Desde su creación el 26 de agosto de 1921, el Banco Provincia fue un ícono que representó de alguna manera a nuestra ciudad, no sólo en el sentido económico sino en el quehacer todo de la comunidad.
La esquina de Moreno y Belgrano se convirtió con su importante edificio, en el lugar de congregación de diversos eventos festivos y políticos, un gran balcón abierto a la ciudadanía.
Lo que estoy dejando en estos escritos son recuerdos, hechos que viví desde adentro y por lo tanto no es casual que en cada uno de ellos esté yo presente o cite a mis amigos o familiares. Algo inevitable.
Eso nos otorga la vejez como saldo positivo, porque ante sucesos del pasado no necesitamos de la memoria de los demás o de algún registro o documento, porque “nosotros estuvimos allí”.
El Banco Provincia fue la institución del barrio a escasos metros de mi casa, fue el lugar de trabajo de mi tío y padrino Hermindo Sampedro, que también vivía sobre Moreno y Belgrano y fue en oportunidades el escenario de juegos y travesuras cuando los gerentes de turno tenían hijos de nuestra edad.
La fotografía que acompaña este relato deja grabada la fiesta de despedida de mi tío, en ese momento Tesorero del Banco, en ocasión de su primer traslado a Coronel Suárez, después de muchos años en Villegas.
Pero no hay que entrar en confusiones. Las mujeres que se ven en la foto son las esposas de los empleados, porque como en la mayoría de las actividades administrativas, no había presencia femenina.
Lo que más me ha quedado en la memoria de aquellos años, han sido los mitines políticos.
Las campañas “face to face” no alcanzaban la audiencia masiva que otorgan los medios y las redes sociales, pero tenían el sabor de la autenticidad, sin maquillajes ni trucos.
Recuerdo una ocasión en que visitó nuestra ciudad Carlos Vicente Aloé, un militar que en 1951 fue elegido gobernador de la provincia de Buenos Aires y al que apodaban “El caballo”.
Como siempre, se había tendido sobre la esquina del Banco un gran palco que sobre la hora de llegada del gobernador se había ido llenando de gente ávida de estar en primera plana.
La comitiva trajo lo suyo y a la hora de los discursos no había un milímetro de espacio entre persona y persona, mientras Estela Vénere, mi hermana y yo mirábamos desde el balcón del edificio de enfrente.
Pero casi al final de la exposición del Gobernador, el palco dijo basta, se desfondó y dio con toda su carga humana por el suelo, incluido Don Emilio Solé que hacía la locución y cayó abrazado a su micrófono.
Gracias a Dios no hubo heridos por la altura del palco que no era tanta y lo que pudo ser un recuerdo amargo sólo quedó como una anécdota graciosa.
Pasaron años y después de recorrer distintos destinos en la provincia, mi tío Sampedro volvió a Villegas como Gerente y entonces esa casa grande como un castillo fue también un poco nuestro hogar, tan familieros como somos, y nos solíamos reunir allí para las fiestas.
Una noche de Año Nuevo a cuyo festejo ya se había unido la familia Picco por la relación con mi hermana, mientras brindábamos al repique de las campanas de las doce, Benito Picco, que era un chico joven como lo era yo entonces, se deslizó hasta la terraza y colocó un manojo de cañitas voladoras en una botella para lanzarlas con más bochinche.
Total, que terminamos el año nuevo en el sanatorio y Benito con el brazo cosido casi hasta el codo.
La pirotecnia ya hacía estragos, pero por lo visto como dice el canto “No aprenden jamás”
El Banco Provincia ha cambiado su aspecto, sobre todo en el interior, pero todavía está allí sin su reloj en funcionamiento, que antes era una especie de paradigma de la hora, sin su pesado mobiliario de madera lustrada como un espejo, más moderno y funcional, pero para siempre un testigo mudo de lo mejor de nuestras vidas.
*Raquel Piña de Fabregues tiene 86 años. Es docente jubilada, escritora, trabajó como periodista y tiene varias ocupaciones como madre, abuela y bisabuela. Escribe desde que lee y aún lo sigue haciendo. Durante algunos años, fue columnista del programa de radio de su hija Celina, con sus Historias de Mamá, que se vieron interrumpidas por una caída y el estrés que eso significó en medio de la pandemia. Este es otro de esos textos de sus tantas historias.