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jueves, octubre 3, 2024

Una nieta en democracia | Por Victoria Satragno*

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Todavía siento la áspera suavidad de la tela verdosa de los sofás. La lámpara no alcanzaba ni para iluminar los ojos redondos y negros de mi abuela, que siempre miraban en dirección contraria al atardecer frío de San Telmo.

Ahora, esos ojos los tengo detrás de una pantallita un jueves a la noche. Se mueven pixelados de un lado a otro antes de contarme la historia que les he pedido. La historia que me recuerda que soy nieta de un desaparecido.

París. 1983. De repente, ella supo que podía volver a casa. Una ola de emoción invadió su cuerpo. Que ganase Alfonsín había sido su deseo y el de todos sus colegas.

Solía decir que el exilio era una cárcel al revés. Podía ir a cualquier país del mundo, excepto al suyo. Y ahora, por fin, regresaría a abrazar a su hijo, un varoncito de diez años con el pelo largo y azabache, como el de ella.

Prende un cigarrillo para continuar. Se le quiebra la voz. Yo sigo del otro lado, incómoda y culposa por invocar memorias que queman la garganta de quien las ha vivido. Exhala el humo, respira y sigue hablando.

Llegó a Buenos Aires a mediados del 85. El nuevo Gobierno le dio un pasaporte argentino y la tutoría de su padre sobre su hijo. Pensaba en llevárselo consigo a Francia para el inicio de clases. En esos años, París se había convertido en tierra de nuevas amistades, un trabajo como escritora y un amor: todo lo que había perdido en su propio hogar.

Su vuelta coincidió con el Juicio a las Juntas. Otra vez, las miles de sensaciones y los millones de recuerdos se arremolinaron sobre ella como un tornado. El dolor era muy, muy intenso. Ellos habían matado. Ellos habían cambiado para siempre a su familia. Tenía una hermana menos y un hijo sin padre.

El flequillo le tapa la frente y me cuesta ver algunas de sus expresiones. Por momentos, no entiendo qué siente. Ha hablado tantas veces de esto, que estoy segura de que repite relatos como un disco rayado. Pero nunca lo ha conversado tan crudamente conmigo, la única nieta del único hijo. Yo también cargaré con una parte de esa tristeza por el resto de mi vida.

Soy nieta de Juan Miguel Satragno Méndez, secuestrado el 26 de febrero de 1978 en Mar de Ajó, Provincia de Buenos Aires. Periodista en Diario La Nación, sección agropecuaria. 33 años. Padre, hijo, hermano y amigo. Villeguense. Militante del Partido Comunista Marxista Leninista (PCML). Torturado en la Base Naval de Mar del Plata.

Juan Miguel Satragno Méndez nació en General Villegas junto con otros siete desaparecidos. Un mural en la terminal de ómnibus de la ciudad lo recuerda.

Juan Miguel Satragno Méndez nació en General Villegas junto con otros siete desaparecidos. Un mural en la terminal de ómnibus del pueblo lo recuerda.

Cuando era chiquita, papá me dijo que lo mataron por pensar distinto. También me dijo que no recordaba su voz.

Siempre lo rememoré con orgullo, como solía hacer mi padre. Pero aunque de pequeña no me gustaba ir a los actos a gritar “presente” cuando lo nombraban, para nosotros el 24 de marzo nunca fue un día más. Para mi abuela, mucho menos. Ella fue parte de esa enorme cifra -entre 250 mil y medio millón- de argentinos en exilio político. Pero, ¿a quién diablos le importan los números? Los números invisibilizan el sufrimiento y esconden todas esas historias de huida detrás de una bomba de humo blanquecino. Cada exilio es una persona a la que le han arrancado su libertad de las manos. Creo que así debió sentirse vivir en dictadura.

Me alegra ser una nieta en democracia. Me alegra poder decir mi nombre y no tener que buscarme otro. O no tener que escaparme lejos, muy lejos de casa, por haberme convertido allí en mi peor riesgo.

Al terminar la reunión con mi abuela, corto el teléfono y ni siquiera atino a abrir la computadora. No escribo nada. Las palabras van fluyendo con el correr de los días. Pienso cada frase, cada punto y cada coma. Mientras avanzo, ordeno en mi cabeza un montón de pensamientos sueltos, sin atar, y pienso en que estar creando estas líneas también es ser una nieta en democracia.

Me gusta escribir, como a mi abuela. Mi abuela escribe libros. En uno de ellos hace referencia a esa época horrible de su vida. Introduce unos cadáveres flotando en el río. “La memoria permanece grabada en los cuerpos”, dijo después.

La memoria permanece grabada en mi cuerpo cuando pululo por las calles de Villegas y veo una foto de mi abuelo, cuando me planteo tatuarme esta historia en un brazo.

La memoria permanece grabada en mi cuerpo, porque del suyo, ya no sé nada.

Fuentes:
– Entrevista virtual a Cristina Siscar

– “La memoria permanece grabada en los cuerpos”. Página12. https://www.pagina12.com.ar/32268-la-memoria-permanece-grabada-en-los-cuerpos

– “Los éxodos de la Argentina: los momentos históricos que hicieren que michos se fueran del país”. Infobae. https://www.infobae.com/sociedad/2020/09/27/los-exodos-de-la-argentina-los-momentos-historicos-que-hicieron-que-muchos-se-fueran-del-pais/

* Victoria Satragno es hija de Pedro y nieta de Juan Miguel. Villeguense. Cursa 2do año de la Licenciatura en Comunicación, en la Universidad de San Andrés.

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