En una nueva emisión de «GPS, villeguenses por el mundo», que conduce Esteban Mutuberría en FM Actualidad, viajamos hacia el otro lado del mundo para dialogar con la bungense Marina Villar, quien vive con su familia en Corea.
Con muchas horas de diferencia que adelantan nuestra noche a un nuevo día, Marina confiesa que tiene poco más de cuarenta años, aunque Corea «es el único país del mundo en el que la edad se cuenta desde el momento de la concepción y cuando nacen, ya tienen casi un año. Si nacés el 5 octubre, como es el caso de mi hija, el primero de enero, ya cumplió dos años.»
Se mudaron nuevamente en mayo del año 2022, por lo cual «mi hija llegó con cuatro años para cumplir cinco años en octubre, pero en Corea tenía seis y en octubre íbamos a festejar su cumpleaños número cinco, pero acá ya tenía seis y además, en tres meses, el 1 de enero del año siguiente, ya se le agregaba siete. Imagínate la mente de esta pequeñita que pregunta ¿mamá, y al final, cuántos años cumplo? El tema de la edad es complicado», afirmó divertida.
Comentó además que ha sido tan complicado de cara al resto del mundo, que en julio pasado decidieron volver atrás esa decisión y amoldarse a las reglas internacionales, «como una forma de demostrar que Corea necesita integrarse al resto del mundo.»
Como todas las historias, hay que comenzar a contarlas desde el inicio. Marina hizo la secundaria en Emilio V. Bunge y casi como en un molde de los adolescentes del interior, se abre una puerta al futuro. Decidir qué hacer, por donde ir, qué estudiar o en qué trabajar.
«Me fui a Buenos Aires a estudiar Hotelería y Turismo. Aunque no sabía bien de qué se trataba, sabía que quería viajar. Si alguien me preguntaba cuál era mi sueño, yo quería dar la vuelta al mundo», señaló.
Era una puerta de entrada y «en el primer verano que tuve libre después del primer año de de carrera, fui a Bariloche a hacer pasantías y a Las Leñas a hacer pasantías de invierno.» Como en una cadena, la Universidad le dio la oportunidad de «ir a trabajar a Estados Unidos por unos cuatro meses y me fue picando el bichito del viaje. Me encantó», afirmó.
Una pausa en Buenos Aires
Después fue el turno de una pausa para terminar de estudiar y empezar a trabajar en un hotel de Buenos Aires. «Con un trabajo fijo no tenés tantas posibilidades de salir a viajar, salvo que la tarea contemple eso» aseguró.
Fueron diez años desarrollando su actividad profesional en diferentes hoteles de lujo y notó que le gustaba muchísimo lo que hacía y «la idea de irme para otro lado y de volver a agarrar la mochila fue disipándose un poco» y sentía que estaba echando raíces.
Conoció a su novio (que hoy es su esposo y con quien vive en Corea) durante esa primera pasantía en Bariloche y, como ella, había viajado mucho los primeros años pero estaba instalado en Buenos Aires y se desempeñaba como chef en un hotel.
Él tiró el anzuelo al agua. «¿Y si nos aventuramos a algo?», le dijo. Sin saber muy bien a qué, y con algunas dudas, a Federico, que estaba trabajando en la cadena Hyatt, se le ocurrió ver qué posiciones hay disponibles en el mundo.
En general, este tipo de cadenas hoteleras tiene un sistema en el que los empleados pueden ingresar y chequear qué posiciones hay disponibles en las diferentes plazas del mundo. «Y ahí apareció Corea», aunque «nuestra aventura empezó en realidad dos años antes, cuando él hacía algunos festivales gastronómicos de cocina argentina en diferentes partes del mundo también con Hyatt.»
El chef que la animaba a salir de aventura y que le aseguró a la villeguense que «nos veo viviendo en Seúl», no es otro que Federico Heinzmann, el argentino que conquistó la cocina de Corea y logró que el gobierno lo nombrara embajador del hansik, la tradicional mesa coreana. Actualmente es el chef ejecutivo del Park Hyatt Seúl.
La decisión de Seúl
Federico se fue en octubre de 2012 y Marina lo siguió en enero de 2013 a Seúl. Una década después, recuerda que su mamá le dijo «sos una inconsciente y creo que esa palabra me define muy bien. El hecho de no pensar demasiado, de sacarle un poco de presión a las cosas y que fluya.»
«Un 1 de enero de 40 grados en Buenos Aires, me subí al avión con una valija y llegué a Corea treinta y seis horas más tarde con un frío de 20 grados bajo cero, nieve hasta la rodilla y un viento que lastimaba la cara», recuerda como si fuera hoy.
Un shock cultural aclimatarse a la vida asiática, aunque dicen que los coreanos son los asiáticos más argentinos, por su manera de ser y socializar.
