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jueves, octubre 3, 2024

Párrocos de aquel Villegas | por Raquel Piña de Fábregues*

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Intendente o Comisionado, Comisario, Párroco, Gerente de los Banco, Director de escuela.

En aquel Villegas pueblo con aspiraciones de ciudad, el espectro de autoridades reconocidas como tales por la población era mucho más amplio y también tenía más permanencia en el tiempo.

Los intendentes duraban el tiempo que el electorado resolvía para su mandato, los Comisionados llegaban de la mano de los intermedios marcados por los gobiernos de facto, pero en general se adentraban en el corazón de la sociedad, de la que formaban parte de una forma casi familiar.

Los comisarios, que por lo general venían de otras partes acompañados por sus familias, se identificaban con el medio, porque sus hijos la mayoría de las veces, comenzaban en Villegas su escuela primaria, recibían aquí su título secundario y la facultad los encontraba yendo y viviendo a nuestra ciudad en el clásico ir y venir de los universitarios, cuando la enseñanza superior para nosotros era un sueño del que nos separaban kilómetros de viaje y penas del desarraigo.

Lo mismo sucedía con los gerentes de banco, que pasaban muchos años en su puesto y  eran personas de referencia social y económica, muy asimilados al quehacer cotidiano.

Las directoras de escuela, pocas veces se trataba de hombres, se consideraban también autoridades a las que se respetaba mucho, lo mismo que al resto de los docentes.

Y llegamos al núcleo de esta historia, los párrocos.

A lo largo de mi vida, desde la infancia hasta 1982, bien entrada la adultez, recuerdo tan sólo a dos párrocos, el Padre Francisco Panacea y el Padre Alfonso Wesner.

Después de esa fecha y en consonancia con lo que pasaba en el resto de las instituciones, también las autoridades religiosas se hicieron más provisorias.

No pienso entrar en argumentaciones, cuyos fundamentos no conozco para poder discutir, pero sí puedo afirmar con conocimiento de causa, que haberse adentrado en la comunidad por más de una generación, les daba y nos daba la posibilidad de ayudarnos mutuamente y establecer vínculos fuertes que no se reducían a su ministerio.

Esos sacerdotes eran nuestros amigos, nos habían bautizado y dado la comunión a nosotros y a nuestros hijos, eran parte de la familia.

El Padre Francisco Panacea era un ícono en mi infancia.Su figura recia, tan alto, derecho y con su cabellera blanca, parecía Sarmiento fuera de su ámbito natural.

En esa época los sacerdotes no dirigían los sermones desde el altar. El púlpito era el lugar obligado y desde esa altura, no tan significativa, pero más arriba que los feligreses, nuestro párroco hacía un repaso de todos y cada uno de los que ocupábamos los bancos y hacía las recomendaciones o reprimendas necesarias.

Por ejemplo: “¿Por qué faltaste al catecismo ayer?”, mientras el aludido apretaba la mano del acompañante mayor buscando algún tipo de refugio.

Esa condición de rectitud y disciplina un tanto exagerada, contrastaba en cambio con la obra verdadera que hacía entre los menos favorecidos, a quienes tomaba a su cargo, y la mayor parte de las veces conseguía sacarlos de situaciones tristes o difíciles.

Tiempo del Coro de ángeles, de la asistencia impecable a la Misa de Gallo el 24 de diciembre y en cada una de esas rutinas la figura aleccionadora de nuestro sacerdote, a quienes todos creían italiano y era griego. Heleno, como él decía.

Un sábado de bodas en la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, como era costumbre, la novia llegó muy retrasada y el Padre Panacea, como siempre, la recibió en el altar dicíendole: “¡Ay hija!, creí que no te iba a poder casar”.

Esa madrugada murió. Lo suyo no había sido un reproche sino una premonición.

El Padre Alfonso Wesner llegó a Villegas como reemplazo del Padre Francisco. Era entonces un hombre joven y enérgico, frugal, sencillo, sacerdote de alma y corazón.

Estuvo al frente de la Parroquia treinta y cuatro años, durante los cuales fue ejemplo de bondad sin sensiblería. Llamaba a las cosas por su nombre , sin rodeos y era capaz de pasar hambre, frío y toda clase de necesidades por paliar las necesidades de los demás.

Tal vez nadie sepa que se hacía cargo de pagar  las cuentas de alimentos a familias con necesidades extremas, que conociéndolo no dudaban en pedirle ayuda.

Todo lo que sus familiares le mandaban desde Coronel Suárez iba a parar a manos de otros.

Así regaló el televisor, no quería aceptar el auto que le trajo su hermano y era feliz con nada o menos que nada.

Fue mi profesor de griego y latín en mis días de facultad. Entonces me obsequió una colección de clásicos griegos y latinos en miniatura con tapas de cuero y hojas de papel de arroz que él apreciaba mucho.

En una oportunidad mi marido y yo fuimos padrinos de bautismo de un primo de Juan que se estaba por casar y no había sido bautizado.

El Padre Alfonso, prendió la cruz de luces verdes que remataba la torre y como solía hacer, no nos quiso cobrar.

Padre, le dije, usted va a fundir la iglesia, y largando una de sus carcajadas me contestó: “No, hace rato que la fundí”.

Fue un entusiasta de los deportes y los difundió entre los jóvenes, construyó el Salón Parroquial y la Capilla Nuestra Señora de Luján en el barrio La Trocha.

Después de estos grandes párrocos todo cambió. Entramos a un tiempo signado por el apuro y las cosas provisorias y ningún sacerdote permaneció en Villegas por muchos años, porque la sociedad líquida en la que nos movemos como en un mar embravecido se pone cada vez más reacia a los afectos permanentes, donde los lazos afectivos no alcanzan a estrecharse en el tiempo, que parece cada vez más huidizo.

Todavía estamos a tiempo de parar en esta vorágine y encarar la tarea de conocernos.

En la foto:
Padre Alfonso Wesner, Violeta Mercado de Compagnucci y el Dr. Piero Garbarino.

*Raquel Piña de Fabregues 87 años. Es docente jubilada, escritora, trabajó como periodista y tiene varias ocupaciones como madre, abuela y bisabuela. Escribe desde que lee y aún lo sigue haciendo. Durante algunos años, fue columnista del programa de radio de su hija Celina, con sus Historias de Mamá, que se vieron interrumpidas por una caída y el estrés que eso significó en medio de la pandemia. Este es otro de esos textos de sus tantas historias.

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