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sábado, diciembre 14, 2024
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DON CLAUDIO, MI SUEGRO | por Raquel Piña de Fabregues*

Muy sociable, inteligente, culto y en extremo cuidadoso de sus maneras, en su cuerpo pequeño, Don Claudio Fábregues guardaba celosamente a un gran emprendedor hacedor de sueños que rayaban en la utopía.

Yo gozaba de su compañía aunque esa súper actividad que lo tenía en marcha todo el día, podía ser agobiante hasta para el más pintado

Cuando se proponía algo no paraba hasta conseguirlo, no siempre a su favor en cuestión económica, porque ese mismo motivo de sus desvelos perdía todo interés cuando ya no era objeto de búsqueda.

Entonces aparecía otro imposible y el anterior quedaba muy bien armado para beneficio de alguien más. Como solía decir riéndose de sí mismo «Soy constante en la inconstancia», o sea que era constante en ser inconstante.

Era muy hábil en la mecánica y por supuesto un permanente inventor de cosas raras, novedosas y útiles o sólo originales. Entre esos inventos, siendo muy joven, transformó un auto en un raro vehículo de tres ruedas.

Para lograrlo estuvo días y días serruchándolo a mano con una sierra y como era su costumbre, consiguió lo que buscaba, cosa que quedó plasmada en una foto tomada frente a la Fotografía, sobre calle Moreno.

Tuvo minas de mica y berilo en Pampa de Pocho, en las sierras altas de Córdoba, su provincia de adopción.

Como prueba del “status quo” de su familia, mi suegro fue un gran fotógrafo, muy hábil pintando fotos cuando no existía la foto color.

Me encantaba verlo manejar con maestría los colores transparentes con pinceles finos como un pelito y así reconstruir, como una zurcidora profesional, partes completas de imágenes que por alguna razón habían salido defectuosas.

Después de un concierto de piano del “Instituto Chopin” de la inolvidable Luisa Sdrubolini, nos sacamos una típica foto de conjunto, profesora y alumnos. Los alumnos de pie y la profesora sentada.

El revelado mostró, imperdonable para esa época, que la pollera de Luisa había quedado trepada bastante más arriba de las rodillas y para colmo el vestido era de una tela floreada en forma de diminutos ramilletes.

Pero, Fábregues y por lo tanto porfiado hasta la médula, Claudio, pincel en mano alargó la falda dibujando cada pétalo, cada ramita, absolutamente idénticos al diseño original y nadie se dio cuenta nunca de la corrección.

Sus años de fotógrafo terminaron cuando le atrajo el comercio y como para él una sola opción era poco menos que nada, también en ese terreno desplegó una versatilidad increíble.

Tuvo una gran casa de electrodomésticos, primero en la esquina de Moreno y Arenales donde hoy está el restaurante “La Esquina”, edificio que era de su propiedad y donde además había una hermosa casa de familia.

Durante muchos años vivió con su familia en Carlos Paz, donde abrió un negocio similar y fue miembro activo de esa ciudad cordobesa, como socio del Rotary Club y con emprendimientos particulares que incluyeron la construcción, junto a otros comerciantes del lugar, de un Apartheid Hotel, el primer edificio de pisos de la villa turística.

Tuvo minas de mica y berilo en Pampa de Pocho, y amó a Córdoba con pasión, única forma en que sabía hacer las cosas.

El Villegas viejo, de los años cuarenta y cincuenta, contaba con una propaladora, sistema de información y propaganda ciudadana repartido por todo el centro de la ciudad por medio de altoparlantes que sí o sí había que escuchar de diez a doce y de dieciséis  a veintiuna horas.

Allí intervino también la inquietud de mi suegro por las cosas nuevas y no tardó en comprarle la propaladora al señor Guardiani.

Como todo aquello en que dejaba su sello, el sistema se modernizó y uno de sus locutores fue el reconocido Antonio Carrozzi, Carrizo para los no villeguenses. Después de él y hasta la muerte de su dueño, el legendario Don Emilio Solé, que lo recibió en herencia y como regalo, para convertirlo más tarde en un circuito cerrado dentro de los hogares.

Es verdad que todo este despliegue de actividad fue posible por el apoyo y el trabajo de mi suegra, Doña Berta Garibaldi, que no se quedaba atrás en decisión y coraje.

De poco antes de la caída de Perón, cuando las cosas se habían puesto difíciles, ha quedado esta anécdota para el álbum de los recuerdos familiares. Don Claudio era socialista de Alfredo Palacios.

Un día desde el partido socialista acercaron a la radio un manifiesto de protesta y ante el pedido de alguna autoridad de que se les entregara el condenado papel, sin que se le moviera un pelo, la aludida se lo comió delante de ellos y les dijo que lo buscaran. Genio y figura hasta la sepultura.

Don Claudio Fábregues no sólo fue hacedor de sus sueños sino participante activo en los sueños logrados de todos los villeguenses.

Saben de su trabajo constante, la Escuela Técnica, nacida como escuela de Artes y Oficios, el Aero Club, donde fue de los primeros pilotos, el Cuerpo de Bomberos Voluntarios, el asfalto de la Ruta 188, que no alcanzó a ver terminado porque se inauguró muy pocos días después de su muerte.

Nunca quiso protagonismo en el momento de las fotos. Le bastaba con la delicia de las cosas bien concluidas.

Nos queríamos mucho y por eso mismo solíamos discutir con frecuencia para luego obsequiarnos, yo un flan, que lo apasionaba como buen goloso que era y él asomando su cara sonriente como ofrenda de paz  con el infaltable pucho en los labios que lo terminó matando muy joven, a los cincuenta y nueve años.

Con esta historia quiero que la gente más nueva en este amado lugar, sepa que las cosas que disfrutamos hoy, no cayeron del cielo.

Llegaron de la mano de personas como mi suegro, trabajadores, inquietos, visionarios y algo pasado de moda: desinteresados y meritorios.

¡Quién me habla de tesoros cuándo se refieren a bienes materiales!

Una familia como la mía, por la vereda Fábregues o por la vereda Piña, es la mayor riqueza que nadie puede imaginar.

 

*Raquel Piña de Fabregues tiene 86 años. Es docente jubilada, escritora, trabajó como periodista y tiene varias ocupaciones como madre, abuela y bisabuela. Escribe desde que lee y aún lo sigue haciendo. Durante algunos años, fue columnista del programa de radio de su hija Celina, con sus Historias de Mamá, que se vieron interrumpidas por una caída y el estrés que eso significó en medio de la pandemia. Este es otro de esos textos de sus tantas historias.