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miércoles, diciembre 11, 2024
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“Vivimos estresados por las expectativas negativas que genera la crisis crónica”

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Los argentinos padecemos un deterioro que viene de lejos, dice en una entrevista para La Nación Martín J. Etchevers, el investigador del Observatorio de Psicología Social de la Facultad de Psicología de la UBA, y por eso nuestro sistema de alarma está siempre activado

La salud mental de los argentinos está en crisis. Y no es a causa de la crisis económica. Es por “las” crisis que el país viene atravesando desde hace cuarenta años. También, por la forma a veces malsana en que los políticos y dirigentes involucran a la ciudadanía en la resolución de los problemas, cuando son ellos quienes tienen la responsabilidad de conducir el presente y asegurarle a la población un futuro mejor.

“Es sobrecargarnos pedirnos más que ser buenos ciudadanos y esmerarnos en hacer nuestras propias cosas de la mejor manera posible frente a la adversidad”, dice Martín J. Etchevers.

Etchevers es psicólogo, titular de la materia Clínica y Psicológica y Psicoterapias, emergencias e interconsultas, y responsable del “Relevamiento del estado psicológico de la población argentina”, un estudio que realiza el Observatorio de Psicología Social Aplicada (OPSA) de la Facultad de Psicología de la UBA.

Según este relevamiento, el riesgo de trastorno mental de la población en general se mantiene en los niveles de 2021, y es superior al del inicio de la pandemia.

“Hay indicadores de empeoramiento de la salud mental”, asegura Etchevers, y subraya: “Lo que vivimos hoy es el resultado de un deterioro generalizado, que se ha mantenido estable a lo largo de años, y años, y años. Eso hace que estemos constantemente estresados”.

A su entender, no es justamente la crisis lo que lleva a los argentinos a este punto. Porque “crisis es un momento crítico que se resuelve, bien o mal”. Y en la Argentina, nada parece resolverse.

«Los argentinos somos una población bastante saludable y abierta al cambio que en el presente está mal, deprimida»

La ansiedad y la depresión hoy son mayores entre los jóvenes más pobres, y se ven incentivados por el consumo de drogas, detalla el “Relevamiento del estado psicológico de la población argentina” de diciembre último. “A los jóvenes se los culpabiliza por querer irse del país”, dice Etchevers. “Se les dice que desertan”.

En este contexto, si bien las personas perciben la necesidad de tratamientos psicológicos por el malestar creciente, la realidad indica que no tienen acceso a ellos por carecer de medios económicos. “Hay un aumento de la demanda, y un aumento de la gente que no logra satisfacer esa demanda adecuadamente”, precisa Etchevers.

–¿Se puede decir que hoy los argentinos estamos deprimidos?

–En términos generales, y por lo que nosotros pudimos ver en nuestros estudios, hay indicadores de empeoramiento de la salud mental. Los seres humanos tenemos factores protectores como una tarde libre, el fin de semana, la actividad social, y factores de estrés, como los desafíos laborales, los problemas económicos, la inflación. La pandemia produjo un desbalance, producto del aumento de los factores de riesgo y la disminución de todo los que sí nos hace bien. En el último informe que hicimos esperábamos encontrar que los números de la pandemia se hubiesen revertido, pero no sucedió. Algunos indicadores se mantuvieron y otros, incluso, se incrementaron. El riesgo de presentar un trastorno mental fue el año pasado significativamente mayor que el anterior. Y afectó más a personas de niveles socioeconómicos bajos, porque tienen menos acceso a la salud, sufren más la crisis económica y la inseguridad, y sienten más amenazada su vida cotidiana. Dentro de este sector, los más perjudicados son los jóvenes. Estamos hablando de índices altísimos de personas que requerirían tratamiento por el riesgo de padecer un trastorno mental.

«Los jóvenes son los más sensibles a las frustraciones ambientales. Al estrés o a las decepciones sociales» 

–¿Todo esto es producto de esta última crisis o del estado crónico de la Argentina, de este vivir en crisis?

–Lo que tenemos es una serie de crisis recurrentes, casi crónicas, que incluso van en contra de la definición de crisis. En psicología, crisis es un momento crítico que se resuelve, bien o mal. Lo que vivimos hoy es el resultado de un deterioro que viene de lejos. Esto hace que estemos constantemente estresados. Nuestros sistemas de alarma están todo el tiempo activados, vivimos en actitud defensiva. Son mecanismos que los seres humanos tenemos desde épocas antiguas, anteriores a la civilización. Entonces escapabas del depredador o no escapabas. Pero no se puede vivir en una alarma constante. Esto hoy perturba nuestro sistema biofísico.

–Ahora, ¿vemos la salida? ¿O justamente esta angustia se produce porque no vemos la salida, no alentamos ninguna expectativa positiva?

–Es muy difícil que la población encuentre soluciones generales. No tenemos perspectivas de obrar más allá de nuestro pequeño entorno. No creo que se puedan tener perspectivas de salida que no sean dadas por fenómenos sociales que están más allá de nosotros. Ya sean liderazgos, nuevas tendencias, nuevas formas de pensamiento. Es sobrecargarnos pedirnos más que ser buenos ciudadanos y esmerarnos en hacer nuestras propias cosas de la mejor manera frente a la adversidad. No creo que seamos responsables de estar como estamos. Es una cuestión de liderazgos.

