“La adversidad es la prueba de toque donde se prueban la virtud y la amistad”.
Con frecuencia solemos llamar amigos a todos los que de una u otra manera se cruzan en el camino de la vida.
La mayoría son compañeros de ruta, que comparten con nosotros el ámbito del trabajo, de la actividad social o deportiva, o que son los vecinos del barrio, las personas que están más a mano y que en cierto modo nos hacen sentir seguros y acompañados.
Pero la amistad es otra cosa. La amistad es incondicional, no sabe de intereses egoístas, de falsos gestos, no se desgasta con el tiempo y la distancia, en lugar de romper lazos los refuerza.
Tanto mi marido como yo disfrutamos del don de la amistad verdadera, que a lo largo de los años se replicó en nuestros hijos, grandes amigos de sus amigos.
Nuestra casa siempre fue una especie de copetín al paso, donde a nadie se le retaceaba un lugar, una caricia necesaria, un abrazo o nada más que el estar cerca.
En la foto que ilustra esta historia figuran personas que para esta familia fueron muy importantes, para todos sus miembros o para alguno en especial, incorporados en el “todos para uno y uno para todos.
A excepción de Nelly, la amistad con los demás que aparecen en la fotografía, nació o se fortificó al calor del Centro de Ex residentes de General Villegas, donde la música de Jorge Dragone era ley y donde era un asiduo concurrente el gran Antonio Carrizo.
Nolo Dragone, Oscar Pont, Nelly Dalseco, Miguel Solé, hoy componen con su recuerdo, etapas inolvidables de la vida, mientras en un tiempo que corría sin pausa, más rápido de lo que pudimos darnos cuenta, los chicos se convirtieron en adolescentes, los adolescentes en jóvenes y los jóvenes en adultos.
Nelly Dalseco cumplía años el mismo día que mi marido. Nos conocíamos desde muy jovencitas porque vivíamos en el mismo barrio y tuvimos nuestros hijos casi en paralelo, circunstancia que nos hizo grandes compañeras.
Las tardes de pileta en La Lucila nos reunían con la familia menuda, algunas salidas, alguna cena, todo era bueno para juntarnos y conversar de temas como la educación, que a las dos nos apasionaba.
En una ocasión, cuando todavía no teníamos treinta años, Nelly sufrió una enfermedad de la que le costó salir y cuando las cosas parecían haberse solucionado, me enteré que había sufrido una recaída.
Corrí a verla y cuando entré al dormitorio, mirándome en forma muy expresiva, me dijo:
“Otra vez de camisón”. Una salida típica de ella, breve, concisa, y cargada de significado. Nunca me consolé de su muerte.
Oscar Pont era nuestro vecino de la vuelta, sobre calle Arenales. Una persona muy particular, correcto, un tanto solitario, pero al que queríamos mucho.
Fue un avanzado en la radio local y en su casa tenía una emisora que pasaba sólo música, fiel a su pasión, ya que tocaba maravillosamente el piano y el bandoneón.
Sin embargo, a pesar de ser un bohemio, era sumamente ordenado y una vez nos mostró un cuaderno que llevaba con sus ganancias y gastos particulares.
Allí estaban minuciosamente registrados los pagos que debía hacer y el fajo de billetes correspondientes. En la hoja al final un título que decía “Por si tengo que viajar a Buenos Aires”. Ese dinero no se tocaba para otra cosa.
Mi cuñado Mario lo apreciaba mucho, porque había sido amigo de su padre al que en su chapurreado castellano e italiano lo llamaba Pepe Rengo Pont, para identificarlo entre los demás de ese apellido.
Miguel Solé ya había entrado al mundo Fábregues con su padre y fue un amigo muy querido por Celina. Gran amante del tango, tenía un programa de radio ad hoc cuyo nombre no recuerdo.
Nolo Dragone era el hermano del gran músico Jorge Dragone, que llevó el tango en triunfo por el mundo.
Eran oriundos de Villegas, pero desde muchos años atrás vivían en Buenos Aires y cuando mi marido viajaba a la capital paraba en su casa.
Aclaro que Juan nunca fue un típico padre asador de los domingos, ni cocinaba nada de nada.
Cual no fue mi sorpresa cuando el Nolo, en una de sus visitas a Villegas, me contó lo buen cocinero que Juan era en su casa, justo el día en que nos sacamos la foto que ilustra la historia.
Cosas de amigos.
Tener amigos verdaderos es realmente un privilegio, alarga la vida, la hace más llevadera en las malas y doblemente bella en las buenas.
Pero la amistad no es gratis, tiene una ida y una vuelta, es sincera y no sabe de reveses.
Diógenes buscaba con su linterna un hombre de verdad, buscaba un amigo.
Dios guarde en nuestro corazón esa cualidad tan frágil y fuerte a la vez, la de ser un buen amigo.
*Raquel Piña de Fabregues 87 años. Es docente jubilada, escritora, trabajó como periodista y tiene varias ocupaciones como madre, abuela y bisabuela. Escribe desde que lee y aún lo sigue haciendo. Durante algunos años, fue columnista del programa de radio de su hija Celina, con sus Historias de Mamá, que se vieron interrumpidas por una caída y el estrés que eso significó en medio de la pandemia. Este es otro de esos textos de sus tantas historias.