«Todo era diferente. Desde no entender absolutamente nada de lo que está, ir al supermercado y comprar lo que yo creí que era un jabón líquido para las manos hasta que supe que estuve meses lavándome las manos con detergentes», explicó.
Una de las cosas que más le llamaron la atención fueron los olores, porque «comen mucho ajo. Desayunan a la mañana con kimchi, un plato hecho con nabo y repollo fermentado que es sumamente picante y oloroso. Yo olía kimchi en todos lados, desde muy temprano a la mañana y se me venían a la cabeza un montón de diferencias.»
«Ya en esa época la gente usaba máscara y barbijo, acá era bastante normal y estamos hablando de hace diez años atrás», sostuvo.
Las transformaciones
En esta década, Corea se ha ido transformando, es como la característica principal. Marina relató que «viví en tres oportunidades en Corea. Primero me encontré con una Corea ya muy moderna, pero mucho más cerrada al mundo. Era muy raro ver un extranjero en la calle.»
Edificios muy altos, muy modernos, un exacerbado uso de la tecnología, pero desde un kiosco hasta una máquina expendedora de boletos, escrito en coreano «lo que te hacían el día muy complicado porque cada cosa que querías hacer, necesitabas pedir ayuda a alguien en la calle», señaló.
Las dos Coreas
Marina resumió lo que fue la guerra de división y explicó que Corea del Sur y Corea del Norte son una península unida al resto del continente desde la frontera entre China y Corea del Norte, por lo cual el sur hoy está casi aislado del resto del continente.
La invasión de Japón durante más de 35 años provocó mucho sufrimiento, porque se había prohibido incluso el idioma y comenzó a enseñarse japonés en las escuelas. En 1950, cuatro años más tarde de independizarse, empieza la guerra. Corea del Norte con el apoyo de China y Rusia; y Corea del Sur con el apoyo de Estados Unidos.
«Esa guerra terrible y sangrienta destruyó la mayor parte del país que es hoy Corea del Sur y duró tres años. En 1953 se firma una especie de contrato de amnistía, la capital estaba completamente destruida y el país era uno de los más pobres del mundo», relató.
Cómo logró Corea salir de ser el país donde el hambre era la moneda corriente y setenta años más tarde convertirse en uno de los países más ricos del mundo, súper desarrollado, tecnológico y avanzado, para Marina Vicente «es una constante de los pueblos orientales, trabajan muchísimo, sin parar y miran para adelante.»
Los coreanos viven la cultura del Ppalli-ppalli, «cuya traducción exacta es rápido, rápido, todo lo hacen rápido. Así es Seúl, rápida. Es una lindísima ciudad y es un lindo lugar para venir, pero por supuesto, después hay otras muchas cosas», reconoció.
Intervalo en Japón
Tras el primer período en Corea, surgió Japón, que fue como «un intervalo». Marina no tenía trabajo, por ende no poseía visa y tampoco estaba casada. Entre Corea y Argentina hay única un convenio que te permite estar hasta 30 días como turista. «Entonces, cada 30 días me tenía que ir de país y me iba a Japón. Era un lugar más cercano y Tokio y me encantaba. Era como un sueño. Esos tres días que me iba para renovar la visa me alucinaba.»
«Japón siempre estuvo en la mira para nosotros como un próximo destino y lo fue», cuando se dio otra posibilidad con la misma compañía Hyatt.
Federico empezó a trabajar «y yo tuve la suerte de cambiar mi visa para trabajar en la recepción del hotel. Me reincorporé al mundo laboral, que era algo que extrañaba y que me encantó», contó positivamente, aunque «Japón es fantástico y al mismo tiempo, muy difícil. Los japoneses son extremadamente perfeccionistas. Hay un antes y un después de Japón y no hay forma de que salgas de Japón sin transformarte.»
«Es una sociedad muy particular. A mí nunca me había pasado en la vida en que había días que salía llorando pensando en que ojalá me despidieran, a ese nivel» añadió.
De la velocidad coreana a los tiempos que marcan la tradición japonesa. «Ellos implementan algo y y si funciona, lo mantienen, lo especializan, lo llevan a la perfección y queda para siempre, es inamovible», indicó.
El termo y el mate
Después de tres años en Japón y ya de vuelta en Corea, lo que nunca se abandona en la familia es la costumbre argentina del mate, unas tres o cuatro pavas al día.
«Nosotros somos tres hermanas y mi papá todas las mañanas nos despertaba una por una a las tres y a mi mamá, con un mate en la cama y lo seguimos haciendo cuando vamos a Bunge, no falla», destacó Marina.
En ese regreso a Seúl y con una mejor posición en el hotel de Federico, es que nace Luna, que hoy tiene 6 años.