–¿Pero no es facilista depositar en otro la solución, por ejemplo en los políticos? ¿No sería mejor ser parte de esa salida?

–Hay que tener en cuenta que cuanto más golpeada está una población, menos se considera sujeto de cambio.

–El informe señala que quienes hoy están peor son los jóvenes. ¿Por qué?

–Los jóvenes son los más sensibles a las frustraciones ambientales. Al estrés o a las decepciones sociales. Son quienes tienen más por lograr, más por cumplir, más por delante. A su vez, también tienen más incertidumbre sobre sí mismos. Y soportan una carga mayor que el resto: desde la perspectiva social, está el “debe recibirse”, “debe buscar empleo”, y si ya lo tiene, “debe mejorar en su empleo”. Hay muchos signos de pregunta que recaen sobre ellos. Además, emocionalmente son más sensibles. Los jóvenes son más motivables para el mal o buen rumbo. Y también son los que más generosamente van a dar, a ofrecer, porque tienen una sensación de mayor energía y potencial. A su vez, tienen menor capacidad de discriminación, porque tienen menos experiencias y menor capacidad para regular sus emociones. Por eso son, históricamente, carne de cañón. Hacia ellos se vuelcan principalmente las estrategias del marketing comercial o político. Son población de riesgo.

–¿Cuánto se manifiesta esto en el exilio actual de los jóvenes?

–Los que pueden, desertan. Los que pueden y tienen quizá mejor orientación y mejores recursos, desertan.

«No debería haber con el país más que un compromiso de ser un buen ciudadano»

–¿Por qué usa la palabra “desertar”?

–Porque esa es la palabra que utilizan para culpabilizarlos. Se debate si tienen que irse o no. Si son fieles a su país, si confían en su país, o no. Cuando en realidad lo que tenemos es un mundo globalizado. Las oportunidades las puede buscar uno en cualquier lugar del mundo. Y no debería haber con el país más que un compromiso de ser un buen ciudadano. Hablo de desertar porque ese es el peso que tienen los migrantes o quienes se van a buscar un futuro un poco mejor. Se los acusa de estar abandonando el barco. Este es el discurso que se les baja ahora y se les bajó siempre. Se van con expectativas, pero con una piedrita en la mochila también. A los que se van, les hacemos sentir que, en alguna medida, no lo lograron.

–¿Este estado de salud mental, entonces, tiene que ver con la economía, con la inseguridad, con la incertidumbre que genera el futuro?

–Con las expectativas y posibilidades de desarrollo y de supervivencia. Si vivís en una situación de inseguridad constante, tu supervivencia está amenazada constantemente. Por más que naturalices un montón de medidas de seguridad, que en otros lugares del mundo no existen, tus sistemas de alarma igual están activados. Y a su vez, seguramente tendrán expectativas negativas. Pensamos que nos van a robar, y cuando un hijo sale, que lo van a robar. Las expectativas negativas hacen que uno viva estresado, que rinda menos, y que no se pueda focalizar en la propia tarea. Y las crisis económicas lo que hacen es favorecer expectativas negativas que a su vez generan irritabilidad, que a nivel social se traduce en mayor violencia, menor tolerancia. Eso desactiva la iniciativa y la motivación. Cuando tenés algo parecido a lo que se llama indefensión adquirida, que es a nivel social el equivalente a la depresión, no tenés expectativas de que algo positivo vaya a ocurrir y entonces no te movés. Lo que impulsa la conducta es la emoción positiva y elevada.

– Pero hay pueblos que han pasado guerras y salieron adelante. ¿Por qué nos cuesta tanto tener un pensamiento positivo sobre el futuro?

–Desde mi perspectiva una guerra es una crisis; entonces, de una u otra manera, tiene una resolución. Uno gana y otro pierde. Lo nuestro es otra cosa. A la realidad nacional en crisis no hay posibilidad de tratarla como un conflicto bélico. No se le tiene que pedir un sacrificio heroico a la población. Tenemos problemas técnicos, científicos, y desde esa perspectiva lo que tenemos es un acostumbramiento constante a la crisis. No tenemos picos, es todo plano y con estrés elevado. Con desesperanza elevada.

–En un año electoral como este, es esperable que los candidatos intensifiquen el discurso de la esperanza, el volver a creer, clave para movilizar al electorado. ¿Con esta sociedad amesetada, lograrán subirnos a ese tren?

–Si van a en ese sentido, y eso no es más que una cuestión de marketing, quizá los candidatos tengan menos efecto que el que desean. Lo que la población en general y cada uno de nosotros necesita es cumplir con nuestros trabajos, nuestros deseos, desarrollándonos en lo que cada uno considera saludable. Cada uno tiene que hacer bien lo que le toca. ¡Qué tenemos que ver en tareas que les competen a los que administran! Todas esas movilizaciones, cuando no funcionan, llevan a la gente a decir “fracasamos”. Y en realidad los argentinos no fracasamos. Somos una población bastante saludable que está mal, deprimida. Pero somos una población bastante educada, bastante respetuosa, bastante ética, con buenos valores. Que recibe con los brazos abiertos los cambios. No somos una población sobre la cual se deba trabajar para modificarnos en algo.

