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martes, septiembre 16, 2025
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Carlos Sosa: «Hay que hacer todo lo que uno pueda y no tenerle miedo a nada» | por Celina Fabregues*

En otra de las entrevistas del ciclo Aquí hay Dragones del programa Cuidarte Más, que llevo adelante los sábados por FM Villegas, me encontré con Carlos «el rengo» Sosa.

Los villeguenses, como sucede en casi todos los pueblos, somos amigos de poner apodos, a punto tal que a veces suele sustituirse el nombre propio de cada uno por un sobrenombre que requiere de ingenio para ponerlo y buen humor para aceptarlo.

«A este lo traigo prácticamente desde que nací porque yo tuve unas horas de no rengo», afirma mientras hace gala de una de sus aristas, que es el humor.

Lo cierto es que nació en octubre de 1952, empezó a caminar el 9 de diciembre del ’53 «y el 10 me enfermé de polio. Ese año hubo siete casos conocidos en el país y fui uno de los siete, después de la epidemia grande en año 1950.»

Polio es el nombre corto de la poliomielitis, una enfermedad altamente infecciosa causada por el poliovirus, , antes conocida como «parálisis infantil”. Piernas deformadas o paralizadas. Torsos atrofiados y problemas para respirar, ha afectado a la humanidad a lo largo de la historia.

Fue en 1955 cuando se anunció que la vacuna inyectable de Jonas Salk era segura para usar y se inició una campaña de inmunización, pero no fue hasta 1962 cuando el investigador Albert Sabin desarrolló una vacuna oral contra la polio, utilizando un virus vivo atenuado. Como su vacuna era más fácil de administrar, facilitó enormemente su distribución. Hoy en día se utilizan ambas vacunas.

«Empecé a caminar con aparatos de descarga y con muletas después de los 3 años,  continué con muletas hasta los 13 hasta los años, después de un bastón, pero siempre con aparatos ortopédicos, hechos con cromo vanadio», recuerda.

Dejó de usar el aparato ortopédico ya estando en Villegas. Llegó a Villegas el 6 octubre de 1971, 20 días antes de cumplir 19 años. Al poco tiempo de estar afincado en nuestra ciudad, «notaba que me cansaba más el día que tenía el el aparato que el día que no lo tenía» y decidió no usarlo más. «Estuvo colgado por años en casa hasta que un día la vieja lo tiró. Le molestaba verlo, le dolía verlo», señala.

Con Elena, su gran compañera

Pero después «para mejorar un poco en la renguera, porque era poca» sufrió un accidente en 1997, por el que estuvo peleando un buen tiempo.

En aquel momento, Carlitos era remisero e iba a buscar unos pasajeros que había llevado una semana antes a Sauce de Luna, en Entre Ríos. Había levantado a un chico que estaba haciendo dedo «y que felizmente no se hizo un rasguño, pero yo me rompí todo», asegura.

Aunque ha hecho mucho esfuerzo para tratar de recordar, no se acuerda de nada. Según le contó el joven que hizo dedo, había un operativo policial. Era casi medianoche. Empieza a frenar, pero cuando iba llegando, el policía que estaba en la ruta «hace la clásica seña de luces para que pase, pero el otro policía le da vía a un camión jaula para que siga y se cruza adelante. La frenada indicaba que yo busqué pegarle a la rueda, si no, nos hubiéramos decapitado los dos, pero acá estamos para contarla», dice.

Algo nos quedó claro y es que no es fácil de matar. «No, no, voy a dar lucha siempre», asegura riendo y agrega que no solo sobrevivió a la polio y al accidente en la ruta sino que hace relativamente poco «me pegué un palo importante en el tallercito que tengo en casa y zafé de no quebrarme las costillas de casualidad.»

Época de folklorista

Hay poquitas cosas que me quedan por hacer

Empleado municipal, remisero, electricista, folklorista, comerciante, deportista, actor. «¡Tan poquitas cosas me quedan por hacer!» asegura el tipo que ha incursionado en todos los rubros y que desde hace un tiempo también se dedica a la artesanía.

