiento escondido como una trampa, donde se debe sentar el cochero o groom, y hasta hay coleccionistas que tienen un coche o carruaje fúnebre y muchos más.
-¿En el concierto mundial de los carruajes los argentinos nos hemos ganado “un lugar”?
-En nuestro país se respeta mucho lo original y lo tradicional. Pero en cuanto a la vestimenta debo aclarar que no me visto a la europea. Me visto como se vestía mi abuelo para manejar sus carruajes. Porque él fue un hacendado argentino, de tradición. Usando rastra, y la bota afuera, que los europeos no usan. El sombrero que uso, no es europeo, sino un chambergo de acá, el moño que se usaba acá. Él siempre le ponía un toque argentino a todo.
-¿Y en el fondo de tu corazón, por qué hacés todo esto?
-Porque sueño con un país que no olvide su pasado para poder proyectar su futuro. Quisiera ver a mis hijos crecer felices, sanos y hermosos como son, con los valores que tienen, en un país donde nos valoremos por lo que somos y no por lo que tenemos, sin divisiones, donde nos respetemos y cada uno pueda tener la dignidad que se merezca. Sólo así yo podré ser feliz.