La segunda vuelta fue menos complicada porque «había algunos amigos y no había que volver a empezar. Conocíamos el barrio, el sistema en general y fue realmente fácil volver», manifestó.
Los Villar viajaron a conocer a Luna y pasaron dos meses a los que Marina definió como «espectaculares», pero después llegó el Covid que como en todo el mundo, generó varias complicaciones.
A China en medio de la pandemia
Y en medio de la pandemia, «llegamos a China, porque Federico trabajaba en un hotel de Seúl cuando me empezó y Corea fue uno de los primeros países que tuvo Covid y como no había casi información y no se sabía de qué se trataba, porque el país se cerró inmediatamente, casi por completo. No había turismo, no había gente que necesitara un hotel y se cerró el hotel», contó.
La mayoría de los países habían empezado a cerrar y la frontera de Argentina estaba cerrada. «Teníamos que irnos de Corea antes del 30 de julio y no teníamos dónde quedarnos. Fueron meses muy difíciles y la compañía ofreció conseguir trabajo en otro hotel, pero cuando querías comenzar el trámite de la visa para ir a otro país, no te aceptaban.»
Estaban a la deriva con una nena chiquita. Todo era incertidumbre. Apareció entonces la posibilidad de «mudarnos a China a una ciudades que se están se llama Shenzhen donde abriría un hotel de Hyatt. A diferencia del resto del mundo, en lugar de cerrarse, China se había abierto y quería que saliera todo el mundo», sostuvo.
El 23 de agosto, el gobierno chino confirma la aprobación de la visa, «empacamos todo lo que teníamos, dejamos nuestra casa en Corea y llegamos en uno de los pocos vuelos que conseguimos a hacer cuarentena en un hotel. Cuando llegamos al aeropuerto, era como llegar a otro planeta. La poca gente que había estaba vestida de blanco, como si fueran astronautas. Impresionante. Todo muy surrealista», recordó.
«Llegamos a un lugar donde nos sentimos cómodos a pesar del Covid encontré un grupo de latinas y argentinas que fueron de gran apoyo. Se dificultó el último período porque empezaron nuevamente casos y se implementaron otra vez cosas muy estrictas como cuarentenas. Pasamos los últimos seis meses de nuestra etapa en China haciéndonos el test del COVID todos los días, cada 24 horas», relató.
A esta altura de la historia, todos compartimos la sensación de que esa etapa de angustia mundial hubiera sido hace ya mucho tiempo, aunque apenas nos separan un par de años.
Como siempre, en medio del caos, llega la esperanza a reinstalar un cierto orden y darnos un toque de humanidad necesario.
«En ese momento nació mi segundo hijo, Francisco, chinito le decimos. Tenemos una coreana y un chino» pero después de unos ocho meses sintieron la falta de contacto y decidieron el retorno a Corea.
«Necesitábamos sentirnos como en casa. Necesitábamos ir a un lugar donde recibiéramos ese abrazo de alguien conocido», afirmó Marina dejando traslucir ese imperante deseo de regreso al hogar, que para ellos, representaba Corea.
La comida coreana
Que el marido de la bungense sea chef y además, uno reconocido internacionalmente, prácticamente obliga a hablar de comida.
Sobre la comida coreana, indicó que «es todo un es un desafío, se come muy picante y también comen muy distinto. Para lo que nosotros sería un desayuno tradicional, con café, tostadas o medialunas» allí «comen sopas apenas se levantan», como el famoso kimchi picante.
Emigrar no
Aunque todo el tiempo aparecen algunas ocasiones para nuevas aventuras familiares, «la verdad es que tenemos ganas de acercarnos a Argentina. Nunca nos fuimos de Argentina pensando en emigrar. Esa palabra nunca estuvo en nuestro vocabulario. Probamos y en algún momento, volvemos, esa fue la idea», sostuvo.
Hay ganas de volver porque es el lugar donde están los afectos, pero el regreso no es tan fácil, sobre todo porque la situación está complicada en Argentina.
Sobre lo que se comenta de este momento de nuestro país en el entorno de Seúl, Marina Villar expresó que «en general, en estos países la gente no habla de política, no habla de economía, no habla de lo que está pasando en el mundo, porque son temas muy complejos y no quieren tocar esos temas. No se habla de eso y entonces, se escucha poco.»
Mientras busca una ocupación además del intenso trabajo de ser mamá, Marina realizó cursos de escritura, dio clases de inglés, ha sido ayudante de cocina, pero su próximo objetivo es encontrar su espacio profesional.
El hogar, el espacio donde nos abrazamos
Con el correr del tiempo y a pesar de todas las dificultades y la distancia, la familia aprendió que «sin importar dónde estemos, ni el tiempo que nos quedamos, hemos ido logrando un hogar donde echar raíces y generar vínculos» más allá del tiempo a través del recorrido, que mantienen la balanza en equilibrio.