22 C
General Villegas
jueves, octubre 3, 2024

EL CINE | por Raquel Piña de Fabregues*

spot_img
spot_img

Entre mis recuerdos de infancia el cine ocupa un lugar muy especial. En aquellos años de los ’30, ’40 y ’50 había función todos los días, de domingo a domingo y en dos horarios, a las seis de la tarde y a las nueve y media de la noche, en las dos salas, el cine “Mireya”, donde hoy está FM Infinita y el Cine Teatro Español, donde se encuentra actualmente.

El chocolatinero era un personaje importante. Con riguroso uniforme caqui con charreteras doradas y rojas y gorra, que lo hacían parecer a un militar, recorría en los intervalos fila por fila ofreciendo diversas golosinas que no sé por qué, siendo las mismas, parecían mucho más ricas que las que comprábamos en cualquier otro lado.

Los padres de nuestros amigos, Alfredo y Nidia Donoso, tenían una confitería muy, muy, muy buena. No había mejores helados, ni masas finas ni golosinas de todo tipo que las que se vendían en ese lugar, justo frente a nuestra casa.

Alfredo y Nidia también eran de la partida los días de cine y ni bien aparecía en la sala el señor Gómez con su bandeja de golosinas, se le abalanzaban desesperados a comprar algún chocolate que, como solía suceder, estaría apolillado o derretido si era una jornada calurosa.

¿”En casa del herrero cuchillo de palo” o” Siempre el pasto está más verde en la granja del vecino”?

Los domingos y feriados había matinée a las tres de la tarde, especial para chicos porque en ese  horario se proyectaban los famosos episodios, prolegómenos de las actuales series de televisión, con personajes de bandidos y héroes entre los que descollaban “El Fantasma”, “El Zorro”, “Poncho Negro”, “Arsenio Lupín, ladrón de levita” y toda la gama de cowboys del oeste, malos y buenos, a los que aplaudíamos desde la platea como si estuviéramos en el teatro.

Todo esto salpicado con tiras cómicas, como “Los tres chiflados”, “El gordo y el flaco” y dibujos animados de Walt Disney, que aunque estaban destinados a los más chiquitos, eran tan bellos que atrapaban también a los adultos.

¿Quién de aquellas generaciones podría olvidar al Pato Donald, a Minnie, a Mickey, a Popeye y su novia Olivia, sólo por mencionar a algunos?

Todavía resuenan en mis oídos las músicas de fondo de esas series sin que el tiempo haya podido desvirtuar ni una sola nota.

Mis hijos, no ya mis nietos, pudieron disfrutar de aquellas siestas, que especialmente en invierno, acortaban las horas de aburrimiento en la imposibilidad de salir a hacer travesuras. En nuestro caso esa rutina era todo un acontecimiento familiar.

Cerca de las dos y media de la tarde, el clan Zamperetti, formado por Ricardo, Marcelo, Raúl y Daniel aparecían a buscar a sus primos y primas, Bibiana, Rodolfo y Graciela y allá salían corriendo para conseguir buenos lugares, todos tomados de la mano ocupando el ancho de la vereda y así todos juntos, se adueñaban de una fila completa de la sala del cine Español.

Los más chiquitos quedaban en casa con los padres, que escuchaban por radio el partido de fútbol del domingo.

Las funciones de tarde y noche eran otra cosa. Asistían los adultos y otra vez los chicos cuando las películas no estaban censuradas, cosa que se hacía rigurosamente y antes de la proyección principal se pasaba el noticiero. Uno extranjero y “Sucesos Argentinos”, con un atraso de unos quince o veinte días, pero que igual nos servían para apreciar en imágenes lo que estaba sucediendo.

De esa época dorada del cine han quedado para la historia los grandes galanes y divas cuyos nombres siguen brillando con centro en Hollywood.

Las entradas eran numeradas y se vendían con anticipación en la boletería desde muy temprano y allá íbamos los chicos de la familia, mi hermana Helena, yo y Coco Puig. Coco sacaba fila once punta de banco y nosotros fila nueve punta de banco.

En esas tardes y noches fue que el niño, futuro escritor, desató su  deseo de llegar a director de cine para terminar como guionista y novelista de excepción.

Calculo que sería el año ’37, porque yo era apenas una bebé, cuando mi tia Martha Riverós y su novio Pilo Sampedro, llevaron al cine a mi hermana, entonces de unos tres años. Ese día se proyectaba una película sobre la batalla de Waterloo, por supuesto en blanco y negro.

Casi al final un último ataque deja la escena reducida a una nube de humo negro de la cual emerge Napoleón y con gesto dramático se saca las antiparras que cubrían su rostro antes de que la palabra FIN, sellara la historia.

En ese mismo momento a mi hermana Helena le dio un ataque de llanto incontenible y gritando como loca se la tuvieron que llevar del cine sin que le pudieran hacer decir qué le pasaba.

Recién cuando mi madre la alzó y se sintió aliviada le dijo en su media lengua: “Poyón me miaba con la cada negda y los ojos bancos”.

Claro, las antiparras sacadas dejaron círculos de cara limpia en el resto lleno de hollín, círculos esperpénticos que la nena interpretó que iban dirigidos a ella.

Desde ese susto y por algún tiempo, Napoleón fue Poyón para toda la familia y la anécdota nació para quedarse hasta hoy.

Así como las actuales generaciones Net están identificadas por la magia de la informática e Internet, el cine, más glamoroso, romántico, gracioso o truculento, nos dejó a muchas generaciones anteriores el atractivo de su pantalla grande, por donde desfilaron monstruos como Frankestein, divas como Greta Garbo, Marlene Dietricht, Rita Hayworth , Marilyn Monroe, Mirtha Legrand, Zully Moreno o Graciela Borges.

Cómicos de la catadura de Pepe Arias, Luis Sandrini, Pepe Marrone o Cantinflas y grandes actores dramáticos como Narciso Ibáñez Menta, Pedro López Lagar, Enrique Muiño y tantos otros que merecen nuestro respeto y reconocimiento porque nos acompañaron y desde algún lugar formaron nuestro criterio artístico.

Igual que los libros, a los que no van a hacer desaparecer los soportes de la nueva tecnología, el cine seguirá siendo irrepetible y placentero.

 

*Raquel Piña de Fabregues tiene 86 años. Es docente jubilada, escritora, trabajó como periodista y tiene varias ocupaciones como madre, abuela y bisabuela. Escribe desde que lee y aún lo sigue haciendo. Durante algunos años, fue columnista del programa de radio de su hija Celina, con sus Historias de Mamá, que se vieron interrumpidas por una caída y el estrés que eso significó en medio de la pandemia. Este es otro de esos textos de sus tantas historias.

spot_img