–Lo que está diciendo entonces es que “son los políticos, no los argentinos”

–Imaginemos un médico que no encuentra el tratamiento adecuado para un paciente y lo culpabiliza, cuando este no está haciendo nada malo y hasta cumple con las indicaciones que le dan. Eso es lo que hacen muchos sistemas. Invalidan la emoción. Entonces las personas dicen “estoy desesperanzado”. Bueno, no deberías estarlo, porque hay gente y países que la pasan peor. La dirigencia moviliza y después genera desesperanza. Cuando en realidad debería centrarse en sus propias tareas, como ocurre en los países civilizados, donde no es habitual que la población sepa sobre las negociaciones con el FMI o las internas de los ministros. ¡Qué mejoren ellos la calidad de su tarea! No es una responsabilidad de todos. No pueden pedirnos mucho más. Ya se nos pidió muchísimo.

–En el último tiempo se han incrementado los suicidios. Tomó estado público la situación en la localidad bonaerense de Chascomús, por ejemplo, donde varias personas se han quitado la vida recientemente. ¿Por qué está pasando esto?

–En el 95% de los casos, los suicidios son asociados a problemas de salud mental severos, no tratados, no detectados. Es el indicador más duro. Un problema que tiene la Argentina es que tendemos a ser muy románticos, a idealizar la salud mental de tal manera que hasta llegamos a negar cuando estamos en riesgo. Hay que respetar la evidencia, los números, y tratar el problema científicamente con los métodos que tenemos. El suicidio está asociado al alcohol, a la depresión no tratada, a la falta de internaciones. Hoy, para que alguien pueda tener acceso a un tratamiento, hay que tener siempre su consentimiento. Ni la ciencia es el diablo ni la farmacología es un instrumento de dominación. Si bien hoy hay muy buenos agentes de salud mental, hay quienes creen que internar a alguien es privarlo de su libertad. Entonces no sabemos qué hacer y nadie quiere implicarse. Pero sabemos que detrás del suicidio ( o de los intentos) está el aumento en el consumo de alcohol y de sustancias, el tema de la violencia doméstica y los trastornos mentales no tratados.

– ¿Los argentinos están yendo más al psicólogo, al psiquiatra?

– Hay un aumento de la demanda, y un aumento de la gente que no logra satisfacer esa demanda adecuadamente. Lo más grave son los problemas psicosociales. Ya no se trata solo de la psicoterapia o el psicoanálisis de un neurótico de clase alta, a la Woody Allen. De alguien que está muy bien pero tiene un problema existencial, que sufre internamente pero que socialmente no corre ningún riesgo ni padece ninguna disfuncionalidad. Lo que hay hoy son problemas psicosociales muy serios que deben ser abordados de manera integral.

– La droga y la violencia asociada a la droga han crecido en el último tiempo. ¿Cómo lo toma y cómo se prepara un pueblo mentalmente para esto?

–Tenemos que dejar de abordar problemas tan reales desde un punto de vista romántico, cosa que he visto en muchos medios de comunicación, que tratan el tema del consumo de sustancias desde una perspectiva recreativa. Tenemos alrededor un 40% de la población en condiciones de pobreza seria. Entonces, cuando se habla del consumo de tal o cual sustancia psicoactiva de manera recreativa, es una irresponsabilidad no verlo en el contexto real de nuestra sociedad. Pensamos en el consumo de sustancias y no advertimos que hay redes de narcotráfico, que hay corrupción. Muchos miran el cannabis románticamente, como un relajante cool, y si señalamos otra perspectiva corremos el riesgo de ser tratados como represores. Después nos preguntamos por qué aumentan los suicidios o la criminalidad; o por qué baja la edad de quienes consumen o delinquen. Hay una gran disociación entre nuestro mundo idealizado y los arrabales de Rosario o las plazas de Buenos Aires. Y el consumo de sustancias está asociado a la depresión, la esquizofrenia, el trastorno bipolar. A eso agregale la marginalidad, la falta de atención, y tenés un combo explosivo.

UN ESPECIALISTA EN PSICOLOGÍA SOCIAL

■ Martín J. Etchevers es psicólogo, responsable del “Relevamiento del estado psicológico de la población argentina”, proyecto del Observatorio de Psicología social Aplicada (OPSA) de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.

■ Licenciado en Psicología, tiene un doctorado en la facultad de Psicología de la UBA y estudios realizados en el Anna Freud Centre, en el Reino Unido.

■ Es profesor titular de Clínica Psicológica y Psicoterapias en la Facultad de Psicología de la UBA.

■ También es profesor en la Carrera de Especialización en Terapia Sistémico Relacional del Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA)

■ Ha publicado numerosos artículos de su especialidad en revistas del país y del extranjero

(Fuente: La Nación)

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