«He restaurado arañas de bronce con caireles de cristal de roca de muchísimos años de antigüedad y desde hace tres años más o menos, que tuve que dejar la escalera porque las patas no daban más y no puedo estar sentado frente al televisor porque no sería yo, empecé el curso de platería y me encontré con Walter Cassano, que es un artista en todo lo que hace y me enganché en marroquinería», sostiene.

La cuestión es que «me pegué una enganchada que no te das una idea. Me fui a Buenos Aires, compré herramientas y otras hice yo, traje cuero y ya vendí mi primera pieza, que fue que una cartera morral», dice orgulloso de lo que ha logrado, además de haber realizado a escondidas, una cartera para su esposa.

Sobre Elena, su mujer, piensa que «si a mí me tocara elegir una mujer entre un millón y está Elena, no lo dudo, voy directo. Buena madre, muy compañera y en los momentos duros… uffff», suspira mientras mira hacia arriba.

Orgulloso de su familia, el rengo Sosa ha sido un coleccionista de amigos, a tal punto que asegura que «hay algunos a los que te los querés sacar de encima, pero no hay caso», bromea, segundos antes de ponerse nostálgico al señalar que «hay amigos que a los que extraños horrores, pero horrores.»

«Con Caito Coronel arrancamos a cantar folklore juntos. Estuvimos primero con Los Fortineros, después con el Trio Amistad, adonde se sumó César Vidal, que era de América. Con ese trío ganamos montones de festivales e incluso fuimos la revelación de un festival enorme en Los Toldos, donde el presidente del jurado era Peteco Carabajal. No volví a escuchar nunca una segunda voz como la Caito», destaca.

Entre esos cuatro amigos entrañables que echa de menos, también se encuentra el Pata Handorf, que «era un loco divino con el que yo me divertía mucho. Íbamos a jugar al mus todas las tardecitas; era un personaje de una chispa increíble.»

Otro amigo al que extraño mucho es «el Cabezón Herrera. El hijo más grande de Ricardo es mi ahijado, fijate el grado de amistad que teníamos. Y el otro, el más reciente, es Eduardo Saralegui, el Toro», cuenta con los ojos brillosos.

Estos amigos que tanto extraña tuvieron que ver con distintas etapas y aspectos de su vida. Caito desde la música; Ricardo, a quien le enseña el oficio de electricista; el Pata en sus momentos de ocio y Eduardo, con quien participó de actividades deportivas.

Carlos y Elena tuvieron, en su época de comerciantes, el Kiosco Rivadavia, lugar que hoy comparto con mi hijo en su estudio de diseño gráfico. Fue en ese tiempo cuando Oscar Alvarez, que estaba al frente de la Dirección de Deportes, les propuso armar un equipo para correr los pentatlones.

Eduardo se anotó para nadar, Carlitos Pasqualini iba a hacer bicicleta, el manco Diez se sumó con la moto y él a remar. Su amigo se acordaba que alguna vez le había contado que cuando era chico «del instituto de rehabilitación en Buenos Aires, los llevaban a los lagos de Palermo a remar para fortalecer la caja para usar las muletas.»

La cosa salió bien, con la colaboración de Mario García, gran kayakista. «Me explicó que lo que tenía que tratar de hacer es no darme vuelta y ahí empecé a a darle y a darle hasta que llegó la primera competencia», rememora.

«Esa vez vinieron los equipos de Mendoza y nosotros fuimos el único equipo de penta en el país con los cinco discapacitados motores, porque había equipos que venían con sordomudos que no tenían mayores dificultades», explica.

«Nosotros éramos los cinco fallados y por eso el equipo se llamaba MANREN Los Fallados (mancos y rengos, los fallados)» y uno entiende entonces de qué se trata la resiliencia. No solo de superar, sino de aprovechar, de sacarle jugo a lo que tenemos en lugar de llorar por lo que falta.

Entre sus tantas labores, hubo tiempo para el teatro con un joven Andrés Caliendo y para el coro.

Listos para salir en el trencito!

Si faltaba algo, hay que agregar «el trencito», que según Carlos, fue «una de las mejores etapas de trabajo de mi vida, porque no hay un ser que sea más sincero que una criatura. El chico te quiere o no te quiere. Sonaba la cucaracha (que era la bocina que tenía) y todos iban a la esquina corriendo.» Todos querían subirse al trencito.

El trencito, además, nos daba un respiro a los padres y entre carcajadas manda al frente al Piti Betanzo y a Daniela Specogna que subían a Juani y a Majo (hoy profesionales):»hasta que termines, me decían.»

Era la hora más productiva del día para los padres con hijos chicos, con el agregado de que subían y bajaban en el mismo lugar y además anunciaban la llegada a la esquina con el sonido de la bocina que entonaba «la cucaracha.»

El rengo en la máquina y Elena en el vagón «todos los santos días, empezábamos el 21 de septiembre y terminábamos el 15 de febrero la temporada, porque hacían el recorrido hacia la colonia también. Como trabajaba en la municipalidad, teníamos un chofer, que era el Pollo Suárez.»

Ya casi en el final, me mira y me dice: «a mí me gusta este tipo de entrevistas. Porque los rengos no nos vamos a terminar. Ni los rengos, ni los mancos, ni los sordos. Los que para mucha gente son discapacitados», pero «nosotros somos incapacitados de algunas cosas, pero aparecen otras capacidades.»

Deja como un ejemplo de superación que a una persona que se encuentra de golpe con un problema físico, «hay que decirle que se puede y va a ser mucho más fácil.» Hay que entregar herramientas para lograr objetivos de vida, planes de vida que sean un motivo para seguir, algo que necesitamos todos; porque todos tenemos alguna incapacidad, lo que pasa es que algunas son visibles y otras no.

«Es difícil la niñez para el diferente», asegura Carlos, «si no estás medio fuerte y no tenés puntales cerca tuyo para que te apoyen. Yo he tenido una vieja sensacional que me apuntaló. Nunca me hizo sentir débil y si hacíamos travesuras, cobraba como el mejor.»

La igualdad empezaba ahí y después «he tenido gente a lo largo de la vida, que me ha dado una mano bárbara para hacerme sentir igual, por permitirme que hiciera a cosas» y después, solo es cuestión de «saber aprovechar los momentos, porque cuando se desperdician las oportunidades, después no se recuperan», sostiene.

«Por eso, hay que hacer todo lo que uno pueda y no tenerle miedo a nada. No sé si soy inteligente, lo mío es perseverancia, tesón y ganas», afirma.

¿Qué te queda por hacer?-le pregunto, a lo que me responde que le gustaría tirarse «en un parapente y correr en un auto de carrera» y agregó «todavía estoy a tiempo.»

Parece que el secreto no es tan secreto. Se trata de seguir reuniéndose con amigos, no dejar de trabajar en algo que nos guste, un asado en familia, un mus divertido en el bar El Tarugo, visitar diariamente a hermanos y sobrinos para jugar a la loba después de almorzar, tomar un cafecito. Mantenerse unidos. Eso es bueno para la salud. Y reírse, de casi todo, con permisos para emocionarse y para llorar, pero manteniendo el alma en pie, un poco renga por los golpes de la vida, pero con ansias de saltar el próximo límite.

Habíamos postergado la entrevista varias veces y la nota tardó un poco en salir, pero como Carlitos dijo antes de irse de la radio, las cosas se dan cuando se tienen que dar, ni un minuto antes ni un minuto después y porque al fin y al cabo, «nadie se muere un segundo antes de su muerte.»

*Celina Fabregues es periodista. Conduce Cuidarte Más por FM Villegas, los sábados de 9,30 a 12 horas, programa que se repite a las 19 del mismo día.